El 17 de septiembre de 2018, el misionero italiano Pier Luigi Maccalli se encontraba en su misión de Níger cuando se topó con un grupo de yihadistas que le apuntaban con el fusil: a partir de ahí viviría dos años encadenado en poder de los terroristas.
"Nunca
aprisionar a las personas, ni poseerlas, ni retenerlas, ni convertirse para ellas en un punto de
referencia, sino abrir nuevos horizontes y dejar a todos en libertad de
elegir e incluso de equivocarse. Ayudar a todos a estar de pie y
valerse por sí mismos. Saber dar un paso atrás para que emerja el otro".
Estas palabras forman parte del aprendizaje forzoso que tuvo que sufrir en el desierto el sacerdote italiano Pier Luigi Maccalli. El libro Cadenas de libertad. Dos años de
secuestro en el Sahel (publicado
por la Sociedad de Misiones Africanas) relata aquellos dos años
secuestrado entre las
fronteras de Níger, Mali y Burkina Faso.
El 17 de septiembre de
2018, Luigi Maccalli se
encontraba en su misión de Níger, donde se disponía a ofrecer servicio médico a
los habitantes. Era de noche y escuchó unos ruidos, al salir a ver qué
ocurría, se topó con un grupo de yihadistas vinculados
con Al Qaeda.
UN
PRISIONERO NÓMADA
"Apenas
atravieso la puerta de la casa, enciendo la linterna y percibo a mi
derecha unas personas apuntándome con tres rifles. Doy un salto. Un
fuerte grito sale de mí. Inmediatamente me rodean. Son momentos excitantes y
convulsos. Tres disparos al aire y me encuentro con las manos atadas a la
espalda", escribe el sacerdote.
Aquel día comenzaba para él un auténtico calvario, como rehén de
los islamistas, y un oscuro viaje interior que le llevaría a descubrir muchos
elementos de la fe totalmente desconocidos. El 8 de octubre de 2020 era
liberado, con
la certeza de que María y el Espíritu Santo nunca
le habían abandonado
Maccalli se dice a sí mismo: 'No tengas miedo. Tú estás conmigo. Dios te ama'. Lleva
muchos meses sin poder celebrar la Eucaristía pero siente la cercanía de Dios
más que nunca.
"Es un viaje
de varios días, con el sol abrasador que cae implacable sobre la
cabeza, a pesar del casco.
No seguimos pistas, sino senderos de rebaños y pastores; cruzamos estanques,
marismas, vastas extensiones de sabana. Hacemos descansos para comer y nos
detenemos a dormir por la noche. Me sorprende ver que, en cada etapa, siempre
nos encontramos con nuevos muyahidines", relata Maccalli en su libro.
Como si de un trofeo de guerra se
tratara, como un nómada del desierto, el
misionero es entregado a sucesivos grupos armados. Maccalli tiene que dormir
durante meses sobre la arena del desierto, contemplando las estrellas en el
firmamento mientras una cadena le recuerda que no
puede marcharse a ningún
lugar. Bebe agua insalubre en vasos con olor a gasolina, incluso comparte
cautiverio con otros dos compatriotas, Luca y Nicola.
El libro 'Cadenas
de libertad. Dos años de secuestro en el Sahel' (publicado por la Sociedad de
Misiones Africanas) relata aquellos dos años tan duros en manos de los
terroristas.
Motos, piraguas, jeeps...
no hay vehículo en el que no trasladen al misionero. "Llegamos
a un pueblo y noto una antena alta, un repetidor telefónico. No muy lejos, hay
una camioneta Toyota con una veintena de hombres armados esperándome.
Pido al que parece ser el jefe poder llamar a mi familia. Es la única solicitud
que siempre he hecho y que siempre ha sido rechazada. De nuevo no tengo
suerte. Se apresuran a meterme en
el coche y tengo los ojos vendados", recuerda el
sacerdote.
LA
AUTÉNTICA MISIÓN
Sus captores lo tienen claro,
Maccalli es un infiel que antes o después deberá pagar por ello. "Mi asistente principal habla un poco de francés.
