El grito que invita una y otra vez a alabar y dar gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
En la noche, una llama vacilante. El sacerdote y la gente enciendieron sus
velas. La luz se expandió. Las tinieblas retroceden. La procesión avanzó hacia
el altar. La iglesia se llenó de resplandor. La Iglesia celebra la Pascua.
La Vigilia Pascual tiene un encanto mágico. Nos presenta el evento más
importante de la historia humana: Cristo ha resucitado y vive para siempre.
El mundo, aparentemente, sigue su marcha, monótona o entusiasta, entre alegrías
y penas. Pero quien se deja tocar por la gran Noticia sabe que la muerte ha
sido vencida, que el pecado no es la última palabra de la historia, que el
perdón ha cancelado la condena.
Sabemos, por los Evangelios, que Cristo se apareció a sus seguidores durante 40
días y luego ascendió a los cielos. Pasados 10 días, los primeros discípulos
recibieron el Espíritu Santo.
La Iglesia celebra este acontecimiento con 50 días de fiesta, de canto, de
esperanza. Es el tiempo del "aleluya",
del grito que invita una y otra vez a alabar y dar gracias al Señor, "porque es eterna
su misericordia".
El Papa Benedicto XVI lo explicaba con estas palabras: "El tercer gran símbolo de la Vigilia
Pascual es de naturaleza singular, y concierne al hombre mismo. Es el cantar el
canto nuevo, el aleluya. Cuando un hombre experimenta una gran alegría, no
puede guardársela para sí mismo. Tiene que expresarla, transmitirla. Pero, ¿qué
sucede cuando el hombre se ve alcanzado por la luz de la resurrección y, de
este modo, entra en contacto con la Vida misma, con la Verdad y con el Amor?
Simplemente, que no basta hablar de ello. Hablar no es suficiente. Tiene que
cantar" (Vigilia
Pascual, 11 de abril de 2009).
Tenemos ante nosotros 50 días de aleluya. Es la Pascua, el paso, la victoria
del Señor. De corazón, desde la esperanza que ilumina toda la vida humana, ¡felices pascuas!
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