Necesitamos reaccionar con un deseo sincero por ayudar a quienes sufran cualquier tipo de injusticia.
Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net
Llega una acusación contra una persona que conocemos. Puede tratarse de alguien
cercano: un familiar, un amigo, un compañero de trabajo. O alguien “lejano”: el propietario de un banco, el alcalde de la
ciudad, el líder de un partido político.
Si la acusación fuese falsa, ¿por qué alguien la ha inventado? ¿Por qué otros la
difunden con un entusiasmo no disimulado? ¿Cómo afecta una calumnia así al que
es señalado por delitos que no habría cometido?
Si la acusación fuese verdadera,
sobre todo si se trata de algún tipo de abuso, ¿cuántas
serían las víctimas? ¿Están recibiendo la atención que merecen? El
culpable ahora acusado, ¿será juzgado de modo
justo, recibirá algún castigo?
Continuamente escuchamos
acusaciones que nos llegan a través de la confidencia de alguien cercano, o en
redes sociales, o en medios informativos más o menos serios.
Cada una de esas acusaciones
refleja siempre un aspecto oscuro que se esconde en el corazón humano. Si la
acusación es falsa, sale a la luz la perfidia de quienes buscan destrozar la
fama de un inocente. Si la acusación es verdadera, descubrimos hasta qué punto
puede llegar un ser humano cuando se deja arrastrar por sus pasiones
desordenadas.
Quedarnos en esas preguntas, que
tocan dimensiones oscuras de la experiencia humana, resulta insuficiente.
Porque frente a una acusación, necesitamos reaccionar con un deseo sincero por
ayudar a quienes sufran cualquier tipo de injusticia, y a quienes hayan
cometido actos delictivos contra otros.
Porque no basta con rechazar o
denunciar el mal (un mal real, si la acusación es verdadera; un mal también
real, si hay calumnias). Lo importante es promover, con respeto y eficacia,
acciones para corregir, incluso castigar si el caso lo merece, a los culpables;
y para apoyar y acompañar a las víctimas.
Llega
a mis oídos o ante mis ojos una nueva acusación. Se abre ante mí una historia
dolorosa. Rezaré a Dios para que me ayude a ver lo que pueda haber de verdadero
en esa acusación; y para que oriente mi corazón a ayudar a todos, víctimas y
victimarios, a encontrar ayuda y misericordia en almas generosas que buscan
vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21).
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