LOS 55 DÍAS DE SANGRE EN PEKÍN: LOS BOXERS ASESINARON A MILES DE CHINOS CRISTIANOS Y MISIONEROS
La rebelión de los Boxers de
1900 tuvo raíces religiosas además de nacionalistas, y tuvo como víctimas a
decenas de miles de misioneros y chinos cristianos.
Lo recuerda Rino Cammilleri en el
número de febrero del mensual católico de apologética Il Timone, que incluye un dossier sobre Benedicto
XVI:
LA
MATANZA DE LOS BOXERS
Quien recuerde la gran
superproducción (era el nombre que se daba antes a las películas que duraban
más de tres horas) de 1963 55 días en Pekín,
con un reparto lleno de estrellas (Charlton Heston, David Niven y Ava Gardner), sabe algo de la gran revuelta de los
Boxers que ensangrentó
China en 1900.
Obviamente, para intentar
comprender algunas cosas lejanas, los occidentales solo podemos emplear
nuestras categorías. Así, esa revuelta fue definida como xenófoba y
nacionalista, porque estaba dirigida contra los extranjeros y su
religión.
En realidad, los chinos no sabían
lo que era el nacionalismo, al menos hasta que Sun Yat-sen, que no es casualidad que hubiera estudiado en
Europa, lo importara y utilizara para instaurar la República. Que, después de
él, se escindió en derecha (Chiang Kai-shek) e
izquierda (Mao Tse Tung), igualmente
importadas.
Los Boxers la emprendieron sobre
todo contra los misioneros y los chinos bautizados, exterminando
un número estimado entre los 33.000 y los 50.000. El hecho era que,
desde las vergonzosas "guerra del opio" contra
los ingleses (la primera, entre 1839 y 1842; la segunda, entre 1856 y 1860),
los chinos no habían hecho otra cosa que perder. Y esto, en su opinión, no era
debido sobre todo al retraso tecnológico: los chinos consideraban ser
culturalmente superiores a todos y que no tenían nada que aprender de la "barbarie" occidental. No, el verdadero enemigo era el cristianismo, que abolía algo fundamental,
el culto de los antepasados.
Según el taoísmo, los antepasados no
eran venerados porque fueran amados, sino porque eran temidos, al ser
portadores de toda suerte de desgracia si se descuidaba ofrecerles continuos
sacrificios.
LA
VENGANZA DE LOS ESPÍRITUS
Según dicha filosofía, todos los
males físicos y las desventuras provienen de la venganza
de los espíritus, sobre todo de los que vagan sin paz porque
ningún descendiente se ocupa de ellos. Dicha mentalidad estaba tan arraigada
que era frecuente que los mismos jueces penales fuesen presos de ella cuando
emitían sus sentencias. Por ejemplo, si un asesino era candidato a la
decapitación, era necesario antes examinar a su familia, si la tenía. Porque,
si lo ajusticiaban, ¿había alguien dispuesto a
aplacar su espíritu? Este era el tipo de razonamiento que a menudo
guiaba el juicio de un magistrado.
El "filósofo"
del cristianismo, Jesús, en cambio, decía: "Deja
que los muertos entierren a los muertos" [Mt 8, 22]. Lo que, para
un chino, era el colmo de la impiedad y fuente de toda desgracia individual y
social. Naturalmente, también los confucianos y budistas avivaban el fuego,
aunque no fuese más que por motivos competitivos (fueron los bonzos los que
provocaron, en el vecino Japón, la matanza de los cristianos, y lo mismo en la
aún más cercana Corea). Así, los conversos chinos hicieron que las imágenes de
la Virgen se parecieran lo más posible a las de Kwan Yin, la diosa (budista) de
la compasión, llamada en Japón Kannon o Kanon. Obsérvese que tanto en China
como en Japón y en Corea, nadie había dicho nunca nada sobre la religión de
cada uno. Todos seguían la religión que querían. Pero el cristianismo era
especial.
