Testimonios de un matrimonio
Por: José y Audi Ana (Diana) Gutstein |
Ambos hemos nacido de familias numerosas; yo, Diana, con 10 hermanos y José,
con 11 hermanos. Nuestros papás siempre nos educaron en el camino de la fe y en
el amor del Señor.
JOSÉ:
-Éramos muy pobres, pero mis papás se esforzaban mucho por educarnos.
Todas las noches, después de la cena, rezábamos el rosario en familia. A los
diez años entré al seminario, permanecí tres años. En aquel tiempo, mi director
espiritual viendo que yo no tenía vocación al sacerdocio, me aconsejó salir y
buscar otro camino. Todavía me acuerdo de sus palabras: “Quizás un día te cases y podrás tener un hijo que sienta el verdadero
llamado de Cristo”.
DIANA:
-Desde pequeña rezaba el rosario, siempre en familia, y he aprendido con
mis papás a pedir la luz del Espíritu Santo y así los años han ido pasando. Me
acuerdo que siempre rezaba el rosario de rodillas y pedía al Espíritu Santo que
iluminase mi vida; y a los 18 años, el 6 de junio del 1976, día del Espíritu
Santo, nos conocimos.
JOSÉ:
-Era una tarde de domingo, en una fiesta de cumpleaños, en un cambio de
miradas percibimos que teníamos mucho en común. Nuestro noviazgo fue
maravilloso. Conversábamos mucho, soñábamos despiertos y hacíamos muchos
planes. Después de un año de noviazgo nos comprometimos, el día 29 de mayo de
1977, día del Espíritu Santo.
Durante todo nuestro noviazgo siempre íbamos juntos a la Santa Misa de los
domingos. Nuestra fe nos unía cada vez más. Buscábamos siempre no escandalizar
a nadie, e hicimos el propósito de no tener experiencias sexuales antes de que
nos casáramos y lo mantuvimos hasta nuestro matrimonio, que tuvo lugar el día
17 de diciembre de 1977, en la Iglesia de la Inmaculada Concepción (Boa Vista,
Joinville, S.C.).
Fuimos a vivir en una pequeña casa, construída por mí mismo con gran esfuerzo y
sacrificio en los tiempos libres.
Como yo trabajaba de noche, invitamos a Nena, hermana de Diana, a vivir con
nosotros, hasta que se cambiase mi horario de trabajo. Pero hasta el día hoy
ella vive con nosotros siendo ya parte de nuestra familia, pues nosotros y
nuestros hijos la amamos mucho. Ella, a pesar de ser deficiente visual -ciega-,
fue y es un grande apoyo para nuestros hijos.
DIANA:
-Al inicio de nuestra vida matrimonial tuvimos grandes dificultades,
pero con nuestro amor y la ayuda de Jesús y María hemos podido vencerlas todas.
Me costó especialmente el que José además de trabajar por la noche, comenzó a
estudiar en la universidad por la mañana, sobrándole apenas unas horas en la
tarde para dormir y descansar un poco. Tuvimos otros problemas en aquellos
primeros meses de casados; recuerdo aún con vivo dolor el sufrimiento por un
aborto natural, el cual nos dejó a los dos muy deprimidos.
Pero gracias a Dios, tras aquella prueba después de un año y medio, el día 21
de abril de 1980, para nuestra gran alegría, nació nuestro primer hijo, tan
esperado por nosotros y por toda la familia: José Gutstein Junior -hoy novicio,
Legionario de Cristo, en Itú, Brasil-. Junior ha sido desde niño una persona
formidable, un poco tímido, pero de una obediencia e idoneidad incontestables.
El día 28 de agosto de 1981, para completar nuestra alegría, Jesús nos regaló
una hermosa niña, Joice, muy querida, con grandes iniciativas, pero con un
genio fuerte -se identifica mucho con su papá-. Soñábamos tener más hijos, pero
por recomendación médica y debido a mí problema en la vista (glaucoma), nos ha
sido quitada esta maravillosa oportunidad.
