ENTRAMOS
A LA VIDA ETERNA Y AHÍ NOS ESPERA EL DIOS DEL AMOR.
Por: Pbro. J. Francisco Raúl Rodríguez Cortés |
Fuente: Semanario AlégrateImpresiona
siempre asistir a un funeral y acompañar a los familiares hasta el cementerio.
Habrás observado la carroza fúnebre, que pone la nota gris al acontecimiento;
gente vestida de negro que llora por la partida de ese hermano; algunos
acompañantes vestidos de color que se muestran un tanto indiferentes; y no
faltan –desde luego– las personas que charlan, bromean y parece distantes de
aquel momento luctuoso.
La muerte sólo dura un instante,
un segundo; es el momento en que damos el salto de lo provisional a lo
definitivo, de lo temporal a lo eterno. Los que mueren nacen a la Vida
verdadera y empiezan a disfrutar la vida que no se acaba. La muerte espanta a
los hombres y los tiene atemorizados; pero es sólo un fantasma inexistente. No
puede arrebatarnos a las personas que amamos entrañablemente.
Estas o están ya en el gozo santo
de Dios, o se purifican de sus pecados o desesperados ya no podrán amar jamás.
Por eso, es falso, es superstición, dar culto a quien llaman por ahí la santa
muerte. Realmente no morimos como pensamos muchos, digamos, mejor que entramos
a la vida eterna y ahí nos espera el Dios del amor.
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