LA LIBERTAD Y LA SALVACIÓN ETERNA QUE ANHELA EL HOMBRE LA DA CRISTO... ES UN REGALO PARA ABRAZAR Y CELEBRAR
EL
DOMINICO VICENTE BORRAGÁN PUBLICA «DE LA LEY A LA GRACIA» (VOZDEPAPEL)
El dominico Vicente Borragán Mata
lleva más de 40 años viviendo y transmitiendo la Gratuidad
de Dios. Es profesor de Sagrada Escritura y predicador en los grupos
de la Renovación Carismática Católica. Ha escrito treinta libros,
entre los que destaca Todo es gracia (San Pablo), La gratuidad: El gran desafío de la vida cristiana (San Pablo) o La Renovación Carismática: una experiencia de gratuidad (San Pablo) entre otros.
Ahora publica De la ley a la gracia (Vozdepapel),
donde contesta a grandes interrogantes. ¿Nos salvamos gracias a nuestros sacrificios, renuncias, obras y
méritos, o nos salva Dios? Si Jesús nos salva, ¿cuál
es nuestro papel? Si Jesús nos salva gratuitamente, ¿la ley y
los mandamientos están cancelados? ¿Hay que amar a Dios o hay
que tener una actitud de dejase amar por Él? Si somos salvados gratuitamente,
¿ya no hace falta en nuestra vida esos méritos y renuncias? ¿Cómo
es esa gratuidad en la que Dios es protagonista de nuestra
vida?
-
VICENTE, USTED DICE EN EL LIBRO DE LA LEY A LA GRACIA (VOZDEPAPEL)
QUE EL CRISTIANISMO ESTÁ COMO ATRAPADO POR UNAS CADENAS, DESDE HACE SIGLOS, Y
QUE DEBE LIBERARSE Y ROMPERLAS. ¿CUÁLES SON ESAS CADENAS?
- El título del libro ya expresa
en parte su contenido. El cristianismo ha vivido durante muchos siglos bajo el
régimen de la ley. Pero la ley termina siendo una
cadena muy pesada para los que tratan de vivir cumpliéndola en todos sus
detalles.
»Los tres primeros siglos del cristianismo fueron deslumbrantes en muchos
sentidos. Pero en la medida en que se fue perdiendo la experiencia
de un encuentro con el Señor resucitado,
la ley pasó a ocupar el primer lugar.
»Poco a poco se fue imponiendo la idea de un Dios justo y exigente,
amenazante y castigador y la gratuidad desapareció en
beneficio de las obras del hombre.
»El maniqueísmo y la filosofía griega ejercieron una influencia nefasta
en la vida cristiana. Los anacoretas y los monjes comenzaron a someter a un
dominio brutal el cuerpo, considerado como un enemigo del alma. Pelagio y los semipelagianos desfiguraron la gracia, hasta
tal punto que el cristianismo comenzó a vivir de esfuerzos, de renuncias y
sacrificios, dejando caer en el olvido la gratuidad de la acción de Dios y
oscureciendo el rostro del cristianismo.
»Por eso, cuando contemplamos la vida cristiana desde la gratuidad,
sentimos una urgencia casi angustiosa por liberarla de esa influencia tan
perniciosa que el maniqueísmo y la filosofía griega ha tenido en ella, de ese
pelagianismo y de ese semipelagianismo que han llevado al cristianismo por el
camino de las obras y de los sacrificios, de esa imagen de un Dios justo y
exigente, que no nos deja pasar ni una sola, de ese ascetismo tan
brutal, de esa
concepción tan descafeinada de la gracia, de esa predicación moralizante, que
ha proclamado el esfuerzo humano más que la gratuidad de la acción de Dios, el
pecado que la gracia, la condenación que la salvación, el infierno que el
Cielo.
»Esas son algunas de las cadenas de las que el Señor debería liberar a su
comunidad, ya que, de una manera u otra, han convertido al cristianismo en una
religión de sacrificios y esfuerzos, es decir, una religión para luchadores y
atletas, donde los más pobres y débiles quedarían excluidos del
reino y destinados a una condenación eterna.
»Pero, en ese caso, ¿a qué hubiera quedado
reducida la misión de Jesús? ¿Dónde aparecería la gracia, la misericordia y el
amor de Dios? La gratuidad hubiera caído prácticamente en el olvido ante
el esfuerzo humano, y el Cielo sería una conquista, más que una gracia.
»Pero, ¿qué tiene
que ver la gratuidad con ese dominio tan absoluto del cuerpo que nos ha
propuesto la ascesis cristiana durante tantos siglos? ¿Será, acaso, eso, lo que
el Señor quiso dejarnos como recuerdo de su paso por la tierra? ¿Cuántos se
salvarían, si ese fuera el único camino de salvación?
»La realidad es que ese género de vida no deja ni un solo resquicio por
donde pueda filtrarse la acción de Dios. No puedo identificar la vida cristiana
con ese camino fatigoso que hemos creado los hombres. Eso es lo que hace tan
sospechosa la ascesis que hemos recibido. ¿Tendremos
que resignarnos a vivir así la vida cristiana? ¿Será el cristianismo una
religión de atletas y luchadores?