En mayo de 1988, cuando estábamos construyendo nuestra nueva casa, me acuerdo
que mientras José se ocupaba de la construcción, yo le pedía al Espíritu Santo
que le iluminara y que todo fuese hecho según la Voluntad de Dios.
Podríamos haber construido una casa pequeña, para la familia que éramos, pero
Dios tenía sus planes. Fue cuando en uno de nuestros encuentros de oración en
el que nos reuníamos las familias, se anunció la existencia de una familia muy
pobre con 5 hijos pequeños (entre ellos una pareja de gemelos). Siendo el papá
alcólico, necesitado de ayuda espiritual y material, todos nos unimos y le
ayudamos. Todo iba muy bien cuando esta familia recibió una invitación para
trasladarse a otra comunidad.
En septiembre de ese mismo año, el papá, que antes había estado bajo nuestros
cuidados, nos advirtió que no quería más la pareja de gemelos, Tiago y
Rosangela, de 1 año y 7 meses respectivamente, y los tenía en tercer grado de desnutrición.
Intentamos convencerle de quedarse con los niños y le ofrecimos nuestra ayuda
en lo que fuese necesario, pero el papá estaba decidido. No los quería. Así que
fuimos a recogerlos. Tiago estuvo 13 días en la UBI, entre la vida y la muerte,
pues además de la desnutricción tenía pneumonía. Cuando le dieron de alta en el
hospital, lo trajimos a nuestra casa.
Como nuestros ahorros se habían terminado y no estaba en nuestros planes
adoptarles, pedimos a Jesús y María que mandasen un matrimonio lleno de Dios,
para adoptarles y hacerles felices. Nos preocupaba que personas sin una fe
profunda les adoptasen pues ya nos sentíamos responsables por el hecho de que
ya estaban en nuestras manos.
Los días fueron pasando y los niños seguían con nosotros y nos fueron
conquistando a nosotros y a nuestros hijos. Fue entonces cuando sentimos que
Jesús nos hablaba en nuestros corazones y en los corazones de nuestros
familiares: debíamos adoptarles.
Hoy, con la gracia de Dios, viven con 10 años, y son dos niños dulces, fuertes
y saludables. Tiago es todavía un poco flojo, no toma la vida muy en serio,
pero confiamos que con la gracia de Dios superará todos sus problemas.
Los niños fueron creciendo y en nuestras oraciones diarias, santas misas y
vigilias, cuando nos reuníamos también con la familia de mi hermana (tiene dos
hijos legionarios, el H. Robson Ronchi -hoy ya religioso- y el H. Fábio
-precandidato-), pedíamos siempre al buen Dios que nos mostrara un seminario
con una profunda espiritualidad para nuestros hijos.
En noviembre de 1992 sufrí un accidente en el ojo. A pesar de haber pasado por
tres serias operaciones, crucé por unos momentos inolvidables, fuertes en la
fe, pues sentí las manos amables y poderosas de Dios sobre mí. Me acuerdo que
durante la enfermedad pasábamos muchas tardes rezando el rosario con mis papás
y los familiares que nos visitaban. Entre ellos me visitó también un amigo en
la camino de la fe, a quien comenté que hacía muchos años estábamos pidiendo a
Dios que encontráramos un seminario santo. Fue grande la alegría que sentí
cuando él me dijo que ya conocía en Curitiba un seminario donde los padres y
hermanos vivían llenos de fe y amor. Los Legionarios de Cristo. Más tarde
pudimos partipar en una convivencia de jóvenes, organizada por el P. Santiago,
L.C., que hacía trabajo vocacional en Joinville.
Y por fin llegó el tan esperado día, 10 de enero de 1994, cuando nuestro hijo
dejó nuestra casa para seguir a Cristo en el seminario menor. Grande fue
nuestra alegría -y la suya también-, porque sabíamos que él estaría
experimentando un pedacito del cielo, aquí mismo, en la tierra, y que estaría
todos los días en comunión con Cristo en la Eucaristía.
