El número de Siete nunca ha sido puesto en discusión, aun cuando algún escritor ha presentado a San Felipe Benicio como.
Por: OSM | Fuente: siervosprovmex.com
BONFIGLIO
Nació en Firenze, Italia y más tarde fue conocido como comerciante. Como
miembro de la cofradía de los Laudesi, iba semanalmente al Templo a cantar con
alma devota y voz enamorada, himnos y loas en honor de la Gran Madre, hasta que
Ella un día, lo llamó.
Fue entonces, cuando lo dejo todo: familia, ciudad, bienes amores y blasones.
Alegre de espíritu y ligero equipaje, ascendió con sus amigos hasta la cumbre
del Monte Sonoro. Allá sus hermanos lo nombraron primer Siervo; Prior de la
Naciente Familia por la Virgen engendrada.
Ni él mandaba, ni los hermanos obedecían; todos estában ocupados en servir. En
la misma cima del Monte, por amor a Nuestra Gloriosa Señora alzaron un modesto
templo, que fulgente bajo los rayos del sol, quería ser signo de paz para un mundo
dividido.
La oración, hecha de cantos y silencio, marcaba los ritmos de sus jornadas
laboriosas y austeras y la brisa que cantaba en el bosque, despertaba infinitas
melodías en el alma y los envolvía con un manto de serena calma el Espíritu que
los había convocado. Día a día se empeñaron en emular a la Sierva del Señor y
tratában de imitar a su Hijo, manso y humilde de corazón.
AMADEO
Comenzó su peregrinar por la tierra en la Comuna de Firenze, Italia cuando ésta
crecía como lugar de hombres libres; el comercio llegaba a su apogeo,
inventaron la letra de cambio y el banco para asegurar los bienes de los
grandes señores de este mundo y ponerlos al amparo de la codicia de los
bandoleros que asechaban en los caminos.
En su juventud se dedicó con empeño a comerciar lanas, paños, sedas y brocados.
Acumulaba florines y buscaba la fama, el halago y el amor. Sobre todo, el amor.
Su inquieto corazón anhelaba verse colmado. Era como una herida abierta
necesitada de un bálsamo refrescante; como una sed ardiente deseosa de
encontrar refrigerio.
Cierto día le invitaron a cantar a la Virgen Madre en la Compañía Mayor y la
Virgen, abrió su corazón de par en par al amor de Dios que lo invadió como un
diluvio. Entonces renunció a todo para, libre de toda atadura, dedicarse con
ahínco a la búsqueda de la Perla preciosa.
En esta búsqueda, fue patente el auxilio de la Virgen Madre. Ella los llamó,
junto con sus compañeros y así como hace la gallina con sus polluelos, los
juntó bajo sus alas y los cuidó con infinita ternura.
Cuando comenzaron a vivir en el Monte Sonoro, sentían el corazón ardiendo del
amor divino. Los coloquios iniciados con Dios en la modesta Capilla construida
en honor a Nuestra gloriosa Señora, los continuaba en la intimidad silenciosa
de la gruta donde moraba y a la cual el viento llevaba los ecos del suave rumor
del bosque y de los cantos de sus otros seis Hermanos que se difundían por el
valle como mensajes de amor, de tolerancia y paz.
Sólo bajaba del monte para llevar consuelo y cooperación redentora a los pobres
y afligidos como humilde obsequio de servicio a la Madre Misericordiosa. Un
día, al volver entró en la gruta curvado por el peso de tanto dolor y de tanta
humana miseria, la caverna se inundó de luz y en ella quedó su cuerpo tendido.
MANETTO
El Buen Dios le regaló una voz cálida, potente y de timbre melodioso. Siempre
le gustó cantar y fue cantando a la Virgen, que en la Compañía Mayor conoció a
sus seis amigos. Juntos entonában hermosas melodías a la Madre del Redentor y
fue por eso que en la Comuna de Firenze, dieron en llamarlos los Trovadores de
la Reina Celestial.
Cuando constituyeron la primigenia Comunidad en el Monte, donde también el
viento cantaba en las grutas y los abetos se sumaban a la liturgia con sus
verdes armonías, sus hermanos lo nombraron Maestro de coro. Desde la modesta
Capilla la oración comunitaria ascendía en enamorados arpegios hasta el trono
del altísimo.
Comenzaba la jornada al canto del Ave y concluía al canto de la Salve. No podía
ser de otra manera, pues de la misma Virgen aprendieron el canto; de Ella, que
fue a paso de danza hasta la casa de Isabel para entonar el gran himno de
gratitud y alabanza.
Fue siempre un asiduo escrutador de la Palabra dedicando horas al estudio de la
Santa Escritura, pues, era lámpara para sus pasos y luz en su camino, el medio
por el cual le hablaba Dios de manera particular, puesto que también le hablaba
mediante la creación. Toda la naturaleza es como un libro abierto que canta las
grandezas del Creador...
