Nido vacío: ¿un problema o una oportunidad?
Por: Álvaro Sierra Londoño, profesor investigador
Instituto de La Familia | Fuente: Alianza LaFamilia.info y el Instituto de la
Familia
La partida de los hijos no debe visualizarse como un evento negativo o una
sensación de frustración. El tiempo ahora es para el disfrute en pareja de
actividades aplazadas o relegadas, frente a tareas más importantes.
Esa expresión popular, "nido vacío", se relaciona con el ciclo
reproductor de las aves, justamente cuando los polluelos, una vez emplumados y
completamente desarrollados, abandonan la seguridad y el cobijo del entorno
paterno para volar libremente, dando inicio a un nuevo ciclo vital. Esto, que
en las aves ocurre sin trauma ninguno para los progenitores, en los humanos
casi siempre es un evento doloroso, conflictivo y aún dramático.
¿Por qué algo natural y previsible como es la
emancipación de los hijos, ha llegado a ser fenómeno traumático para los
padres, que en lugar de sentir la satisfacción de una labor cumplida a
cabalidad, se sienten solos, vacíos y desprogramados, como si su proyecto vital
hubiera llegado a su fin y a partir de entonces su existencia no tuviera cabida
sino para la nostalgia, la rememoración agridulce de tiempos mejores que han
quedado atrás y la espera paciente de una corta visita, una llamada telefónica
o una alegre celebración que pasa fugaz y deja un regusto amargo, mezcla de
añoranza y abandono?
La denominación de "nido vacío" es un fenómeno reciente que
describe esa realidad de padres solos, con frecuencia aún jóvenes, que ven
marchar a sus hijos del hogar y se encuentran el uno frente al otro como seres
descartados por la vida.
La familia nuclear, constituida
por padre, madre y uno, dos o cuanto más tres hijos, hizo su aparición en los
últimos años sesenta del siglo XX y dio lugar a un ciclo familiar corto, en el
que padres de 45 o 50 años terminan la crianza de su(s) hijo(s) y ven marchar
la prole cuando están aún en lo que podríamos denominar el tercio medio de su
proyecto familiar.
En contraposición, la familia
anterior a "la píldora" procreaba
usualmente entre 5 y 8 hijos y por lo tanto invertía en el periodo de crianza
mucho más tiempo; esto sin contar que la emancipación de los hijos era algo
progresivo y tardaba años desde la marcha del primero. Adicionalmente en una
constelación numerosa de hermanos no era extraño que alguno(a) de ellos
permaneciera soltero(a) y continuara indefinidamente en la casa paterna. Total,
no habían terminado de marcharse todos cuando los nietos empezaban a desfilar
por la casa de los abuelos y entonces, "nido
vacío" propiamente no había.
NIDO VACÍO: ¿UN PROBLEMA O UNA
OPORTUNIDAD?
La respuesta a esta inquietud no
es simple. Cada familia lo percibe diferente y cuando unos ven el arribo de un
periodo de madurez y plenitud, otros sienten que es hora de
"recomenzar" porque lo construido hasta hoy se ha venido abajo. Y no
faltan los que destruyen el nido y con él la relación matrimonial, bajo el
supuesto de que con la marcha de los hijos la responsabilidad ha terminado y
han quedado libres de unas ataduras toleradas solo por no dar escándalo a hijos
aún inmaduros.
Un punto de vista positivo: el
matrimonio es una realidad dinámica como pocas. De una primera época de
ajustes, que va construyendo un estilo familiar y una relación de pareja cada
vez más madura y estable, se pasa a un periodo de crianza sugestivo y "engolosinante", que transforma el nido
de amor en un entorno educativo, con tiempos muy bien determinados aunque
translapables, según las edades de los hijos: primera
infancia, escolaridad, pubertad, adolescencia y adulto joven.
Durante este lapso, que va de la
boda hasta la misión de ser padres y sigue con la llegada a la edad adulta del
primer hijo, no solo maduran los críos sino también los padres, en aspectos
como la relación esponsal, la relación parental, el crecimiento físico,
psíquico, espiritual, profesional, etc.; de tal manera, que una vez terminada
la crianza, los esposos son mejores personas, mejores profesionales, mejores
amigos… mejores hijos de Dios.
Si lo anterior es cierto, se
aprecia el inicio de una nueva etapa en el dinamismo familiar, en la que se
cosechan frutos y se gana tiempo para el disfrute en pareja de muchas
actividades que debieron ser aplazadas o relegadas, frente a tareas más
importantes y en ocasiones urgentes del periodo anterior.
Un punto de vista negativo: desde
esta óptica, la familia nuclear de uno o dos hijos, no solo cambió la dinámica
hogareña, sino que, en muchos casos, alteró el orden de los amores. Poco a
poco, el amor de los esposos entre sí, realidad fundante y soporte básico del
entorno familiar, fue cediendo terreno frente al amor filial, que con el correr
del tiempo se ha ido convirtiendo en el único aunque frágil pegamento de la
unión familiar.
Aquí, tanto la madre como el
padre, pero sobre todo la primera, ven en el hijo la máxima aspiración de su
proyecto matrimonial y su amor hacia este como el más perfecto y "desinteresado" amor humano y esto con
un claro detrimento de la relación de pareja y de la figura del esposo-padre,
quien no logra, aunque se lo proponga, romper la diana madre-hijo; quedando
relegado a un papel secundario de proveedor o cuasi-madre que cambia también
pañales, prepara teteros y compite con la esposa por los afectos de un hijo que
funge de rey del hogar y vino para ser servido, porque, como afirman cada vez
más los jóvenes tiranos, como razón de fondo para sus crecientes demandas: “Yo no pedí que me trajeran a este mundo”.
Es principalmente en este tipo de
familias, donde la emancipación de los hijos se visualiza negativamente, porque
el accionar de los padres, una vez se marchan los hijos, pierde vigencia,
dejando un vacío de validez y motivación en la pareja de esposos, que para
entonces son solo socios de una empresa caduca que los distrajo de ese otro fin
matrimonial, para entonces olvidado o por lo menos imperfectamente asumido,
cual es la ayuda y el perfeccionamiento mutuo.
Así pues, un "nido vacío", no es la etapa final en el
ciclo natural de la familia. Muy al contrario, es el inicio de una nueva etapa
en la que un amor maduro y aquilatado por un previo trasegar, pletórico de
realidades complejas abre paso a una convivencia conyugal serena, esperanzada y
enriquecida por el agradecimiento de unos hijos que se seguirán nutriendo
indefinidamente del amor de sus padres.
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