Ciencia sin religión está coja, religión sin ciencia está ciega. Albert Einstein
Por: Nacho Alpizar | Fuente: New Fire
Durante mucho tiempo ha existido la popular idea que la ciencia y la fe
no encajan. Se habla sobre los límites de la fe en el
campo científico y seguramente has oído cosas como que a la Iglesia
Católica “no le gusta la ciencia”. Pero, ¿es
esto cierto? ¿Qué tan compatibles son la ciencia y la fe? ¿Se contradicen o se
complementan? ¿Qué dice la Iglesia de las ciencias naturales?
Es común
escuchar tanto en los jóvenes como en los adultos decir que la ciencia y la fe
no son compatibles. Inclusive, es más común oír que se oponen. Incluso muchos
afirman que la ciencia puede ser “nublada” por
la religión o hasta que los “mejores científicos” son
ateos. Pero esto realmente no es así y un vistazo a la historia nos lo
demuestra.
Desde la invención del método científico hasta la genética moderna y la astronomía, muchos científicos han llevado sus investigaciónes de la mano con la fe. Tales son los casos de Antoine Lavoisier (padre de la química moderna), Nicolás Copérnico (padre del heliocentrismo), Francis Bacon (padre del método científico) e Isaac Newton (padre del cálculo matemático). Y así como ellos, muchísimos más que, a pesar de haber vivido en momentos diferentes en la historia, tenían algo en común: su amor por las ciencias nacían de su amor a Dios y sus descubrimientos en los distintos campos científicos los acercaban más a Él.
Esta idea no es nueva. Desde sus inicios, la ciencia ha funcionado como herramienta para observar, comprender y estudiar el universo que nos rodea. Pero los más grandes científicos han reconocido la ciencia no sólo como una herramienta sino también, como un don de Dios; para de igual forma observar y admirar su creación.
LA FE ME LLEVA A LA CIENCIA
Muy
probablemente te sorprenda saber que Georges Lemaître (padre de la teoría del
Big Bang) era sacerdote jesuita, o que Gregor Mendel (padre de la genética
moderna) era monje agustino. Y es que la fe ha llevado a estos hombres y a
muchísimos más a querer conocer más de Dios a través de su creación. El
Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) nos lo dice bastante claro:
“La Santa Madre Iglesia, mantiene y enseña que
Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza
mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas” (CIC
36).
Es por
esto que reconocemos que la fe en Dios nos lleva a querer conocer más de Él y
una de las muchas formas es observando y admirando con el don de la ciencia su
perfecta creación.
LA CIENCIA ME LLEVA A LA FE
Ya sabes
entonces que la fe naturalmente me lleva a la ciencia. Pero ¿funciona también viceversa? ¿La ciencia me puede llevar
a la fe? La respuesta no es tan simple como la primera. El físico alemán
Werner Heinsenberg, famoso por formular el principio de la incertidumbre, nos
lo dice de esta forma: “El primer trago de la copa de
las ciencias naturales te volverá ateo; pero en el fondo de esa copa te espera
Dios.”
¿Qué quiere decir esto?
Pues
fácil, la ciencia a primera vista puede parecer contradecir
mucho la existencia de Dios. Por esta razón, las ciencias que
usualmente recibimos en la primaria o en el colegio son tan básicas que muchas
veces nos hacen dudar o nos hacen escoger entre 2 opciones, por ejemplo: Génesis vs. Big Bang. (Ya que como vimos antes,
ignorábamos quien teorizó el Big Bang). Pero el estudio más profundo y
verdadero de las ciencias revela un universo cuya perfección y complejidad se
le puede atribuir (al final) únicamente a Dios.
Tal es el
caso del genetista ateo estadounidense Francis Collins cuyo profundo estudio
del genoma humano y su asombro por la complejidad de este lo llevaron a la fe.
El cual es ahora cristiano y tiene una fundación de científicos creyentes
llamada BioLogos Foundation. O bien, el caso
de Anthony Flew denominado el “ateo más famoso del
mundo” quien tras muchísimos años de estudio y a través de un
conocimiento profundo de la filosofía y de la ciencia se convirtió del ateísmo
al deísmo.
Estos son
solo un par de casos que ayudan a entender que también el estudio profundo del
universo que nos rodea y de su complejidad es uno de los muchos caminos que nos
pueden llevar a Dios.
Y A TODO ESTO ¿LA IGLESIA
CATÓLICA QUÉ?
Pues como
vimos, desde los primeros y varios capítulos más del Catecismo de la Iglesia
Católica se habla de las ciencias naturales y su complementariedad con la fe.
Pero no se queda ahí. La iglesia católica ha ayudado
y apoyado en muchos estudios en pro de la ciencia. Por ejemplo, el
Observatorio Astronómico Vaticano es uno de los más antiguos observatorios en
el mundo y aún trabaja. ¡El mismo Papa Francisco es
técnico en química y amante de la ciencia!
También,
la Santa Sede actualmente posee dos grandes instituciones científicas:
La Pontificia Academia de las Ciencias la cual “tiene
como objetivo la promoción de los avances de la matemática, física y ciencias
naturales, y los relacionados con el estudio de las cuestiones
epistemológicas.” (Estatutos de 1976, art. 2) Quien, dentro de sus
miembros ha incluido reconocidos científicos, entre ellos más de 30 premios
Nobel en áreas como química, física, economía y fisiología.
Y también, la STOQ Foundation (Science,
Theology and the Ontological Quest). Un
proyecto del Consejo Pontificio de la Cultura que promueve el diálogo entre la
ciencia, la filosofía y la teología en las instituciones del Vaticano.
En fin,
tanto ahora como a lo largo de su historia la Iglesia Católica ha entendido la
complementariedad entre la fe y la ciencia y sus aportes a esta última han
cambiado el mundo. Muchos santos como San Alberto Magno (doctor de la iglesia y
patrono de los científicos) o San Juan Pablo II han abogado siempre por el diálogo
entre ambas. La ciencia y la fe se complementan muchísimos y una lleva a la
otra. Al contrario de lo que se cree popularmente, no son enemigas sino más
bien ¡son perfectamente compatibles! Como lo
dijo el papa San Juan Pablo II en una de sus cartas encíclicas más famosas:
“La fe y la razón son como las dos alas con
las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad.” (Fides et Ratio, 1998)
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