Domingo de Ramos. ¿Qué tanto soy capaz de seguir a este Cristo, que como rey, va a ser sacrificado por mí?
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
El día de hoy para acompañar a Cristo en su pasión, su muerte y su
resurrección, vamos a centrar nuestra reflexión en la entrada de Cristo a
Jerusalén.
La entrada Mesiánica de Jesús en Jerusalén, tal como la presenta San Juan, se
encuentra centrada en un contexto muy particular. No hay que olvidar que los
evangelios son una carga espiritual, teológica, de presencia de Cristo. Por así
decirlo, son un retrato descrito.
San Juan ubica la entrada de Cristo en Jerusalén, por una parte, en el contexto
de la unción de Betania, en la que se ha vuelto a hablar de la resurrección.
Junto con este aspecto de la resurrección aparece, como sombra constante, la
determinación de los sumos sacerdotes para deshacerse de Cristo. Y como un
segundo trasfondo de la entrada de Cristo en Jerusalén está el contexto del
discurso de Jesús sobre el grano de trigo que tiene que caer y morir para dar
fruto.
Dice el Evangelio: "Ha llegado la hora de que
sea glorificado el Hijo del Hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano
de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho
fruto". En el texto del grano de trigo se vuelve a repetir el mismo
dinamismo que se encierra en la voz de "lo he
glorificado", junto con la conciencia clara de la presencia
inminente de la pasión.
A nosotros nos llama mucho la atención que todo el misterio de la entrada de
Jesús en Jerusalén quiera estar enmarcado en este contraluz de muerte y
resurrección (el grano de trigo que muere para poder dar fruto), pero,
independientemente de que pueda ser un poco literario, este contexto nos
permite ver lo que es exactamente la entrada de Cristo en Jerusalén.
Por una parte vemos que el pueblo realiza lo que estaba escrito que tenía que
realizar: "Esto no lo comprendieron sus
discípulos de momento; pero cuando Jesús fue glorificado, se dieron cuenta de
que esto estaba escrito sobre él, y que era lo que le habían hecho".
Por otra parte, la voz del pueblo es un signo que indica lo que Cristo es
verdaderamente: "Bendito el que viene en el
nombre del Señor, el Rey de Israel". Sin embargo, como tantas veces
sucede con Cristo, los hombres actúan sin saber que están actuando de una forma
profética. El pueblo no sabe lo que hace, pero aclama el triunfo y el éxito
maravilloso de un taumaturgo que resucitará. Además, las palabras de la gente
tienen un total carácter de proclamación mesiánica, por la que Cristo se
presenta como liberador de Israel. Y así, Cristo cumple un gesto mesiánico que
Zacarías había profetizado: "No temas, hija de
Sión; mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna". Cristo
se sienta en el asno, aceptando con ello el que se le proclame Rey, realizando
así la profecía de Zacarías.
Sin embargo, esto no obscurece su conciencia de que su mesianismo no es de tipo
mundano, sino que esta unción como Mesías, esta proclamación, es el camino que
lo va a llevar a la cruz. No hay que olvidar que el Mesías es el que resume, en
sí mismo, todos los símbolos de Israel: el profeta, el sacerdote, el rey. Y
como dijo el mismo Cristo, es el profeta que va a morir en Jerusalén, y es el
sacerdote que llega hasta donde está el templo para ofrecer el sacrificio.
Pero, junto con esta visión externa que nos puede ayudar a preguntarnos: ¿qué tanto soy capaz de seguir a este Cristo, que como
rey, profeta y sacerdote va a ser sacrificado por mí?, yo les invitaría
a contemplar el alma de Cristo, el interior de Cristo en su entrada a
Jerusalén.
El alma de Cristo tiene ante sí, con una gran claridad, el plan de Dios sobre
Él. Cristo sabe que Dios ha querido unir su glorificación con el misterio de la
pasión. Es una gloria que pasa a través de la infamia y del rechazo de los
hombres, una gloria que pasa por la paradoja de los planes de Dios, una gloria
que quiere pasar por la total donación del Hijo de Dios para la salvación de
los hombres.
Cristo tiene claro en su alma este plan de Dios, y con toda libertad y con toda
decisión, lo acepta. Él sabe que al ser proclamado Rey, y al entrar en
Jerusalén como Mesías, está firmando la sentencia que le lleva al sacrificio, y
sin embargo, lo hace. Entonces los fariseos comentaban entre sí: "¿Veis cómo no adelantáis nada?, todo el mundo se ha
ido tras él". Él sabe que la exaltación real que a Él se le dará cuando
sea levantado, es la de la cruz, la del cuerpo para el sacrificio.
La cruz será su gloria de dominio, será su palabra profética de discernimiento
y también será la unción con la que su cuerpo será marcado como sacerdote de la
Nueva y Eterna Alianza. La cruz será su trono de dominio desde el que Él va a
atraer a todos los hombres hacia sí mismo: "Y
cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí". En
su alma aparece el deseo de donarse, porque ha llegado la hora para la que
había venido al mundo, la hora del designio de amor sobre la humanidad, la hora
por la que Dios entre, de modo definitivo, en la vida de los hombres por la
gracia de la redención.
Sin embargo, todos los sentimientos se van mezclando en Cristo. Así como es
consciente de que ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre,
es también consciente de que el grano de trigo tiene que caer en tierra para
poder dar fruto: "Pero mi alma se turba, ¿y
cómo voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero es para esta hora que yo
he venido al mundo."
Podríamos terminar con una reflexión sobre nosotros mismos, sin olvidar que
nuestra vocación cristiana también es una perspectiva de la luz que pasa a
través de la cruz: Mi vocación es luminosa solamente cuando pasa a través de la
cruz. Tiene que pasar por el mismo camino de Cristo: la aceptación generosa de
la cruz, la aceptación generosa de los signos que nos llevan a la cruz.
Para Cristo, el signo de la entrada de Jerusalén, es el signo que le lleva a la
cruz; para nosotros cristianos, nuestro Bautismo es un signo que nos indica,
necesariamente, la presencia de la cruz de Cristo. Se trata de ser seguidor de
Cristo, marcado con el signo indeleble de la cruz en el corazón y en la vida.
El cristiano ha de ser capaz, como Cristo, de recoger los frutos de vida eterna
del árbol fecundo de la cruz, para uno mismo y para sus hermanos.
Para quien juzga según Dios, la abnegación es Sabiduría Divina envuelta en el
misterio de Cristo crucificado. No existe otro camino para ser seguidor de
Aquél que no ha venido para ser servido sino para servir y dar su vida en
rescate por muchos.
Toda la vida de Cristo, y particularmente su pasión, tiene un profundo
significado de servicio para la gloria del Padre y para la salvación de los
hombres. El Primogénito de toda criatura -al cual corresponde el primado sobre
todas las cosas que son en el cielo y en la tierra-, el que viene en el nombre
del Señor, el rey de Israel, se ha hecho siervo de todos los hombres y dado a
muerte en rescate de sus pecados.
Cristo entra en Jerusalén; Cristo nos habla del grano de trigo, nos habla de
ser exaltados en la cruz, y nos hace una pregunta que tenemos que responder: "¿Puedes beber del cáliz que yo beberé?”
Explicación de la Semana Santa, Domingo de Ramos, Jueves Santo, Viernes Santo, Sábado Santo, Domingo de Resurrección, Recursos, Semana Santa para niños y mucho más.
P. Cipriano Sánchez LC
No hay comentarios:
Publicar un comentario