En la cima del Monto Sonoro, "regada por una
fuente de agua abundante; rodeada por un hermoso bosque de árboles; embellecida
por un prado de hierba verde; dotada por Dios de un aire salubre",
había encontrado el lugar ideal para la intimidad con el Señor de la cual Santa
Maria era maestra y guía. Por eso sus hermanos le llamaban el Teólogo y le
eligieron para representarlos en un Concilio.
Fue él quien alentó a los Siervos a bajar del Monte para llevar la Buena Nueva
a ciudades y poblados. Su vida estuvo marcada por el gozo, el gozo de servir a
la más noble y grande Reina y a su Hijo el Señor de la Historia, el dueño de la
vida.
BONAYUNTA
Tenía 27 años cuando impulsado por el deseo de configurarse con Cristo subió al
Monte Sonoro en compañía de sus seis amigos.
Su vida estuvo siempre marcada por la lucha: el cuerpo oponía una tenaz
resistencia a sus ansias de perfección, los sentidos le quemaban como candentes
brasas y, la mente dividida por pensamientos encontrados y antagónicos, parecía
un enjambre de abejas que con su zumbido atentaba contra el necesario silencio
que requería la oración.
El enemigo no le daba tregua e incluso llegó a personalizarse para hacerle
desistir en su empeño de seguir a Cristo. Pero él perseveraba unánime con sus
hermanos y con María la Madre del Señor.
Jamás confió en sus propias fuerzas sino que puso en el Señor su confianza y Él
le socorrió y le libró porque le amaba . Fue patente su auxilio cierta vez que
quisieron envenenarle. Salió ileso del atentado, gracias a la protección de la
Madre Misericordiosa.
Sus hermanos, aun conociendo cuanto era tentado, le eligieron para suceder a
Bonfiglio como guía de la familia de Nuestra Gloriosa Señora y, así animado por
su oración y confortado por el amor fraterno, se dedicó a servir con ánimo sereno
y generoso.
Un día, al término de celebrar el sacrificio Eucarístico, sintió que la Reina
le llamaba; abrió entonces los brazos y dijo: Heme aquí.
Vestido con los paramentos sagrados quedó su cuerpo tendido en el pavimento de
la modesta Capilla del Monte y su alma entró en el gozo del Señor.
ALEJO
Perteneció a la familia de los Falconieri, muy conocida en Firenze, Italia por
los bienes de fortuna y de virtud. También de joven se dedicó al comercio y se
le conocía por ser alegre y sociable.
En su Comuna natal, era muy sentida la filial devoción, hacía la Virgen María y
él no era ajeno a las prácticas que se realizaban en honor de tan buena Madre.
Formaba parte de la gran cofradía que por el número de sus integrantes y por
las virtudes de los mismos, era llamada la Compañía Mayor. En ese ambiente
caldeado por la oración y alegrado por el canto, conoció a muchos integrantes,
pero se unió con vínculos de afecto y amistad, con otros seis trovadores, que
se distinguían por "amar a Dios con todo el
corazón, con toda el alma y con la mente, y por amar al prójimo" ,
externando su íntima compasión, socorriendo a los menesterosos, en todas sus
necesidades espirituales y materiales, de acuerdo a sus posibilidades.
Inspirados por la Madre de Misericordia a quien, amaban con sincero corazón y trataban
de imitar, como a perfecto modelo, de todas las virtudes, se alejaron de la
tierra y del propio parentesco, es decir del placer corporal y de la
incertidumbre de sus decisiones y acordaron salir de la casa del padre dejando
toda relación con el mundo, a fin de llegar sin tropiezos a la tierra de los
vivos, que Dios los había indicado.
Ardingo, monje cisterciense y obispo de Firenze, sentía hacía ellos gran estima
y, como amaba profundamente a la Gran Madre de Dios y estaba al tanto de su
proyecto de vida, les proporcionó el Monte Sonoro, que era de su propiedad,
para que fuéran a morar en él y levantáran allí su tabernáculo.
Cuando ya viviendo en el Sacro Monte, Nuestra Señora dio inicio a la Orden,
pues no fue su intención, ni la de sus compañeros fundar una familia religiosa,
sino que fue Nuestra Señora, la Virgen, la única fundadora y por tal se debe
atender y venerar siempre. Él no accedió al sacerdocio, sino que permaneció
siempre como hermano, pues, no quiso ser señalado, ni siquiera
involuntariamente como hombre de poder, y porque no se sentía digno de
representar al Sumo y Eterno Sacerdote.
En una gruta del Monte, tenía los más profundos coloquios de amor, con el
Redentor y con su Madre Santa. Salía de su retiro para ir a mendigar el
cotidiano sustento y para pedir ayuda a las personas caritativas, para bien de
los estudiantes, entusiastas jóvenes que se preparaban en las universidades,
para servir con decoro y ciencia al pueblo de Dios, como Siervos de María.
Llevó una vida austera, sencilla y penitente. Sus vestidos eran pobres y de
paño vil, su lecho era de leño y sus sábanas ásperas; se alimentaba de verduras
y era solícito en orar.