El dominico Vicente
Borragán escribe y predica sobre teología de la gratuidad... y de la alabanza y
la gratitud.
-
EN MUCHOS AMBIENTES DE LA IGLESIA NOS HAN DICHO QUE PARA CONSEGUIR LA SALVACIÓN
TENEMOS QUE IMPLICARNOS EN HACER MÉRITOS, ESFUERZOS, OBRAS Y RENUNCIAS PARA SER
AGRADABLES A DIOS... ¿USTED DICE QUE ESO NO ES ASÍ, QUE LA SALVACIÓN SE RECIBE
DE FORMA GRATUITA?
- Los tres primeros
siglos de la vida de la
Iglesia fueron, como acabo de decir, verdaderamente entusiasmantes. La mayoría
de los que se convertían al cristianismo eran adultos y sabían lo que
hacían. Ser cristiano era muy arriesgado, ya que las persecuciones
contra el cristianismo fueron muy frecuentes por
parte del imperio romano. Para la mayoría de los convertidos eso suponía una
cierta desnaturalización: para los judíos ese paso
llevaba consigo dejar su ley y su templo, que tanto amaban; para los paganos
abandonar sus dioses, sus tradiciones y su familia... y exponerse, con
frecuencia, al martirio.
»Pero en los días del emperador Constantino se produjo una verdadera
revolución en la vida de la Iglesia. Muchos se convirtieron al cristianismo sin
ninguna preparación. Cambiaron de religión, pero no
de costumbres, es decir, que siguieron viviendo prácticamente como paganos. Los pastores de la Iglesia comenzaron a
denunciar ese género de vida y urgieron a todos a la conversión y a las buenas
obras, pero lo hicieron por el camino de las amenazas y de los castigos, no por
medio de una proclamación poderosa del kerygma, que los llevara a un encuentro
personal con Jesús, como Señor y como Salvador.
»La ley volvió a ocupar el puesto de la gracia y los cristianos comenzaron a vivir de obras y sacrificios... pero sin gracia... Eso es lo que
se ha mantenido desde entonces hasta nuestros días... Se diría que el principio
acción-reacción ha funcionado de la manera más natural en la vida de la
Iglesia: "Si Dios ha mandado algo, yo tengo
que ponerlo en práctica. Pero si yo hago lo que el Señor me ha mandado, él me
debe una recompensa, es decir, que tendría que pagarme de alguna manera".
»Pero la esencia de la gracia es precisamente su gratuidad. La gracia ni
se compra ni se vende: se acepta y se recibe, ya
que nadie puede comprar lo que no está en venta. El camino del cristiano
no va de las obras a la gracia, sino de la gracia a las obras. No son nuestros
esfuerzos, ni nuestros sacrificios los que nos hacen agradables a los ojos de
Dios, sino que es Dios mismo, quien nos hace agradables ante él. "Porque me amaste, me hiciste amable", dijo san Agustín.
»Todo es gracia por parte de Dios antes que esfuerzos por parte del
hombre. La gracia precede, suscita y acompaña a las obras del hombre. Tenemos
que poner orden en ese desorden: lo primero es la
gracia, después las obras. Lo contrario no sólo altera, sino que
adultera el proyecto de Dios.
-
ENTONCES, SI JESÚS ES EL ÚNICO QUE NOS SALVA, ¿CUÁL ES EL PAPEL DEL HOMBRE EN
LA SALVACIÓN?
- Yo diría que la cuestión de la
salvación no debe ser planteada a nivel puramente personal, es decir, que no se
trata sólo de "mi" salvación, sino
de la salvación universal, es decir, de la salvación de todos los hombres. Y me
atrevo a decir abiertamente que en el proyecto creador de Dios "todo fue creado para ser salvado". No
unos hombres sí, y otros no; no estos sí, y aquellos no, sino todos.
»La palabra predestinación es un término que deberíamos borrar para
siempre de nuestro vocabulario cristiano. Jamás podríamos entender que Dios
haya destinado a unos hombres a la salvación y otros a la condenación. Es
verdad que el hombre abandonó al Señor desde el principio y que, por tanto, se
hizo merecedor de una condenación eterna. Pero, por otra parte, nadie es capaz
de conseguir la salvación, porque nadie es capaz de cumplir todos
los mandamientos del Señor.
» ¿Quién, de entre todos los hombres que han vivido o
viven, ha sido capaz de amar a Dios con todo el corazón, con toda el
alma y con todas las fuerzas, en todos los momentos de su vida?
¿Quién ha dado de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al
desnudo? ¿Quién ha sido capaz de poner en práctica las enseñanzas que Jesús nos
dejó en el Sermón de la montaña? La
humanidad sería una masa condenada si el Señor no hubiera tenido misericordia
de nosotros. Por eso, la exhibición más grandiosa del amor de Dios fue el envío
de su propio Hijo "por nosotros y por nuestra
salvación".
»Por tanto, si Jesús es nuestro salvador, la salvación tiene que ser
gratuita y universal, es decir, destinada a todos los hombres de todos los
tiempos. Pero, ¿cómo realizará el Señor esa obra
salvadora? ¿Cómo podrá llegar al corazón de todos y de cada uno de los hombres
que han existido, existimos o existirán? Sólo Él lo sabe. Lo cierto es
que él debe tener mil modos y maneras para conseguirlo.
