Los países anglosajones (y los de herencia calvinista) tienden a tener legislaciones mucho más extensas y específicas en el campo de lo moral. Mientras que los países de tradición católica tienden a tener legislaciones mucho más permisivas.
En países
similares a España, muchas cosas relativas al campo moral no estaban
permitidas, pero tampoco perseguidas; esta era una tradición de siglos.
Mientras que el nivel de detalle de las leyes británicas y norteamericanas, por
ejemplo, en el campo de lo sexual, era escandaloso para un jurista italiano,
portugués o francés.
Hay que
distinguir muy claramente, según la tradición católica, entre lo moral y lo
penal. De hecho, puede darse el caso completamente opuesto: el de actos que
pueden merecer mucha comprensión de la población, pero que merecen ser
castigados con prisión de un modo férreo. Por ejemplo,
el caso de un padre que busca al asesino de su hijo y lo mata.
Esta
distinción tiene su importancia para resolver ciertas tendencias legislativas
del pasado y del presente que pueden resultar comprensibles, pero que no son
adecuadas. Y mucho más importante resulta ahora, en nuestra época, cuando
ciertos partidos ultraprogresistas han puesto en
marcha sus propias policías de lo moral; que actúan bajo los postulados de su
nueva moral.
Este tipo
de ultraprogresismo está convencido de que todo
lo que ellos consideran que es inmoral (de acuerdo a sus reglas) hay que
perseguirlo penalmente. Son partidos que padecen de un furor legislativo como
nunca había visto yo en medio siglo de vida. Todo se va a arreglar con leyes,
según ellos.
Además,
por añadidura a todo lo dicho, esta policía moral ejerce una política de la
cancelación que, por supuesto, conduce a la censura pura y dura.
P. FORTEA
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