Intento tener pequeñas conversaciones con él. Le cuento lo que estaba
haciendo en Níger: pozos, farmacias, colegios, ayuda a los
desnutridos... Me escucha, pero cuando habla es para reiterar su tesis
habitual: 'El bien que has hecho no te servirá de nada si no te conviertes en
musulmán. Solo la adhesión al Islam salva del fuego eterno'", recoge
el misionero.
Retenido, con todos sus planes
abortados, Maccalli medita sobre la verdadera
misión. "Es precisamente en esta
prueba de las cadenas donde se libera mi espíritu. Mis pies están atados, pero
mi corazón no. Pienso en la expresión del fundador de la Sociedad de las Misiones
Africanas: 'Ser misionero desde lo profundo de mi corazón'.
Si no puedo ir a las aldeas para anunciar la Buena Nueva, no significa que el
Evangelio esté bloqueado. La misión nace del corazón de Dios y Él
la sigue liderando a través del tiempo y de la historia", expresa.
'Es precisamente en esta prueba
de las cadenas donde se libera mi espíritu. Porque mis pies están atados, pero
mi corazón no'.
Uno de los momentos más difíciles
del cautiverio de Maccalli es cuando
tiene que grabar pruebas de vida. "El
'cámara' señala que primero debo presentarme y luego decir la fecha. Luego me
invita a quitarme las gafas porque las lentes reflejan el entorno circundante.
Después del rodaje, mientras escucho la grabación de nuevo, me echo a
llorar. La idea de que mi familia vea y escuche este vídeo me causa
mucho dolor", reconoce.
Los días pasan en el
desierto. El bigote de Maccalli empieza a crecer y esto molesta a los terroristas, que no les
gusta ese estilo de barbudos.
El misionero ayuda a sus captores
a arreglar el móvil y estos se lo agradecen.
Uno de los terroristas tiene un dolor horrible de muelas y el misionero le suministra un poco de
pasta de dientes. El italiano se ducha con un cubo de agua ante la inmensidad
del desierto, y escribe en la arena los días
que lleva secuestrado. Descansa rodeado de víboras y suele vestirse
con una especie de pijama.
Maccalli aprovecha las
interminables horas vacías para reflexionar sobre Dios y su propia vida. "Lo que convierte a un párroco en un misionero son
los 'pobres' y las 'periferias'. No se trata solo de geografía, sino sobre todo
de periferias existenciales que están en todas partes, incluso en
Europa. La misión no es solo ir lejos y fuera, sino ser consciente del vecino de al
lado. Es la pastoral de la proximidad lo que nos convierte en
misioneros: haciéndonos prójimos de cada persona, cargándola sobre nuestros hombros y gastando tiempo y dinero con
ellas", escribe.
Pero, si algo consuela al
italiano es la oración. "No tengo nada y no
soy nada para estos musulmanes. Mi único apoyo es la sencilla oración matutina
y vespertina que aprendí del
Rosario de mi madre. También algunos salmos que recuerdo de memoria con
los que a veces interpelo a Dios. Me quejo y me desahogo con Él",
recuerda. Maccalli se repite: "No tengas miedo. Tú estás conmigo. Dios te
ama". Lleva muchos meses sin poder celebrar la
Eucaristía pero siente la cercanía de Dios más que nunca.
LA
PASCUA... Y LA LIBERTAD
Cada día que pasa está más
convencido del poder de la fe. "Mientras
escudriño el horizonte de este Sáhara infinito, desde lo alto de una duna a la
que me aupé sin ser visto por mis captores me viene a la mente
las palabras de Jesús: 'Si tuvieras fe como una semilla de mostaza, moverías
montañas'. Si la fe puede mover montañas, aún más el aliento de tu Espíritu puede
mover estas dunas y abrir mi paso de la esclavitud a la
libertad", afirma.