»Los que vivimos de alguna manera una relación de cercanía con el Señor lo único que podemos hacer es abrir de par en par el
corazón y acoger la salvación como un don inmerecido, como
una gracia que jamás hubiéramos podido imaginar. El problema de la salvación es
más un negocio de Dios, que una obra nuestra, porque en ese terreno no cede su
gloria a nadie.
»Jesús no nos dejó sólo unas lecciones de ética, sino que vino para
salvarnos. "No hay bajo el cielo otro nombre
dado a los hombres, en el cual podamos ser salvados". Eso quiere
decir que no nos salvamos, sino que somos salvados. El cómo de
nuestra salvación, lo dejamos en sus manos.
-
VICENTE, DICE EN EL LIBRO QUE "LA VIDA CRISTIANA NO COMENZÓ CON EL
ESFUERZO DEL HOMBRE POR REMONTARSE HASTA DIOS, SINO CON LA VIDA NUEVA EN
CRISTO, REGALADA POR EL DON DEL ESPÍRITU SANTO".
- Nadie que hubiera conocido a
los discípulos de Jesús media hora antes de Pentecostés, los hubiera reconocido
media hora después. Algo pasó que cambió su vida por completo: la venida del
Espíritu Santo.
»Jesús no nos dejó un código ético de comportamiento, ni una serie de
leyes, sino que nos dio su mismo
Espíritu. En su diálogo con Nicodemo lo expresó de una manera
impresionante. Nicodemo pensaba que la llegada del reino de Dios, que predicaba
Jesús, se iba a realizar dentro del sistema legal que imperaba en la vida del
pueblo de Dios. Pero Jesús le desconcertó con su enseñanza... Para entrar en
ese reino había que nacer de nuevo, es decir, de arriba o de lo alto. O dicho
de la manera más clara: había que nacer del
Espíritu.
»El Espíritu y la carne son como dos principios distintos: el Espíritu es vida, dinamismo y acción; la carne es
debilidad y caducidad. Por eso para entrar en ese reino nuevo era
absolutamente necesario un nacimiento nuevo: había que pasar de un reino a otro
reino, de la ley a la gracia, de la carne al Espíritu. Así es como comienza la vida cristiana: con un encuentro personal con el
Señor resucitado, con una efusión grandiosa del Espíritu, no con nuestros esfuerzos. En efecto, no
es el hombre el que remonta o asciende hasta Dios con sus obras, sino el Señor
quien se abaja hasta el hombre con su vida y con su amor.
-
VICENTE, USTED TAMBIÉN SEÑALA QUE EN ESA CARRERA POR CONSEGUIR MÉRITOS PARA LA
SALVACIÓN, EL HOMBRE SE PONE EN EL PRIMER PLANO DE LA VIDA ESPIRITUAL: MI
PERFECCIÓN; MI SANTIDAD; MI SALVACIÓN PERSONAL... TODO ESTÁ CENTRADO EN ÉL, Y,
EN CAMBIO, DIOS QUEDA EN SEGUNDO PLANO, UN POCO EN LA PENUMBRA...
- Está claro que en la misma
medida que el hombre se pone en escena, el Señor tiene que retirarse entre
bastidores. Ese es el peligro que corre la vida cristiana. Desde el mismo
momento en que consideramos que la gracia no es gratuita, sino que hay que
merecerla o conquistarla a base de esfuerzos y de sacrificios... el hombre
ocupa el primer plano, y lo único que le importa es hacer méritos para hacerse
agradable a los ojos de Dios. La vida cristiana ha partido de una desfiguración
casi total de la gracia. Ya el monje Pelagio propuso que Dios había dado al
hombre el poder y el querer para poner en práctica todos los mandamientos del
Señor.
»En ese sentido me gustaría poner en evidencia que la vida cristiana que
han vivido tantos y tantos ascetas ha sido intimista, personalista,
individualista, pelagianista, hasta tal punto que se han desentendido de todo
lo que les rodeaba. Sólo les preocupaba su perfección, su santidad y su
salvación. Es evidente que todo lo hacían por el Señor, pero los que se ponían
en vista eran ellos. No era la acción de Dios en ellos y por ellos lo que
brillaba, sino su acción y su obra por el Señor. Eran los soldados del Señor,
los atletas cristianos, como ya fueron llamados por los santos padres.
»Pero si consiguiéramos la perfección, la santidad y la
salvación por nuestros propios esfuerzos, ¿para qué
habría venido Jesús? ¿Para qué la
gracia? ¿Qué papel jugaría el Señor en nuestra vida? ¿Qué alternativa podríamos
presentar a ese género de vida, sino la gratuidad? El Señor está ahí,
ofrecido, no ganado; regalado, no conquistado. Él es el punto de partida y el
punto de llegada de todo; en él converge el pasado, el presente y el futuro.
-
USTED TAMBIÉN HABLA DE QUE EL HOMBRE DEBE "DEJARSE HACER POR DIOS", Y
"MÁS QUE AMAR A DIOS, DEBE DEJARSE AMAR POR ÉL"...
