Pautas sencillas para lograr una personalidad completa
Por: P. Pedro Castañera, LC | Fuente: Catholic.net
1. INTRODUCCIÓN:
Desde todos los tiempos, en todas las edades, el hombre ha sentido en su
interior un ansia inmensa de felicidad. Su corazón reclama una dicha que la
mayoría de las veces no logra encontrar en el mundo que le rodea. Percibe en su
interior unas inmensas posibilidades de crecer de superarse, de ser mejor, pero
en muchas ocasiones ese deseo de mejora se ve frustrado y no alcanza la tan
anhelada meta. El vacío existencial que sufre el hombre moderno necesita ser
llenado y en ese afán de satisfacción profunda se lanza por todo tipo de
caminos y hace toda clase de pruebas ilusionándose con encontrar por fin el
camino que lo haga feliz. Tristemente, con demasiada frecuencia, el resultado
es negativo. Los caminos equivocados que el hombre y la mujer de hoy siguen
para ser felices, no los llevan hasta ahí. Ni el placer, ni el poder, ni el
dinero con todas las inmensas posibilidades de goce, disfrute, lujos, etc. que
ofrece, logran llenar la inmensa, capacidad de felicidad que hay en el hombre. ¿Qué tiene que hacer este hombre de hoy para llegar a
realizarse en plenitud, para llegar a tener una personalidad humana completa,
para ser feliz? Voy a dar aquí algunas pautas muy sencillas, pero
fundamentales que nos ponen en el verdadero y único camino de la superación
personal y que nos lleva a la plenitud de vida. Pero antes de eso quiero dar
algunas premisas importantes;
• Todas las cosas
valen, todas tienen un valor. Éste será mayor o menor. Y para
conseguirlas hay que pagar un precio por ellas, que dependerá precisamente del
valor de lo que quiero lograr. No cuesta lo mismo un Tsuru que un Ferrari; no
es lo mismo subir al cerrito de aquí cerca que ascender a las cumbres del
Everest o de los Alpes franceses; indudablemente que no se ve lo mismo de una
altura que de la otra, pero también es cierto que fue muy diverso el precio que
hubo que pagar en un caso y en el otro; no es igual estudiar una carrera
técnica (sin ningún desprecio hacia ellas) que prepararse con una licenciatura,
maestría y doctorado. Creo que queda muy claro que cuanto mayor es el valor de
lo que quiero adquirir, más alto será el precio que he de pagar por
conseguirlo. Pues bien, la felicidad, la realización personal, la plenitud de
vida es lo más valioso que existe y por tanto nadie se engañe, para lograrla
deberá pagar un precio muy alto de esfuerzo, de sacrificio y de entrega que
durará toda la vida. No voy a tener la felicidad porque tome un curso de
superación personal de 4 días, no voy a ser feliz porque me tocó la lotería o
me saqué la rifa de un viaje; la luna de miel no es la felicidad. La felicidad
se conquista con un esfuerzo titánico, con la lucha diaria y un sacrificio
continuo por superarme y crecer.
• En segundo
lugar, hay que decir que la superación humana no puede ser parcial;
se supera el hombre completo no una parte de él. Superación de la persona toda
no sólo de su parte emotiva, psicológica o corporal. Evidentemente que el
crecimiento de la parte ayuda a mejorar el todo, pero se trata de crecer como
persona total, como realidad completa. Hay mucha gente que cultiva su cuerpo de
manera parcial, protagónica, única; hay personas que se encierran en el mundo
del estudio polarizando ahí todo el esfuerzo. Es necesario un trabajo en todas
las áreas.
• En tercer lugar es necesario decir que hay una jerarquía a la hora de
hablar de la conquista de la felicidad, de la superación personal. El espíritu
inmortal, ilumina la inteligencia humana y dirige a la persona hacia su bien
último, dominando y encauzando las fuerzas del instinto y la pasión. No todas
las áreas tienen la misma importancia, no se puede dar prioridad a lo que es de
menor peso específico en la persona. Hay mujeres que se la pasan atendiendo su
línea horas enteras y no dedican ni 5 minutos a hacer un ejercicio de interiorización,
de oración, etc.
