Una fecha para renovar nuestra fidelidad a la Iglesia, al Papa y, a través de ellos, a Jesucristo
Por: Andrés Jaromezuk | Fuente: Catholic-link.com
En la vida cotidiana, muchas veces solemos usar la palabra “fiesta” o “festividad”
para referirnos a los diferentes tipos de conmemoraciones religiosas.
Sin embargo, en un sentido litúrgico, cada celebración tiene su nombre
específico en función de su jerarquía, y hablamos así, de menor a mayor
importancia, de memoria libre, memoria, fiesta y solemnidad. Las solemnidades
son las celebraciones más importantes del calendario litúrgico y están
reservadas a la Santísima Trinidad, al Señor, a la Virgen y a algunos santos.
Una de las particularidades de esta celebración es que, por su dignidad,
incluye todos los elementos que se emplean los domingos.
En este
caso, la solemnidad de san Pedro y san Pablo recuerda
su testimonio hasta la sangre: los dos apóstoles fueron martirizados en Roma
por su fe en Cristo. San Pedro padeció su suplicio hacia el año 67 en la colina
del Vaticano, según Tertuliano (siglo II) crucificado y según Orígenes (siglo
II) con la cabeza hacia abajo. San Pablo fue martirizado hacia la misma fecha
y, según Tertuliano, sufrió la decapitación junto a la vía Ostiense. La
solemnidad conmemora su amor a Cristo y la aceptación de la voluntad de Dios
hasta dar la vida.
Esta
celebración es muy antigua y ya se registra en el siglo IV, mencionada en la «Depositio martyrum» del año
354. Por las mismas fechas se encuentran referencias en menciones de san
Ambrosio (Milán) y de san Agustín (África del Norte). En sus inicios, si bien
se los recordaba en conjunto, se festejaba a san Pablo en la tumba de la vía Ostiense
y a san Pedro en la catacumba de la vía Apia. La costumbre cristiana antigua de
celebrar los aniversarios de los mártires en sus monumentos sepulcrales
constituyó para Roma una dificultad en tanto que los sepulcros de los príncipes
de los apóstoles estaban alejados uno de otro.
Así, en el siglo VII, la celebración se dividió en dos días, conmemorándose a
san Pedro el 29 de junio y a san Pablo el día siguiente. Esta doble celebración fue la que se difundió en Oriente
y Occidente. En la reforma del calendario litúrgico de 1969 la celebración se
volvió a unir en el mismo día.
En estrecha relación con esta solemnidad se celebra el óbolo de san Pedro, una colecta centenaria que se realiza el 29 de junio o el domingo más cercano a esta fecha, y que simboliza la comunión con el Papa y la fraternidad con la Iglesia. La conocida práctica caritativa se remonta a finales del siglo VIII, cuando los anglosajones recientemente convertidos enviaban una contribución anual al Santo Padre que recibió el nombre de «Denarius Sancti Petri» o limosna de san Pedro. La costumbre se extendió a otros países y fue regulada orgánicamente por el Papa Pío IX en la Encíclica «Saepe Venerabilis» de 1871.
La solemnidad de San Pedro y San Pablo es especial por su catolicidad. La
Iglesia celebra en ellos no solo la gloria de su martirio, sino también el
misterio de su vocación apostólica, uno hacia Israel y otro hacia los gentiles;
y el llamado del Evangelio a todos los seres humanos. La celebración nos invita
especialmente a renovar nuestra fidelidad a la
Iglesia, al Papa y, a través
de ellos, a Jesucristo.
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