sábado, 26 de noviembre de 2022

VENGO DE CELEBRAR MISA

 Yo tengo muchos defectos y muchas virtudes sencillas, nada heroicas, virtudes de andar por casa. Pero lo que sí me concedió el Señor, desde el principio de mi sacerdocio y (por su bondad) me ha ido aumentando con el tiempo es una intensa devoción al celebrar la santa misa. Una devoción sin altibajos, siempre perenne; además de que, sin ningún esfuerzo, me concentro en ella sin ningún esfuerzo. No es mérito mío, el Señor me la concedió desde el comienzo, no fue producto del esfuerzo.

Mi amor a la misa ha ido incrementándose con el tiempo. Me gustan todas las celebraciones de la eucaristía: la celebración diaria en una parroquia con un grupo de fieles, la festiva con todos los feligreses llenando el templo, las concelebraciones con los hermanos sacerdotes, los grandes pontificales, me gusta hasta asistir a la misa católica en algún rito oriental (algo que solo he podido hacer en Roma). Todas las maneras me aportan algo a esa devoción mía por la misa, en todas esas maneras salgo mejorado en mi interior.

Pero, sin duda, en la forma de celebrar la misa que más siento la presencia invisible del Espíritu Santo es cuando puedo celebrar sin pueblo, de espaldas a uno o dos asistentes que están allí presentes. Nunca celebro totalmente solo. Se trata de una celebración lentísima, muy meditativa, con muchas pausas.

Como es natural, este modo sin pueblo ha sido muy infrecuente, pero todos los años he podido celebrar así un cierto número de veces: retiros espirituales, viajes, visita de sacerdotes a mi parroquia.

Cuando celebro sin pueblo me gusta hacerlo a la luz de las velas y poner incienso en un recipiente especial que tengo para ponerlo sobre el altar. Un recipiente de grueso vidrio que contiene un recipiente interior metálico, muy aislado del vidrio para que no se quiebre. El recipiente de vidrio, de color ámbar, es muy bonito, lo compré en una casa de decoración. Me encanta celebrar la misa con incienso todo el tiempo moviéndose entre el misal y las ofrendas, sobrevolando el altar.

Me preparo antes de acercarme al altar y siento la presencia de Dios en cuanto me aproximo al ara. No es que sienta nada místico, pero la fe es tan intensa que mi imaginación pinta esa presencia tan viva que es como si entrara penetrara en el lugar santo del Templo de Salomón, la consagración es como entrar en el Sancta Sanctorum.

Cada rito estoy seguro de que me santifica. Cada oración, cada pausa de silencio, cada gesto: inclinaciones leves y profundas, genuflexiones, ósculos. La misa está repleta de oraciones y ceremonias que santifican.

Qué maravilla poder tener misa todos los días. Respecto mucho la praxis de los orientales de tener solo misa dominical, pero prefiero la costumbre del rito latino de la misa cotidiana.

P. FORTEA

No hay comentarios:

Publicar un comentario