2. CONOCERSE A SÍ MISMO:
• QUIÉN SOY:
Lo primero que deberemos hacer es preguntarnos quién soy yo, realmente
quién habita en lo más profundo de mi ser, porque sólo sobre la verdad de la
propia existencia se puede levantar una vida verdaderamente coherente. En
efecto lo decía claramente Gustave Thibon: ”El alma
poblada de espejismos cree en estos espejismos. La sinceridad sólo tiene valor
cuando va unida a un profundo conocimiento propio”. Así es, de qué me
sirve ser sincero, muy sincero, si vivo engañado, si no me conozco, si creo que
amo y tal vez mi alma rezuma egoísmo a borbotones sin yo darme cuenta, si me
creo muy humilde cuando una sutil e imperceptible soberbia ha anegado mi
corazón de autosuficiencia, orgullo y envidia.
¿Quién soy yo? ¿Lo
que Dios ve en mí es lo mismo que yo veo en mí mismo? Más de uno, quizá
muy seguro de sí mismo, se atreverá a aseverar sin la más mínima vacilación que
él se conoce perfectamente. Yo humildemente, y sin conocerlos, me permito
dudarlo. Es tan fácil ser engañado en esto. ¡Son
tantos los oscuros rincones del corazón donde se ocultan secretas intenciones
que pasan desapercibidas a mi conciencia diaria!. ¡Son tantos los repliegues
del alma que no han sido sacados a la luz!. Se necesita ser muy valiente
para incursionar en las inhóspitas tierras de la conciencia profunda, donde no
hay máscaras y aparece la verdad de mí ser. Pero esta aventura es emprendida
por muy pocos por dos razones fundamentales: la
primera porque es difícil, costoso, exige reflexión profunda y sincera y en
este mundo ajetreado en el que vivimos, contados son los que de manera
sistemática y disciplinada hacen este ejercicio. Y en segundo lugar
porque no es nada agradable sacar a la luz mi herida, mi llaga y es doloroso
hurgar ahí, además de que la verdad sobre la propia vida te exige; como decía
Peguy: “las verdades son unos personajes
especialmente comprometedores”.
Es fundamental conocerse a sí mismo. Este es el primer paso que hay que dar
para poder asegurar que nuestro trabajo de superación dará fruto. Es decir,
necesito levantar el edificio de la felicidad sobre la base real del
conocimiento de mí mismo. De dónde vengo, a dónde voy, por qué existo, para qué
trabajo, cuál es el sentido de mi vida, quién soy. Una gran cantidad de hombres
y mujeres viven anclados en ilusiones, en sueños, en la mentira del propio
desconocimiento; levantan sus vidas sobre la nube inconsistente de no saber
quiénes son. Un excelente escritor francés escribía: “Palabras,
todavía más palabras. ¡Cuando tengo sed de sangre! Si abriese tu corazón,
¿sería sangre? ¿No sería, más bien, saliva lo que allí encontraría?” (Gustave
Thibon). Y en el libro del Apocalipsis leemos: “Conozco
tus obras y que tienes nombre de vivo, pero estás muerto” (Ap. 3,1)
En definitiva es fundamental para tener un comportamiento coherente, para que
haya unidad en mi vida, conocer la verdad de mí mismo, reconocer sin tapujos,
sin barreras quién soy yo. Hay que tocar fondo, porque el fondo es sólido
fuerte, real. La aceptación, el reconocimiento humilde de mi verdad, tal vez
triste verdad, es el primer paso para construir el edificio de una vida plena,
auténtica, de una vida coherente.