Los días se suceden y con ellos
los tiempos litúrgicos. Está a punto de llegar la Semana
Santa y el misionero se
encuentra muy lejos de donde debería estar. "Antes
de quedarme dormido, le deseo a Luca (su otro compañero) una feliz Pascua de
Resurrección. Inmediatamente después tengo un silencioso estallido de
emoción: el desaliento empapado por lágrimas de resurrección. La
noche es agitada. Mi pensamiento se dirige a los bailes de Pascua, que resuenan
con un tono desafinado en mi
triste corazón", apunta.
Las fuerzas comienzan a flaquear.
Maccalli pasa su cumpleaños lejos de la misión. "Haz
de mí lo que quieras, cualquier cosa, siempre que se haga tu voluntad en mí.
Me conoces a fondo, porque eres Tú quien me ha tejido desde el vientre de
mi madre. Bien sabes que no tengo corazón de león y no soy un héroe, sino un
hombre débil, frágil y muy pecador. Los días son tuyos", le
dice a Dios en aquellos días.
Un mes después de su liberación
fue recibido por el Papa Francisco en el Vaticano. El Santo Padre lo calificó
como un "mártir, como un testigo de la fe"
Llega septiembre y su compañero Luca
intenta fugarse. "Lo traen de nuevo
en moto, lo tiran al suelo de mala manera y de inmediato lo encadenan. El
castigo ritual es inevitable: lo ponen aislado bajo un árbol, lo privan
de una estera y de mantas para pasar la noche", comenta
Maccalli. A partir de entonces, los prisioneros deben entregar sus reservas de
agua antes de dormir.
"Día tras día,
mes tras mes, mi corazón se ha llenado de tanta tristeza y
amargura que ahora ya son mis compañeros de prisión. Apenas puedo reconocerme
en el espejo. Siempre he sido una persona alegre, optimista y positiva. Con
pesar veo que la guerra todavía tiene demasiados seguidores en
la actualidad. El desprecio que anima a estos jóvenes armados con Kalashnikovs
me llena de mucha amargura", lamenta.
Pero la luz empieza a brillar en
el horizonte. "Llega otro muyahidín y nos trae
ropa nueva para el día de la liberación: chaqueta y pantalón azul, turbante gris y zapatillas nuevas. Por
la tarde vuelve y nos invita a aprender más sobre el Islam y espera que pueda
abrazar su religión, subraya con sinceridad que su mayor deseo es verme en el
cielo. Luego agrega que quiere tener el corazón en paz y se disculpa
por todas las palabras y gestos ofensivos que él y otros grupos han tenido contra mí", comenta
Maccalli.
Aquel cambio de vestuario es un
espejismo. Las negociaciones se han roto y tendrán que pasar secuestrados todavía
un tiempo más. Llega la segunda Semana Santa en cautiverio, Luca y su pareja,
Edith, que fue llevada con ellos recientemente, han huido y nadie sabe dónde están. Maccalli
celebra su segundo cumpleaños fuera de la misión, mientras en Europa se
paraliza la vida por culpa de la pandemia del Coronavirus.
Finalmente todo se arregla, esta
vez sí, y llega el día que ha estado esperando durante tantos meses. "Ahora soy libre para liberar el perdón y extinguir de raíz todo indicio de violencia. Soy libre
para liberar la acogida y consolar a los cansados y oprimidos. Soy libre de
liberar palabras y decirles a todos que nunca encadenen a nadie",
concluye el misionero italiano.
Un mes después de su liberación fue recibido
por el Papa Francisco en el Vaticano. En ese
encuentro, la primera palabra con la que Francisco le
acogió fue "mártir". "Aquello ha sido para mí
una palabra fuerte. Entiendo el sentido de lo que el Santo Padre ha querido
decir, mártir en cuanto a testimonio del Evangelio", afirmó
el sacerdote.
Miembro de la Sociedad de
Misiones Africanas, Maccalli nació en la provincia de Crema, Italia, hace 62
años. Ha sido misionero en África durante 20
años, primero en Costa de Marfil y luego en Níger. Trabajaba en la
parroquia de Bomoanga, diócesis de Niamey, cuando
fue secuestrado por yihadistas.
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