- En el reino de la gratuidad el
hombre no es, ni puede ser, el protagonista de su vida. Si todo es gracia por parte de Dios, todo debe ser gratitud y alabanza
por parte del hombre. En ese reino no se trata tanto de hacer, como
de dejarse hacer. El Señor tiene que destruir todos los andamiajes que hemos
construido para hacernos agradables a sus ojos.
»Lo decisivo en la vida cristiana no es lo que el hombre pueda hacer por
el Señor, sino lo que el Señor puede y quiere hacer en nosotros. La vida
cristiana tradicional ha estado tan plagada de obras y de esfuerzos por parte
del hombre, que apenas hemos dejado espacio
para la acción de Dios. Se
diría que el hombre ha mantenido un monólogo consigo mismo desde el principio
hasta el final. Pero en el reino de la gratuidad, las cosas no suceden de esa
manera.
»Vivir la gratuidad significa vivir de gracia y de regalo, despojados de
la seguridad que pudieran darnos las obras que hacemos. Por eso, lo primero que
Dios tiene que hacer es una operación de despojo de todo lo nuestro, porque
sólo en la medida en que nos vacíe de nosotros mismos podrá llenarnos de su
gracia y de su amor.
»La gratuidad nos urge a vaciarnos para ser llenados, a ser pobres para
ser ricos, a despojarnos para ser revestidos, a ser como la
arcilla en manos del alfarero, de tal manera que el Señor haga su obra en
nosotros y por nosotros. Esa
fue la actitud de la Virgen con su "hágase en
mí". Y esa debería ser también la actitud propia del cristiano: "Que todo lo que el Señor nos ha prometido se haga
realidad en mí, que todo eso suceda en mí, es decir, que se haga un
acontecimiento en mí". A todos nos gustaría encontrarnos con las
manos llenas ante Dios, pero la gratuidad derriba el castillo que tratamos de
construir.
»Por tanto, vivir de gracia significa vivir
de balde, es decir, vivir de una Presencia que llena todos nuestros vacíos, calma todas nuestras
ansiedades, colma todos nuestros deseos, ilumina todas nuestras tinieblas y
sacia nuestra hambre y nuestra sed de vida y de amor. Por eso, nadie puede
entender mejor la gratuidad que los que no tienen un capital de obras buenas
para poder presentarse con ellas ante Dios: los pobres, los débiles, los
pecadores, los niños, los sencillos.
»Muchos piensan que vivir la gratuidad es algo muy cómodo, pero ¿serán capaces de
renunciar a su protagonismo y vivir sólo de gracia y por gracia?
-
SI NO NOS SALVAMOS POR NUESTROS MÉRITOS, OBRAS Y ESFUERZOS, SINO POR PURA
GRACIA, DE FORMA COMPLETAMENTE GRATUITA, COMO UN REGALO QUE NOS HACE JESÚS,
¿DÓNDE QUEDA LA JUSTICIA DE DIOS?
- Nosotros hemos insistido hasta
la saciedad en poner en evidencia los grandes atributos de Dios: su santidad, su trascendencia, su eternidad, su
omnipotencia, su justicia... Pero hemos cometido el error de considerar
la justicia de Dios, como si se tratara de nuestra propia justicia, es decir,
de una justicia en la que damos a cada uno lo que es suyo. Pero la justicia de
Dios, en la Biblia, no es como la nuestra. Dios es justo cuando mantiene la
fidelidad a la alianza, es justo cuando nos salva, es justo cuando nos
perdona, es justo con nosotros precisamente porque conoce de
qué barro nos ha formado. En
una palabra, se trata de una justicia salvadora y misericordiosa, no
castigadora.
»La justicia de Dios se manifiesta, de una manera muy especial, en el
perdón, en la misericordia, en la fidelidad y en la compasión, en la ternura
que siente por nosotros, sus pobres criaturas. Precisamente porque sabe de qué
barro nos ha hecho... sabe que la salvación eterna no está a nuestro alcance. O
nos la concede por gracia o tendrá que condenar a sus propios hijos. De todas
las maneras, pienso que este problema no puede ser planteado sólo a nivel
individual, sino a nivel de la raza humana entera. En el proyecto creador de
Dios, tal como yo puedo contemplarlo, todo ha sido creado para ser salvado. En
ese proyecto no estaba contemplada la condenación del hombre, sino su salvación
eterna. Y para realizarlo en plenitud mandó a su propio Hijo
"por "nosotros y por nuestra salvación". Esa ha sido la justicia de Dios: una
justicia salvadora del hombre...
- ¿LA GRATUIDAD ES LA ANTÍTESIS DEL PELAGIANISMO?
- La respuesta debería ser
absolutamente positiva. El pelagianismo no conoció la gratuidad. Dios habría
dado al hombre el querer y el poder para poner en práctica todos sus
mandamientos, con lo cual la salvación estaría al alcance de sus manos. Pero,
en ese caso, la gratuidad de la acción de Dios desaparecería por completo. El
cristianismo quedaba destruido de arriba abajo. ¿Para
qué una gracia especial, si podíamos conseguirlo todo con nuestras
fuerzas? ¿Para qué habría venido Jesús, si podíamos salvarnos por nosotros mismos?