Para logra este conocimiento de nosotros mismos hay que hacer dos ejercicios:
reflexión profunda, examen continuo, cuestionamiento sobre nuestros
pensamientos, palabras y acciones. En segundo lugar se requiere una gran
honestidad, que me permita estar dispuesto a aceptar lo que de mí vaya
descubriendo, sin quererlo ocultar, sin disfrazarlo, sin taparme los ojos para
no ver.
En ese examen profundo y exigente de nosotros mismos debemos descubrir dos
cosas: por un lado que somos grandes, que estamos hechos a imagen y semejanza
de un Ser superior, que somos la criatura más perfecta del mundo, que tenemos
una capacidad increíble de la que da testimonio los grandes avances
tecnológicos, el arte, la ciencia, etc. “Un
pensamiento del hombre vale más que todo el mundo, por eso sólo Dios es digno
de él” (San Juan de la Cruz). Somos extraordinarios, de ahí la
importancia que tienen los derechos humanos, entre los que destaca la vida
humana como algo sagrado. Esto es algo muy poco apreciado por nosotros. No
valoramos lo que somos; tendemos a catalogarnos por lo que tenemos, por nuestra
figura, por la apariencia de las cosas que nos rodean, por la fama de nuestro
nombre y no por esa dignidad tan especial que hace de cada ser humano un
acreedor de nuestro amor. Nosotros nos tratamos muy mal, nos rebajamos con una
gran facilidad abandonando la casa paterna en donde está todo lo que nos hace
grandes.
En segundo lugar vamos a darnos cuenta también que somos frágiles, que nuestra
naturaleza humana se halla herida gravemente por el mal; el pecado anida en
nuestro corazón degradando nuestra alta dignidad. Esta rebeldía toma muchas
formas, pero tiene dos raíces fundamentales: la
soberbia y la sensualidad. Una herida de nacimiento, un mal congénito,
una tendencia al desorden, a la rebeldía, al pecado. Eso está inscrito en mi
naturaleza humana caída y es una verdad menos conocida de lo que nos
imaginamos. Estas taras son muy profundas y al mismo tiempo tienen la capacidad
de ocultarse entre los repliegues del corazón de modo que no siempre es fácil
advertir que ahí están. Son los verdaderos enemigos de mi realización personal,
son como un cáncer que me va carcomiendo poco a poco, que va destruyendo la
pureza del alma, que me va esclavizando, encadenando a lo más bajo, cegando mis
ojos sin dejarme ver el hoyo en el que estoy metido. Para lograr este
conocimiento propio es necesario examinarnos con gran cuidado para ver en qué
medida estas malas semillas están arraigadas en el corazón. Hay que ser muy
sinceros y muy valientes para ir aceptando estas humillantes realidades en la
propia vida. Bastaría ahora una breve repasada por algunas de las hijas de la
soberbia y de la sensualidad para atisbar algo de lo que soy.
Soberbia: es una búsqueda voraz de sí mismo. El
soberbio ha desplazado a alguien por encima de él, incluido a Dios; él se ha
hecho Dios de sí mismo. Todos le deben servir, él tiene la razón, no se
equivoca, se cree mejor que todos, no acepta la crítica ni admite sus errores.
Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros. Satisfacción y
envanecimiento por la contemplación del propio ser, con menosprecio de los demás.
El amor desordenado de la propia excelencia. En sus formas más extremas el
soberbio suplanta a Dios por su propio yo. Yo soy el centro de mi vida: hablo,
pienso, deseo buscando mi propia satisfacción; un egocentrismo que desplaza a
Dios. Hijas de esta soberbia son:
- Vanidad: preocupación
por lo exterior, por lo vano, por lo superficial. Gente que vive de
apariencias, de revistas de moda, de diversiones frívolas, de telenovelas, de
escaparates
- Vanagloria: ansia
de fama, de honores, de ocupar los puestos de honor, de salir en la foto, de
recibir alabanzas y felicitaciones
- Egoísmo: actuar
en todo por el propio y particular interés por encima o a costa del interés
ajeno. Usar a los otros: amigos, esposo(a), hijos para satisfacer mi ansia de
disfrute.