Tenia ya los 110 años, cuando un día vió su celda inundada de luz, hasta su camastro,
se acercaron pájaros blanquecimos y ángeles que formaban un círculo en medio
del cual, Cristo, en figura de hermoso niño le ofrecía una corona de oro. Así
fue su tránsito de esta vida mortal a la eterna.
SOSTEÑO
En su juventud fue orgulloso caballero, amante de las gestas y torneos, de las
maneras nobles y del holgado vivir. Por las calles de Firenze, Italia que ya se
vislumbraba cuna del arte, gustaba de pasear en alegres jolgorios a ritmo de
danza y canto.
Su gran amigo Hugo, conocedor de su ideal caballeresco, lo invitó a cantar a la
más bella y noble de todas las mujeres, para ello se unio a otros muchos
devotos trovadores que se juntaban en la Compañía Mayor para ensalzar con el
canto a la Reina de los Cielos.
Una tarde de viernes santo en el año del ALELUYA,
sintió al igual que Hugo y otros cinco cofrades, que el corazón latía con
inusual ritmo y que el alma se bañaba en una paz y una gracia hasta entonces
desconocidas. El cielo los preparaba para escuchar la voz suave y hermosa de la
Virgen Nazarena que los invitaba a dejarlo todo, para iniciar una nueva vida en
la que Cristo Jesús sería su único modelo, camino y meta.
Después del voluntario despojo cumplido con generosa prontitud, se encaminaron
gozosos hacía el Monte Sonoro; "descubrieron
en su cima una hermosa explanada, aunque reducida; a un lado una fuente de agua
pura, y en las inmediaciones un bosque bien arreglado, como se hubiera sido
plantado por el hombre". Ese era verdaderamente el Monte preparado
por la divina providencia, para cumplir en todo su voluntad como era su deseo.
Como ya la naturaleza había preparado las grutas que les servirían como lugar
del descanso y del silencio contemplativo, se dieron a la alegre tarea de
levantar en la cima la blanca Capilla en honor de Nuestra Gloriosa Señora, que
los había convocado para dar inicio a su Orden, la cepa plantada por su
diestra.
Como el Padre Bueno le dio el don de una voz clara y potente, puso ese carisma
a su servicio y se dedicó a predicar la Buena Nueva del Reino, con entusiasmo y
con ardor; y sus predicas tuvieron siempre buen resultado, gracias también a
las oraciones y penitencias de su amigo Hugo y al apoyo fraterno de sus otros
cinco hermanos.
Un día de mayo, cuando en el Monte era todavía esplendorosa primavera, la Reina
lo llamó y, alegre, fue a su encuentro. Entro en el gozo del Señor acompañado
de Fray Hugo, pues la amistad que durante la vida los unió, no los separó en la
muerte.
HUGO
La Comuna de Firenze lo vio nacer, crecer y empeñar todas sus cualidades en el
arte de mercader. Compraba, vendía, canjeaba y acumulaba florines, admiración y
envidias.
No era malo, pero tampoco bueno. Pensaba y actuaba según los criterios de este
mundo según los patrones de conducta de la sociedad en la que vivia.
Junto a muchos otros cofrades de la Sociedad Mayor, se dirigía semanalmente al
templo para los Oficios de canto y alabanza en honor de la Virgen María. La
Palabra del Señor comenzó a barrenarle el alma y una inquietud inexpresable se
anidó en su corazón. A medida que pasaba el tiempo se hacía cada vez más
urgente en él la necesidad de cambio; era necesario dar un vuelco total a su
vida y encausarla hacia los valores perennes propuestos en el Evangelio. A su
derredor todo era vanidad de vanidades y tan sólo vanidad.
Con loco afán se encaminaban sus pasos al sepulcro. Un día habló con Sosteño,
su gran amigo, su alter ego, y se expresó en la intimidad de la confidencia,
desahogando su corazón. La palabra sapiente de Sosteño y su gesto solidario, lo
ayudaron a discernir y juntos oraron pidiendo al Señor una señal. Y la señal
llegó; la más bella señal: "la Mujer vestida
de Sol" vino a iluminar no sólo su vida sino también la de Sosteño
y la de otros cincos cofrades de Compañía Mayor. Ella los invitó a dejarlo todo
para seguir desde la pobreza a su Hijo y los nombro Siervos, Siervos pobres, de
Dios y de los Hermanos.
Después de venderlo todo, aseguró a su familia un futuro digno y repartió lo
restante entre los más pobres, para encaminarse al Monto Sonoro. Oración y
canto, silencio y trabajo y largos diálogos con Sosteño, su amigo y los demás
Hermanos, jalonaban sus jornadas. Por su parte acudió a la penitencia y el
silicio para domeñar la carne y mantener vigilante el espíritu. Hasta que el
Señor lo llamó a su Morada, o mejor dicho, los llamó, pues el mismo día, su
gran Amigo Sosteño lo siguió a la gloria.
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