»La palabra gratuidad no pudo entrar en el diccionario de Pelagio. Ni la
quería, ni la necesitaba. Se diría que el pelagianismo es exactamente
el polo opuesto a la gratuidad. Por
eso, la influencia del pelagianismo y, sobre todo, del semipelagianismo ha sido
tan nefasta para la vida cristiana.
-
VICENTE, ¿QUÉ ES ESA GRATUIDAD DE LA QUE NOS HABLA?
- La palabra gratuidad evoca en
todos nosotros la cualidad de lo que se hace, se da o se recibe de balde, algo
que no cuesta dinero, lo que se hace sin esperar a cambio ninguna
contrapartida. Por tanto, lo que caracteriza a la gratuidad es el desinterés
total y absoluto. Los hombres actuamos siempre movidos por algún motivo o
razón, pero lo gratuito es precisamente lo que se hace como un gesto de amor y
de servicio "a fondo perdido".
»San Agustín describió la gratuidad como "la acción de Dios por la que, en su inescrutable
sabiduría, visita a los hombres con independencia de sus esfuerzos y de sus
méritos y les impulsa amorosamente hacia el bien". Por eso, cuando hablamos de
gratuidad en relación con la gracia divina lo que queremos decir es una cosa
tan sencilla como esta: que todo lo que se refiere a la gracia, es decir, a esa
Presencia íntima de Dios en nosotros, es gratuito: gratuita
la creación, gratuita la revelación, gratuitas las promesas, gratuita la
elección, gratuita la alianza, gratuita la encarnación de Jesús, gratuita la
reconciliación, gratuita la filiación divina, gratuita la salvación.
»Eso es lo que queremos expresar con la palabra gratuidad: que todo es
gracia, que todo lo que se refiere a Dios es gratuito, que todo es de balde,
que no hay que pagar nada por ello, que él no espera ninguna contraprestación y
que, por tanto, nosotros no podemos merecer, ni ganar, ni conseguir, ni obtener
su gracia de ningún modo, de ninguna manera, con ningún esfuerzo ni sacrificio
que hagamos, porque entre la gracia de Dios y las obras que
hacemos hay un abismo que nadie puede rellenar.
»Gratuidad significa que el
hombre no puede asaltar ese terreno, que es exclusivo del Señor. ¿Qué hemos hecho para que nos haya creado, para que se
haya revelado, para que haya hecho una alianza con nosotros, para que nos haya
mandado a su Hijo, para que nos haya redimido y salvado, para que nos haya dado
su Espíritu y abierto de par en par las puertas de su reino?
» ¿Quién puede sacar pecho ante Dios? Así ha sido la acción de Dios en
nuestro favor: gratuita, de balde, sin mirar de reojo, como si se gozara sólo
en dar, "sin esperar ninguna compensación ni
agradecimiento" y "sin pedir
reciprocidad a su acción por nosotros". Si Dios se diera "mirando de reojo" o "esperando recibir algo a cambio", la
gratuidad de su gesto desaparecería por completo y aparecería en escena el
interés. Pero lo esencial de la gratuidad es ese amor derramado a manos llenas,
que "no tiene explicación en algo que sea
anterior a él". Sólo así podemos experimentar que entre Dios y
nosotros la relación no sea de justicia, sino de gracia, puesto que en esa
relación nosotros no hemos puesto nada de nuestra parte, sino que es gratuita.
Ese es el atractivo irresistible de la palabra gratuidad.
-
AHORA BIEN, SI UN CRISTIANO VIVE EN LA GRATUIDAD, PROCURANDO VIVIR DEL DON Y LA
GRACIA, ¿SE CANCELA LA LEY Y LOS MANDAMIENTOS?
- El Papa Francisco lo ha
expresado con claridad. Los mandamientos
están ahí. Dios los ha puesto ante nuestros ojos. Se diría
que son como una mano que indica el camino que debemos seguir y que expresan el
estilo de vida que Él espera de los que nos hemos encontrado con Jesús como
Señor y como Salvador, en una palabra, que son como una expresión de la vida
nueva que hemos recibido. Pero lo que debemos mantener a toda costa es
que la observancia de los mandamientos no es salvadora.
Sólo Jesús es Salvador. Los
mandamientos no son la condición necesaria para obtener la salvación, sino la
consecuencia que se sigue en la vida de los que ya han sido salvados por el
Señor...
-
ALGUNOS SEÑALAN QUE SI EL CRISTIANO DEJA DE VIVIR EN ESA TENSIÓN POR CONSEGUIR
CON SUS PROPIOS MÉRITOS Y ESFUERZOS LA SALVACIÓN, AQUELLOS QUE VIVAN EN CLAVE
DE GRATUIDAD, NO PRODUCIRÁN ESAS OBRAS CARITATIVAS O DE EVANGELIZACIÓN...
- Yo diría que lo que sucede es
totalmente lo contrario. Los que tratan de vivir de sus propios méritos están
tan centrados en sí mismo para conseguir su perfección y su salvación, que
apenas tienen ojos para los demás. Esa ha sido una de las grandes reservas que
se han hecho contra la ascesis tradicional, a saber, que los que han vivido esa
espiritualidad intimista, personalista y pelagianista se han mantenido, con
mucha frecuencia, alejados de la misión de la Iglesia y del servicio a los más
pobres.
