Ha llegado el día muy marcado en el calendario. Mi madre y su marido han aterrizado por mi casa con premeditada idea de que quedarse hasta el sábado. Mi madre se ha negado en redondo a que yo ponga una foto de ella en el blog. Pero diré que se parece a la señora de la foto.
Mi
casa tiene dos habitaciones. La de ellos es mi desván mientras están ausentes.
La de objetos que he encontrado allí de los que ya no tenía memoria. Al final,
su habitación ha quedado vacía y sin una mota de polvo.
Eso sí,
he colocado objetos debajo de mi cama hasta que el espacio ya no ha dado más de
sí.
La
acumulación de objetos en mi casa requiere una urgente perestroika (reestructuración).
Y creo que la palabra “reorganizar”
debería ser entendida como “tirar a la basura”.
De
momento, la visita de mi progenitora solo ha obtenido que alabanzas ante una
habitación tan vacía, tan limpia, tan soleada y tan aireada. Si hubiera venido
hace cuatro días, aquello parecía el desván de la Familia Monster.
Hasta la
nevera está vacía. Dentro solo hay una berenjena y poco más.
Como mi
madre siempre me riñe cuando me tomo un poco de chocolate tras el almuerzo y la
cena, esta vez he tomado la precaución de esconderlo entre la ropa de mi
habitación. Si como chocolate, prefiero hacerlo en paz.
La
entrada a la cocina da directamente al sillón del salón desde donde vigila
siempre que entro en la cocina. El chocolate lo llevo dentro de la boca y salgo
con cara de haber ido a tomar un vaso de agua. Pero es inútil. Ella escucha la
bisagra de la portezuela del armario, escucha el leve rumor del papel de plata
de la table; y, sobre todo, escucha mi cara que parece gritarle: “¡¡Ha ido a por chocolate!!”.
P. FORTEA
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