- Envidia: dolor
por el bien ajeno; gusto por los sufrimientos y adversidades que sufren los
demás, que son mi competencia, mis contrincantes, etc.
- Dureza de juicio: juzgar a los otros duramente. “No juzguéis y no seréis
juzgados. Con la medida con la que midáis seréis medidos”. Descubrir la paja en
el ojo ajeno y no ver la viga en el propio.
- Orgullo: rebelarme
ante la humillaciones, no permitir la más mínima crítica, ni corrección:
inmediatamente brota la reacción de indignación
- Desaliento: sólo
se desalienta quien no reconoce y acepta su debilidad
- Rencor: no
perdón quien me ha lastimado. ¿Y todo lo que yo he hecho?
¿Tengo algo de esto? ¿Cuánto?
Sensualidad: es la
búsqueda desordenada de todo placer. Busca darse gusto en todo como ley de su
propia vida. Es el hombre que vive esclavizado por las exigencias de la propia
carne a la que concede todo capricho. Inclinación desordenada a satisfacer los
placeres de los sentidos. Se da gusto en todo lo que el cuerpo le pide. Huida
sistemática del cumplimiento del propio deber debido a la repugnancia por
cualquier tipo de esfuerzo.
- Pereza: irresponsabilidad,
dejadez, desgana, pusilanimidad, abulia, desidia, flojera. La madre de todos
los vicios
- Gula: falta
de moderación, de medida en la comida y la bebida
- Egoísmo: búsqueda de los placeres de la carne
- Sentimentalismo: dejarse arrastrar por los
estados anímicos
¿Quién soy realmente? ¿Me conozco? No
tengamos ningún miedo. Sólo desde el conocimiento de nosotros mismos, sólo
después de tocar fondo se puede levantar el edificio de una personalidad humana
madura. “El publicano está desnudo, el fariseo
enmascarado. Por miserable que uno sea, basta estar desnudo ante Dios, para
desarmar a Dios. Lo que arderá en el infierno no es nuestro rostro con sus
llagas, es nuestra máscara con su falsa dignidad; no es nuestro pecado, es
nuestra mentira” (Gustave Thibon)
• El camino de la humildad, el camino de la verdad
Para poder acceder a este conocimiento
propio se necesita de una virtud escasa, poco común, una virtud que es
precisamente lo contrario de ese terrible mal que es la soberbia, se necesita
la virtud de la humildad. Y al mismo tiempo podríamos decir que sólo el humilde
se conoce, el humilde es quien ha penetrado con mayor claridad la verdad de la propia
existencia. Con razón decía Sta. Teresa de Jesús que las mayores comunicaciones
de Dios al hombre se daban en aquella almas llenas de humildad y que ello era
porque Dios que es la Verdad, es amigo de la verdad y que la humildad era la
verdad. El humilde es el hombre que dotado de una visión sobrenatural es capaz
de percibir con diáfana claridad el interior de su corazón, eso que a la
mayoría permanece oculto. Él percibe con una luz que no deja lugar a dudas la
realidad de su miseria, sin rebajar nada la bajeza que ese mal que lleva
consigo. La gran tragedia del hombre moderno es no darse cuenta de que es nada
por el pecado que lo tiene esclavizado. Como dice un autor por ahí, el problema
no es que el hombre sea una nada, sino que tristemente en la mayoría es una
nada soberbia, una nada que se cree ser algo.
Esta actitud de humildad, que supone un contacto con la verdad pura, llena el
corazón de una gran paz y le hace capaz de contactar con las realidades
sobrenaturales, lo encamina por la auténtica senda de la superación humana y
del crecimiento interior.
3. FORMAR LA VOLUNTAD:
Vamos a dar un paso más y examinar otro elemento fundamental en el esfuerzo por
superarse, por llegar a configurarse como hombre íntegro que se realiza en
plenitud. Estoy hablando de la necesidad de formar una voluntad fuerte, sin la
cual todo queda en entredicho. Buenas intenciones, cualidades humanas, dones de
inteligencia, físicos y espirituales quedan gravemente comprometidos si falta
una voluntad recia.