»Pero en el reino de la gratuidad sucede todo lo contrario: el hombre que vive de gracia no cae en un quietismo o en una pasividad total, sino que la gracia le impulsa al servicio de los
demás, a compartir con ellos todo cuanto tiene, a estar
al servicio de los pobres, de los enfermos y de los necesitados.
»Después de más de cuarenta años tratando de vivir la gratuidad he conocido ya a miles de personas que
marchan por ese camino.
Pues bien, no sé de ninguno de
ellos a quien la gratuidad le haya separado de sus compromisos y que le haya llevado a vivir en
la pasividad, sino todo lo contrario: a muchos se les ha
complicado la vida hasta un punto inimaginable. Se han insertado en la
vida de las parroquias, en la evangelización, en la catequesis, en la visita a
los enfermos, en el trabajo en alguna ONG, en el servicio a los más pobres, en
visitar a los enfermos y a los encarcelados...
»No, la gratuidad no nos aparta en manera alguna del compromiso con los
hombres, sino que nos lleva hacia ellos. En ese sentido no hay nada que
temer. No existe el peligro del quietismo y de la pasividad
en los que viven la gratuidad. Por
el contrario, a los ojos de los demás son un verdadero testimonio por su vida
tan atractiva.
-
VICENTE, DICE QUE ESE TSUNAMI DE GRATUIDAD YA SE ESTÁ VIVIENDO. ¿DÓNDE HA
ARRAIGADO ESA GRATUIDAD?
- Por desgracia, la gratuidad no
se vive en muchos ambientes de la Iglesia. Seguramente haya un buen número que
están viviendo la gratuidad de una manera muy particular. Pero ni en el ambiente general, ni siquiera en los nuevos
movimientos de la Iglesia,
nacidos después del concilio Vaticano II, tan admirables por otra parte, se
respiran aires de gratuidad. Aportan a la vida de la Iglesia una serie de
valores, que la enriquecen verdaderamente, pero la gratuidad sigue en la
penumbra...
»Algo tan fascinante como la gratuidad encuentra la oposición de muchos
teólogos, sacerdotes y religiosos, y de la mayoría de los cristianos, demasiado
apegados a su modo de comprender y de vivir la vida cristiana. Se diría que la
gratuidad aparece ante sus ojos como un atentado contra su autonomía y libertad
y que, por tanto, prefieren vivir de lo que ellos producen más que de lo que el
Señor pueda hacer en ellos.
»En muchos ambientes, apenas se oye la palabra gratuidad, se experimenta
un rechazo visceral. Yo diría que sólo una minoría está entrando en ese reino
de gracia que el Señor ha desvelado de una manera muy especial en nuestros
días. En cuanto yo sé, la gratuidad ha comenzado a
vivirse en la Renovación Carismática,
una corriente de gracia, nacida en los Estados Unidos,
en el año 1967, y que se ha desbordado como un torrente por todo el mundo.
»En efecto, la Iglesia de nuestros días ha sido bendecida de una manera
muy especial por el Señor. Cuando en la mitad del siglo pasado se hablaba ya
con la mayor naturalidad de "la muerte de
Dios", el Espíritu Santo se abatió con todo su poder sobre el mundo
para renovarlo y para ganar de nuevo el corazón de los hombres.
»En la oración que Juan XXIII compuso para preparar el Concilio Vaticano II,
se atrevió a pedir al Señor: "Renueva en
nuestro tiempo los prodigios como de un nuevo Pentecostés". Eso fue lo que el Papa pedía para toda la
Iglesia en esa oración: "Renueva en nuestros
días el fuego y el poder, las lenguas y la alabanza, la alegría y el
testimonio, los dones y los carismas, en una palabra, todas las gracias del
principio; que el huracán del Espíritu vuelva a agitar a la Iglesia y a todos
los hombres". Y el Señor escuchó plenamente su oración, porque
apenas terminó el concilio Vaticano II surgió la Renovación Carismática.
»Todo comenzó en un retiro de fin de
semana, organizado por un grupo de profesores de la Universidad de Duquesne,
en Pittsburg (Estados Unidos), y celebrado los días 17-19 de febrero de 1967,
al que asistieron el capellán, dos profesores de la Universidad con sus
esposas, y unos 25 estudiantes. Lo que allí pasó ha llegado hasta nosotros en
multitud de testimonios. Fue una experiencia semejante a la del primer
Pentecostés. El Espíritu Santo se abatió sobre algunos de aquellos jóvenes
estudiantes y su vida fue renovada. Nadie pudo prever lo que allí pasó, ni
imaginar que aquello sería como una bomba de relojería que habría de estallar
en el mundo entero.
»A partir de ese momento, los grupos de oración que fueron naciendo de
aquel Retiro han ido saltando de un pueblo a otro, de una ciudad a otra, de una
nación a otra. En la actualidad la Renovación Carismática se ha
extendido por más de 150 países y se ha introducido en todos los ambientes y en todos los estratos sociales. Nadie sabe
cómo ha sido posible un despliegue tan rápido y extraordinario, pero se puede
asegurar que ha sido la fuerza más explosiva de la Iglesia en nuestros días. Se
ha esparcido como una peste o un contagio, al que nadie ha podido parar.