En los tres años que permaneció en Curitiba, solíamos visitarlo todos los
meses. En estas oportunidades fuimos siempre bien recibidos por los padres,
religiosos y seminaristas menores. En nuestros encuentros notábamos el madurar
de nuestro hijo en la fe. También percibíamos la espiritualidad, el amor y la
paz que los Legionarios respiraban entre sí. Para nosotros era gratificante,
pues sabíamos que la vocación de nuestro hijo era algo concreto, pues lo dejaba
traslucir por su entusiasmo y alegría. Estos encuentros nos traen bellos
recuerdos, principalmente la pesona del P. Álvaro, que siendo el rector del
seminario fue como un segundo padre, amigo y hermano para Junior.
A través de los padres conocimos también el Movimiento Regnun Christi y tuvimos
contacto con las señoritas consagradas, que pasaron también a formar parte de
nuestra familia. En diversas ocasiones se hospedaron en nuestra casa. Siempre
fueron dignas, muy simpáticas y cautivadoras, tanto que Joice, nuestra hija
pequeña, con 13 años de edad, tuvo la autorización especial del fundador para
ingresar a su casa de formación en São Paulo, donde permaneció un año. Por ser
muy joven se acordaba mucho de casa y entonces decidió volver a casa. Mientras
estuvo allá sentimos su crecimiento espiritual. Le ha marcado su vida para bien
y ahora incluso participa activamente en los trabajos de nuestra comunidad como
catequista de primera comunión y como animadora en el grupo de jóvenes.
El H. Junior hoy está en el primer año de noviciado, en la ciudad de Itú, São
Paulo. Nos acordamos como si fuera ayer del día 9 de marzo del presente, día en
el que recibió su sotana. Fue sin duda un día inolvidable. Era uno de esos
sueños que se hacía realidad, para él y para nosotros. Sabemos que el noviciado
es un período difícil para un joven, pero es la prueba de amor que él desea
ofrecerle a Dios.
Tenemos la gracia de tener en nuestra comunidad a un párroco excelente, el P.
Venceslau, que está haciendo una hermosa labor, conquistando los fieles en la
fe y mostrando siempre su apoyo al trabajo de los padres legionarios.
JOSÉ Y DIANA:
-Nosotros estamos comprometidos en los trabajos comunitarios. Como
apostolado, somos ministros de la Eucaristía y dirigentes del grupo de oración.
Diariamente iniciamos nuestro día con la oración del rosario en familia, pues
Jesús y María ocupan un puesto destacado en nuestras vidas.
Los años que Dios nos conceda queremos vivirlos cada vez más en el camino de la
santidad.
Reflexión:
Y hacia la santidad van, ya lo creo. Me pregunto
cuántos de nosotros hemos llegado ya a las alturas sencillas pero sublimes de
este matrimonio. ¡Qué profundidad de vida espiritual! ¡Qué fe tan viva,
operante y alegre! ¡Qué amor tan sacrificado y desinteresado!
Pero lo que más me ha llamado la atención ha sido el... ¡Espíritu Santo! Para esta pareja el Espíritu
Santo no es el “Gran Desconocido”, sino todo
lo contrario. Es para ellos el Amigo, el Dulce Huésped del alma, el “Socio” de su santificación personal.
Se vislumbra a través de sus líneas las experiencias tan formidables que habrán
vivido en su alma, y desde luego, aparecen a flor de piel los resultados tan
espléndidos de su amistad con el Espíritu Santo: acierto en la elección del
cónyuge, amor y paz en la familia, soluciones a todas sus pruebas, una vocación
sacerdotal, un apostolado estupendo, etc.
Cierto: la amistad con el Espíritu Santo no se logra sólo con desearla
teóricamente. Exige una constante atención, un saber esuchar, un seguir
fielmente -cueste lo que cueste- sus inspiraciones, un dialogar con Él de día y
de noche.
Con Él, encontrarás la fortaleza necesaria para
perseverar en el amor y llegar a la santidad auténtica con toda tu familia.
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