La voluntad es la fuerza que nos permite mantener en la propia vida, en todos
nuestros actos, palabras, pensamientos, decisiones, un equilibrio de acuerdo a
la jerarquía de potencias que distingue a la persona humana. Es decir un acto
es propiamente humano cuando la inteligencia (capacidad suprema del hombre)
iluminada por la fe (fuerza espiritual del hombre), decide lo que hay que
hacer, decir, pensar, etc venciendo las fuertes tendencias de los instintos
(fuerza humana que nos inclina a satisfacer nuestras necesidades fisiológicas)
y de los sentimientos (capacidad de sentir toda clase de movimientos emotivos
interiores de acuerdo a estímulos externos). Pues bien la voluntad es el
elemento fuerte que le permite a la persona vivir así, con un perfecto dominio
de sí. Ejemplos de no vivir así: personas que deciden por lo que sus instintos
o sentimientos piden.
Creo que es evidente para todos lo costoso que es esto. La premisa que di al
inicio de la plática se ratifica ahora en plenitud. Nada se logra sin esfuerzo
y toda conquista en el plano de la propia superación personal supone una lucha
sin cuartel, un quemar las naves renunciando al propio gusto instintivo, o
tendencias del sentimiento. Ejemplo de la espada toledana, de la metamorfosis,
de la cruz.
“Si el hombre, no es un extremista en la virtud y
en el sacrificio, esto en la práctica de la verdadera vida humana, es un
fracasado” (CNP 137). “El heroísmo es un deber de todos (por el hecho de
ser hombres), la lucha una necesidad, la
indiferencia una traición.” (NP).
Se dice que cuando alguien no vive como piensa, acaba pensando cómo vive.
DOS CAMINOS PARA FORJAR LA VOLUNTAD:
• Decisión inquebrantable de hacer el bien, cueste
lo que cueste, caiga quien caiga. Buscar la perfección en todo. Hacerlo todo
por amor y con amor. Ejemplos de cómo formar la voluntad: no dejar las cosas
para después, horario, dominio de los sentidos, de la imaginación, etc.
• Decisión firme de rechazar todo lo malo en mi vida.
4. PURIFICAR EL ALMA:
Descubrimos con tristeza y aceptamos con humildad la lacra que mancha nuestra
alma rebajándola, alejándola de su dignidad excelsa. Y es lógico que antes de
iniciar cualquier trabajo de crecimiento, de siembra de buena semilla, hay que
limpiar el campo del propio corazón de la cizaña que lo envenena.
Necesitamos purificarnos. El camino de la humildad es un camino de
reconocimiento; pero, además hay que arrepentirse, dolerse por haber optado
tantas veces por algo tan indigno de alguien tan grande; y, en tercer lugar hay
que tomar una determinación radical de declarar guerra a muerte al mal en mi
vida, un rechazo que debe ser absoluto, irreversible, radical.
• Por tanto reconocer el mal a través de ese
ejercicio de examen serio y disciplinado (cómo cuesta) que hemos hecho al
inicio de saber quién soy yo realmente.
• Arrepentirse, dolerse sinceramente, gritando en mi interior con tristeza que
yo me he causado un mal terrible y que además soy yo el responsable del mal que
hay en el mundo, que con mis pensamientos, palabras y obras malas he pervertido
el ambiente que me rodea. Yo he roto la armonía del universo con mi terrible
egoísmo. Llorar con pena el mal de soberbia y sensualidad que libre y
voluntariamente he permitido que se ancle en mi corazón. Darme cuenta que hay
egoísmo en el mundo porque yo soy egoísta; que es mi mentira y falsedad lo que
ha hecho mundo de trampas, engaños e infidelidades; que es mi impureza carnal o
cordial lo que ha gestado este mundo hedonista e inmoral. Todo arrepentimiento
supone una capacidad de pedir perdón: pedir perdón al Creador de todo bien;
pedir perdón al hermano a quien he ofendido, a la comunidad a la que he
fallado; al esposo(a) a quien he tratado indelicadamente o a quien fui infiel;
a los hijos a quienes descuidé; al pobre a quien volví la espalda; al enemigo
que ha herido.