»En esa corriente de gracia todo comienza con la experiencia de un bautismo en el Espíritu,
semejante al que los apóstoles recibieron el día de Pentecostés. Ahí radica el secreto de todo. Se
trata, en efecto, de hacer hoy la experiencia que tuvieron ayer los apóstoles,
de revivir y actualizar lo que ellos vivieron, de meternos en aquel
acontecimiento, de ser bautizados por el mismo Espíritu, con el mismo fuego y
con el mismo poder que ellos.
»La Renovación Carismática es, por expresarlo en unas pocas
palabras "como una irrupción poderosa del Espíritu para
renovar por entero la vida de la Iglesia, para
sumergir a los hombres en el mar infinito de su vida y de su amor, para
conducirlos a un encuentro personal con Jesús como Señor y como Salvador, para
hacerlos vivir en la gratuidad y en la alabanza, y para llevarlos a recorrer
los caminos del mundo con la fuerza de su gracia, de sus dones y de sus
carismas".
»Se podría decir que ha sido como un baño, un bautismo o una
efusión desbordante del Espíritu que ha transformado la vida de millones de
hombres y mujeres de todas
las edades y condiciones sociales, y que ha hecho brotar en su corazón una
acción de gracias y una alabanza sin fin.
»Y la experiencia más asombrosa de los que se han visto atrapados por esa
corriente de gracia ha sido precisamente la absoluta gratuidad de la obra del
Señor en su vida. Seguramente ha dejado "fuera
de juego" a la mayoría de los fieles cristianos, pero los que han
sido alcanzados por esa gracia jamás podrán renunciar a ella.
»La gratuidad nos abre hacia una visión alegre y dinámica de la vida
cristiana. Así es como ha desaparecido una presentación tan sombría del
cristianismo, que le había hecho perder casi todo su atractivo. Se diría, por
tanto, que ha llegado el momento de desandar lo andado y de retornar al punto
de partida de todo: a la gratuidad total de la
acción de Dios en nosotros. Ella es, en efecto, la raíz y el fundamento
de todo: por eso, no es negociable.
»La Iglesia marchaba por el camino de las obras, de las renuncias y
mortificaciones, pero el Señor la está obligando a volver sus ojos "hacia lo gratuito dejando de lado todo lo
debido". Por eso, ya no podemos resignarnos a vivir la vida
cristiana tal como la hemos recibido. Sé que es muy duro lo que estoy diciendo.
Pero el cristianismo no comenzó con una ley, sino con la
experiencia de un encuentro con el Señor resucitado.
»Algo ha pasado que nos obliga a revisar las palancas que han movido la
vida cristiana durante muchos siglos; algo ha sucedido y no podemos dejarlo
deslizarse a nuestro lado, como si nada hubiera sucedido, porque ha sucedido.
La vida cristiana, en efecto, tiene que moverse necesariamente "en la dinámica del don y no en la del deber cumplido".
»Lo definitivo en ella no son los
deberes del hombre, sino la iniciativa de Dios. Por eso, esa vida solo puede
ser vivida en una relación amorosa
y gratuita con el Señor resucitado. El cristianismo debe ser liberado de
ese fardo tan pesado, que le ha tenido encorvado durante tanto tiempo. La
gratuidad ha conmovido las bases que habían sostenido la vida cristiana, y ha
hecho temblar el edificio en el que los albañiles hemos querido ocupar el lugar
del arquitecto.
»Por eso, nos urge a hacer un stop en esa loca
carrera de pretender conseguir la salvación por nuestras fuerzas y a cambiar la orientación de nuestra
marcha. La gratuidad ha comenzado ya su andadura por esta tierra y nada ni
nadie podrá detenerla jamás. No puede haber nada más esperanzador para los
hombres. Con la gratuidad en nuestras manos estamos asegurados contra todo
riesgo.
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¿CÓMO DEBE SER LA VIDA DE UN CRISTIANO QUE VIVE EN LA GRATUIDAD?
- La vida de un cristiano que
vive en la gratuidad es la vida cristiana sencillamente normal, es decir, una
vida envuelta en el amor de Dios, bajo el señorío de Jesús, animada por el
Espíritu, en acción de gracias y en alabanzas y dedicada al servicio de los
demás. Pero me gustaría retomar el hilo de todo lo que hemos visto para
comprender mejor la novedad de esa vida vivida en la gratuidad.
»La dinámica propia de la gratuidad nos llevaría, en efecto, a vivir en
el sentido inverso al de la ley, es decir, no de nuestros esfuerzos y méritos,
sino despojados de nuestras obras; no de nuestra justicia, sino de la justicia
de Jesús; no de sacrificios y mortificaciones, sino de acción de gracias y
alabanza; no de la práctica de las virtudes, sino movidos por los dones del
Espíritu; no de una espiritualidad individualista, sino vivida en comunidad y
en el amor.