EN CHINA, POR LOS
MOTIVOS QUE SABEMOS.
En Japón, porque, pequeño
archipiélago, vivía siempre en el temor de ser invadido (como
les sucedía a los ingleses), y había sido fácil para los bonzos budistas (que
en Japón luchaban en las guerras, nada de paz y compasión) convencer a los
Shogunes de que los misioneros preparaban el terreno a españoles y portugueses.
Corea, también por la continuidad
territorial, siempre había sido un satélite de País-de-Enmedio (el Celeste Imperio) y
adoptaba de manera sometida sus modas culturales. Se convirtió en cristiana
cuando el jesuita Matteo Ricci convirtió el
cristianismo en la moda chic de la corte imperial china. Y lo
persiguió cuando en Pekín el viento cambió.
MÁRTIRES,
MOTIVO DE TENSIÓN
Los mártires de los Boxers han
sido beatificados por la Iglesia, pero su
fiesta cae en el día de la fundación de la República Popular maoísta. De ahí
las desavenencias con el Vaticano por los que los comunistas consideran "bandidos".
Efectivamente, no fueron pocos
los cristianos chinos que se organizaron y resistieron
con las armas a los Boxers, los cuales masacraban
indiscriminadamente también a los niños. Casi doscientos
misioneros europeos fueron
asesinados antes de que una expedición conjunta de las potencias occidentales
controlara la situación. Claramente, no para salvar a los cristianos, sino sus
intereses económicos en China. Es decir, el régimen de "concesiones"
que el Celeste Imperio había tenido que "conceder"
con una pistola apuntándole a la sien.
Los Boxers eran llamados así por
los ingleses (que fueron los primeros en entrar en China a mano armada) por una
traducción aproximativa de "Sociedad de los
puños armoniosos", o "Puños de la
justicia y de la concordia". Se entrenaban continuamente en las
antiguas artes marciales y rechazaban las armas de fuego, en homenaje
a la tradición. Llevaban uniformes azules con una faja roja y amuletos que,
según ellos, les conviertan en invulnerables. En resumen, una enorme banda de fanáticos se
difundió en China, totalmente convencidos de que la decadencia del país era
debida al abandono de las costumbres tradicionales y sobre todo, como hemos dicho antes,
del culto de los antepasados.
EL
EMPERADOR ES DECLARADO LOCO
También los vértices del gobierno
tenían un problema. Reinaba la dinastía Manchú, que
había atravesado las fronteras doscientos años antes. Es decir, también esta
era extranjera.
La habían tolerado mientras las cosas funcionaron bien.
La astuta Cixi intentó jugar en
dos bandos: oficialmente, condenaba a los Boxers,
pero bajo mano los favorecía. Cixi
(que no es un nombre, sino un apelativo honorífico) había sido la única esposa del difunto emperador que
había dado a luz a un varón. Y China solo podía tener emperadores. Pero este
tenía dos años y ella era la regente.
Una vez adulto, el hijo
intentó reformar China de manera occidental, tal
como había hecho Japón, pero los mandarines de la corte hicieron que lo
declararan loco y lo encerraron. Lo de siempre: la
cultura china es superior a la de los "bárbaros", de los que no
tenemos nada que aprender.
Pero el juego de Cixi duró poco, porque los "bárbaros" tenían cañones y barcos a vapor. Francia
se adueñó de la fronteriza Indochina, los Estados Unidos de la cercana
Filipinas, Rusia tenía una frontera enorme con China. Añadamos los habituales
ingleses, a los que les interesaban los puertos, pero también Alemania, Italia,
Japón y Austria, que tenían "concesiones".
La gota que colmó el vaso fue el asesinato por parte de los Boxers del
embajador alemán y su asedio al barrio de las
embajadas en la Ciudad Prohibida.
Que duró, efectivamente, 55 días.
Traducido por Helena
Faccia Serrano.
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