• Hacer el firmísimo propósito de no tratar más con ese virus, no acercarse más
a esos ambientes contaminados que envenenan el alma. Esto requiere valentía,
arrojo, decisión para romper con amistades, con hábitos, con ambientes, con
diversiones. La meta que quiero alcanzar de llegar a ser alguien grande lo
amerita.
5. APRENDER A INTERIORIZAR,
EL CAMINO DEL CRECIMIENTO INTERIOR
Una vez que hemos logrado nuestra purificación interior, es necesario empezar a
construir nuestra personalidad auténticamente humana. Es el momento de sembrar
semilla buena, de construir con buenos materiales, de alimentar con buena
sustancia nuestra alma. Y lo primero que debemos hacer es sumergirnos en el
mundo interior; zambullirse en las fosas profundas del espíritu humano, para
descubrir un Espíritu superior, una Realidad sobrenatural, una Presencia divina
que es la que finalmente nos sostiene y nos hace capaces de todo bien. Llamen a
este ejercicio oración, meditación, contemplación o como gusten. Esta es la
actividad por excelencia que me lleva a mi crecimiento personal y al culmen de
mi realización como persona humana. Y ello porque esta actividad no me lleva
solamente a descubrir esta realidad divina en mi vida, sino que hace que yo me
llene de esa presencia, me transforme en aquello que descubrí, que beba de esa
fuente que es de pureza infinita, de bondad ilimitada, de amor supremo. Esto no
es un cuento; esto es una necesidad de la parte más noble y digna del ser
humano. ¿Por qué creen que hay tanta infelicidad y
tanta desdicha en el ser humano? Porque están subdesarrollados
espiritualmente, porque tienen el corazón apocado, el alma enana, porque tienen
tersa, limpia y hermosa la piel, pero seco y arrugado el espíritu al que no han
dedicado ni siquiera unos minutos para cultivarlo.
El problema es que el hombre moderno en busca de una supuesta felicidad tiene
la agenda muy llena, anda de arriba para abajo a un ritmo frenético para ganar
mucho dinero, ha llenado sus ojos de mil imágenes de todo tipo, sus oídos de
mil sonidos, sino es que de ruidos estridentes, ha endulzado el gusto con los
más extravagantes sabores, ha experimentado todo tipo de sensaciones en su
tacto; se ha dejado seducir por exóticos perfumes, pero ha dejado su espíritu
abandonado, desprovisto de todo, desahuciado, a punto de terapia intensiva. Y
es que el cultivo interior tiene sus leyes que se oponen a las de la carne. El
contacto con el mundo interior pide silencio, abnegación, dominio de los
sentidos, control de la imaginación, humildad de corazón, olvido de lo creado.
Aquí está la clave del crecimiento interior, en aprender a interiorizar. Dejar
que esa voz divina me hable, que la luz que viene de lo alto me ilumine la
mente y el alma para permitirme ver cosas que no son de este mundo, que logran
llenar plenamente el corazón y que ahora sí dan la felicidad.
6. HACER LA EXPERIENCIA DEL
AMOR:
Vamos a dar un paso final. Vamos a llegar al clímax de la realización personal.
Este encuentro con mi mundo interior y con el Dios que la creó tiene su máxima
expresión en el amor. Este encuentro con Dios es un encuentro de amor, es un
encuentro con el Amor. La clave de la felicidad se halla en hacer la
experiencia del amor. Sentirse amado por una Amor divino es una experiencia
arrolladora que llena el alma de una alegría y un gozo sin comparación. Sólo
quien ha hecho esta experiencia es capaz de ver la pobreza de los caminos por
los que el mundo busca la felicidad ansiosamente (dinero, poder, placer,
diversión, etc.) y es capaz de despreciarlos o más bien es capaz de liberarse
de la esclavitud a la que lo habían sometido. Sólo quien ha hecho esa
experiencia sabe amar de verdad, sin esperar nada a cambio, muriendo a sí
mismo, donándose sin condiciones, dando hasta que duele, sabiendo que hay
infinitamente más alegría en dar que en recibir.