»Se trataría, en definitiva, de vivir desde la orilla contraria a la que
hemos vivido durante tantos siglos, es decir, de una renuncia total a pretender
alcanzar nuestra perfección y nuestra salvación por medio de nuestras obras,
sacrificios y renuncias, y de una entrega total y confiada en el Señor. ¿Cómo expresarlo de otra manera?
»La vida cristiana vivida en la gratuidad consistiría "en aceptar gratuitamente todo lo que Dios nos
da, y de responder gratuitamente a todo lo que nos pide". ¿De qué queremos vivir? ¿De la ley o de la gracia? ¿De
lo que nosotros producimos o de lo que Dios nos regala?
Como niños, aceptar con
alegría lo que Dios gratuitamente nos ofrece...
»Pero, acaso, el rasgo más visible de esa vida, vivida en la gratuidad,
sea precisamente la alabanza. Porque si Dios es gratuidad, el hombre debe ser
gratitud y alabanza. Si Dios no hubiera hecho nada por nosotros, no tendríamos
nada que agradecerle. Pero si lo ha hecho todo, ¿cómo responder a
tanta gracia? ¿Con grandes obras?
»San Agustín ya lo dijo en pocas palabras: "Magnum opus hominum laudare Deum", es decir, "La obra más grande del hombre es alabar a
Dios". De eso se
trata verdaderamente: de vivir en una acción de
gracias y en una alabanza sin fin. Esa es la única manera de
responder, aunque sea bastante inadecuada, a su obra en nosotros. Por eso, se
trata de hacer algo más que un puñado de buenas obras. Y ese algo más es
realmente lo único importante, lo que Él espera de nosotros: que le miremos y le adoremos, que le alabemos y le bendigamos.
»Por eso, la alabanza se convierte en una necesidad biológica de alabarle con el cuerpo y con el alma, con los labios y la boca, con la
inteligencia y la voluntad, con los impulsos y los afectos, con las
ansias y deseos que brotan de lo más profundo de nuestro ser; de alabarle con
cantos, con gritos y con aclamaciones; de alabarle siempre, sin cesar, sin
tregua, día tras día, todo el día, en la salud y en la enfermedad,
en el trabajo y en el descanso, en las penas y en las
alegrías, cuando lo siento o no lo siento, cuando la vida me sonríe o presenta
su lado más oscuro; de alabarle irresistiblemente, inconteniblemente,
apasionadamente, incansablemente, insaciablemente.
»La alabanza es como la vida: una vez que ha comenzado ya no conoce
tregua ni reposo: es una
vocación, una profesión, un oficio a tiempo completo. De la misma manera que nos hemos esforzado por domesticar al cuerpo con
la ascesis más rigurosa, podemos utilizarlo ahora en alabar al Señor. Todo lo
que hemos visto en negativo, podemos hacerlo ahora en positivo.
»Tenemos que alabar a Dios con la totalidad de nuestro ser, con todo lo
que somos y tenemos, en todo momento y en todas las circunstancias de nuestra
vida. Esa es nuestra obra, lo único que podemos hacer por él, lo único en
realidad que es digno de él. Estamos llamados a vivir en alabanza. La alabanza
es como una herida abierta en nuestro costado, que nada ni nadie podrá cerrar.
Se trata de ser sencillamente una pura alabanza de su
gloria. Todo lo demás desaparece como por encanto. Sólo queda
en el alma ese ansia infinita e insaciable de alabar al Señor por siempre
jamás, y de aprender ese oficio o esa profesión que vamos a ejercer durante
toda la eternidad.
»La relación entre la gratuidad y la alabanza es
inquebrantable. La gratuidad se
vive, la alabanza se expresa. La gratuidad evoca la acción
inmediata de Dios en el hombre, la alabanza es como el eco que produce su
acción en él. Por eso, no hay alabanza que no proceda de la gratuidad, pero
tampoco puede haber gratuidad que no se manifieste en alabanzas.
»Una alabanza que no procediera de la gratuidad se convertiría en una
palabrería absurda, pero si la gratuidad no se expresara en alabanzas se
convertiría en una idea sin contenido real. Por eso, ni gratuidad sin
alabanza, ni alabanza sin gratuidad, porque
las dos están tan íntimamente unidas como el calor y la llama, de tal manera
que sólo podremos detectar el grado de intensidad con el que vivimos la
gratuidad por la alabanza que provoca en nosotros.
»Si la alabanza es poderosa, entonces la vida del hombre es pujante; si
es débil o languidece, la vida está dando pasos hacia la muerte. Gratuidad y
alabanza son como las dos palancas que sostienen la vida cristiana, de tal
manera que si una flaquea la otra se derrumba; si una se debilita, la otra
languidece por entero.
» "Como el pájaro ha sido hecho para cantar, así
el hombre ha sido hecho para amar, alabar y adorar". Esa debería ser nuestra
verdadera ascesis, es decir, nuestra pasión de cada día: alabar y alabar al
Señor. A ella deberíamos
dedicar todo nuestro tiempo, todas nuestras fuerzas y energías; ella debería
ser el deseo y el ansia suprema de nuestra vida. La gratuidad, por tanto, nos
lleva a ser una pura alabanza de su gloria, es decir, a vivir
en alabanza. Ese es el rasgo que me gustaría poner en
evidencia, en los que viven la gratuidad.
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