Es claro que la tristeza nos atañe a todos. Hombres y mujeres, pobres y ricos, viejos y niños. ¡Todos, alguna vez, nos podemos ver inundados por este sentimiento!
Por: Adolfo Güémez | Fuente: analisis@arcol.org
Es claro que la tristeza nos atañe a todos. Hombres y mujeres, pobres y ricos,
viejos y niños. ¡Todos, alguna vez, nos podemos ver
inundados por este sentimiento!
La tristeza es un dolor interno
causado por la ausencia de un bien. Cuando, por ejemplo, a un niño se le cae la
paleta, enseguida llora, porque ha perdido este bien. O si el novio termina a
la novia, ésta se sume en la tristeza por haber perdido esta relación que
consideraba un bien. Y lo mismo ante una enfermedad, el viaje de un ser querido
o, más grave aún, la muerte.
Antes de continuar quiero dejar
clara una cosa: estar triste no es sinónimo de
estar deprimido. La depresión conlleva tristeza, pero no sólo eso. En la
depresión la autoestima de la persona está por los suelos, no siente ilusión
por nada, ni por el mismo hecho de superar esta tristeza, y, además, es incapaz
de tomar decisiones por sí misma de una manera constante.
Volviendo al tema, lo primero que hay que hacer
frente a la tristeza es asumirla.
A veces creemos que no nos
merecemos estar tristes. Vemos todo lo que tenemos, lo que somos… y pensamos
que no tenemos derecho a entristecernos.
Pero los sentimientos las más de
las veces no los escogemos, simplemente se nos vienen. Y si son negativos, el
primer paso para superarlos es aceptar que los tengo.
Lo segundo es aprender a conocernos.
Es muy importante ser capaces de
descubrir y de describir lo que sentimos. Si ante la pregunta «¿Cómo estás?», no sabes explicarte, necesitas
trabajar en tu introspección.
Y ahora sí, estamos preparados
para expresar la tristeza. No temas hacerlo. Callar una emoción no la hará
necesariamente desaparecer.
No compartir tu tristeza, es como
dejar dentro de tu alma un veneno que poco a poco la va a carcomer hasta llegar
a destruirla del todo.
Según Santo Tomás de Aquino, hay cinco recetas para superar la
tristeza:
1. Haz algo bueno y que
te guste: cuando estés triste, no dejes de
consentirte. Toma un chocolate, ve una película, haz ejercicio, sal a una
fiesta, escribe tus recuerdos positivos, etc.
2. El llanto: el mismo San Agustín cuenta que cuando se dolía de la muerte de su
amigo, sólo en los gemidos y en las lágrimas hallaba algún descanso. Llorar no
es malo si la causa que lo suscita es grave. No se trata de un llanto
descontrolado, sino proporcional a la causa de la tristeza. No es lo mismo
llorar porque perdí un partido, que porque ha muerto un familiar.
3. La compasión: comparte con tus amigos la tristeza. Ella es como un peso que nos abruma
y, por eso, cuando sentimos que hay otros brazos cargándola, su peso se
aligera.
Además, cuando alguien me muestra
compasión, es porque me ama, y esto hace que la tristeza sea más llevadera.
4. El sueño y el agua: ¡Vaya que es cierto! Cuando estamos tristes, una buena ducha nos reanima. Nos ayuda a retomar
energías. A tener más clara la mente para tomar decisiones.
Y el sueño, ¡ni se diga! Como dice San Ambrosio: «el sueño restablece los miembros debilitados para el
trabajo, alivia las mentes fatigadas y libera a los angustiados de su pena».
Así que un poco de agua y unas
buenas horas para descansar, pueden ser también un remedio que ayude a mitigar
la tristeza.
5. El encuentro con
Dios en la oración: no hay nadie que nos entienda
mejor que Dios. Y por eso el mejor remedio siempre será el encuentro con Él.
Acude al Sagrario, pídele
explicaciones –¡sí se vale hacerlo!–, no
como alguien que exige, sino como un hijo que no entiende. Cuéntale tus penas,
y abre los oídos de tu corazón para escuchar lo que Él te quiera decir.
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