Amar es la clave de la felicidad, pero no un amor de mentira, de fantasía, de
una noche, de luna de miel, de crucero, de novela rosa; sino un amor fuerte
como la muerte, capaz de renunciar a la propia existencia con tal de salvar y hacer
feliz la tuya. El amor es lo único que da sentido a la vida y no hay nada que
se le iguale. Si no hay amor todo lo demás pierde sentido, valor y fuerza.
Aquí viene muy al caso lo que me encontré un día en
internet:
• La inteligencia sin amor, te hace
perverso.
• La justicia sin amor, te hace hipócrita.
• El éxito sin amor, te hace arrogante.
• La riqueza sin amor, te hace avaro.
• La docilidad sin amor, te hace servil.
• La pobreza sin amor, te hace orgulloso.
• La belleza sin amor, te hace ridículo.
• La verdad sin amor te hace hiriente.
• La autoridad sin amor, te hace tirano.
• El trabajo sin amor te hace esclavo.
• La sencillez sin amor te envilece.
• La oración sin amor, te hace introvertido.
• La ley sin amor, te esclaviza.
• La política sin amor, te hace ególatra.
• La fe sin amor, te hace fanático.
• La cruz sin amor, se convierte en tortura.
• La vida sin amor, no tiene sentido.
Si se fijan el amor es el centro. Sólo el amor es la verdadera fuerza que mueve
al mundo y que nadie ni nada podrá vencer jamás. Pasarán las ideologías, los
estados, los avances tecnológicos, hasta los milagros, pero el amor jamás
morirá porque es eterno. Y finalmente es ese mismo amor quien va a iluminar mi
alma para que siga descubriendo lo que hay en ella, y será el amor el único
motivo fuerte que incline mi voluntad a actuar de acuerdo a la inteligencia
iluminada por la fe; y será el amor quien me aleje como su peor enemigo de todo
mal; y es con el amor con quien se va a dar ese encuentro interior. El amor es
la clave.
7. PREPARARSE PARA LA
ETERNIDAD
Un último consejo para finalizar este recorrido hacia una personalidad humana
completa. Recordar aquí por un instante que un día no muy lejano voy a dejar de
existir y que toda posibilidad de realización desaparecerá en ese momento. El
tiempo se detendrá y ya no podré ganar mérito para mi alma. Se detendrá para mí
el reloj y ya no podré realizar ningún acto bueno. Es en este muy corto espacio
de tiempo que es la vida donde yo defino mi eternidad. Pensar esto no es algo tétrico,
al contrario es un gran motivador. Pensar en las posibilidades ilimitadas de
felicidad que alberga mi corazón que se dilata con cada conquista, y en el
reducido tiempo de que dispongo me alienta a no perder un instante y a
dedicarme apasionadamente al bien, a la virtud, al amor como actividad
fundamental de toda mi vida.
No es tiempo de descansar, ahora se nos pide lucha sin cuartel. Mantener la
neutralidad en tiempos de crisis moral como estos es una auténtica traición a
nuestra dignísima condición humana.
Reflexionar serenamente, con paz en la realidad de la propia muerte puede ser
un fuerte incentivo para una entrega decidida por el bien, puede empujarme a
hacer la opción fundamental, que todo hombre y mujer debe hacer en esta vida.
Vive ahora como quisieras vivir eternamente, habiendo atesorado en tu corazón
todo aquello que la polilla no carcome, ni ningún ladrón puede robar y no con
todas esas mil bagatelas que el tiempo oxida, que acaban cansando, que no duran
porque no tienen alma. Empieza a construir hoy una personalidad humana completa
siguiendo estos pasos sencillos aunque costosos.
8. SER FELIZ
Para todos los que creemos en Cristo, Él nos explicó y luego quedó por escrito,
cuál había de ser el camino para alcanzar la felicidad. Y quiero terminar con
esto para poner como sostén y cimiento de todo lo que acabo de explicar la
enseñanza de un hombre que cambió el rumbo de la historia. Estoy hablando de
Cristo y del famoso “Sermón de la montaña”, el
sermón de las bienaventuranzas. Bienaventurado significa, feliz, dichoso,
afortunado. Cristo da las pistas para ser feliz, indica claramente el verdadero
camino de la felicidad, es decir, de la realización personal, de la plenitud de
vida.
Bienaventurados los pobres de espíritu (los que se
conocen a sí mismos y han descubierto el tesoro que hay en su interior y han
dado a cada cosa el peso real) porque de ellos es el Reino de los cielos (la
felicidad)
Bienaventurados los mansos (humildes) porque ellos poseerán en herencia la
tierra (la tierra prometida de la felicidad)
Bienaventurados los que lloran (su pecado, su injusticia, su maldad, sui
soberbia y su sensualidad) porque ellos serán consolados (se les devolverá la
felicidad perdida).
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia (los que han optado con
su voluntad por el bien, los que han hecho una opción fundamental por lo justo
y bueno) porque ellos serán saciados (de alegría de felicidad, de gozo).
Bienaventurados los misericordiosos (los que aman incluso a los enemigos, los
que se compadecen de sus hermanos, los que perdonan), porque ellos alcanzarán
misericordia (premio eterno, felicidad completa)
Bienaventurados los limpios de corazón (el hombre que ha purificado su alma),
porque ellos verán a Dios.(el hombre que hace la experiencia del amor)
Bienaventurados los que trabajan por la paz (los que han puesto a funcionar su
voluntad haciendo el bien), porque ellos serán llamados hijos de Dios (feliz)
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, (la lucha de la
voluntad contra el mal es dura, los enemigos no se dejan), porque de ellos es
el Reino de los cielos (la eterna felicidad)
Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira
toda clase de mal contra vosotros por mi causa (sin derramamiento de sangre no
hay redención) Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en
los cielos (estad felices)
No nos dejemos engañar por falsos profetas y gurús que proponen caminos
fáciles, caminos de egoísmo, caminos de liberación de nuestras pasiones más
bajas para realizarnos, que nos llevan a librarnos del peso de nuestras culpas
quitándoles su maldad, llamándolos condicionantes externos, que bajo la bandera
de procurar la propia autoestima te hace un soberbio que acaba despreciando a
los demás, que con la excusas de hacerte tolerante admite todo tipo de desorden
moral, etc.
El camino de la felicidad, que es el camino del amor, que es una experiencia
que hace el hombre interior, pide de nosotros un trabajo y un esfuerzo denodado
por olvidarnos de nosotros mismos y hacer que nuestra voluntad opte libremente
por lo que la inteligencia iluminada por la luz de la fe interior nos dice,
venciendo las tendencias desordenadas del instinto y el sentimiento, hasta dar
la vida si ello fuera necesario.
El mundo de hoy necesita testigos de hombres y mujeres plenamente maduros,
realizados en plenitud, que demuestren con la alegría de su vida, que hay
ideales grandes por los que vale la pena vivir y morir y que vale la pena
disciplinarse, abnegarse, comprometerse y ser coherente para conseguirlos. Tú
tienes el grave deber de ser ese testigo, porque tú fuiste creado para esa
noble causa y ese fin eterno. No hacerlo es convertirse en lastre de la
humanidad, en traidor de la causa que te vio nacer y en un triste fracaso
personal. Ojalá hoy tomes la decisión y te conviertas en el principio del
milagro de un hombre pleno y de un mundo mejor.
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