Es algo muy bueno que los que vivan en un país se sientan orgullosos del lugar donde Dios les hizo nacer. El patriotismo es bueno mientras no se caiga en la soberbia ni en el desprecio de los demás. Ojalá que todos amarán la población en la que viven, les gustara su región, y se sintieran muy a gusto en su nación.
Ahora
bien, no pienso que España sea el mejor país del mundo. Es una nación más
dentro de la familia de naciones del planeta, no es el centro del universo.
Basta leer Memorias de Africa (nada que ver con la película) para asomarse
a lo que una danesa puede llegar a amar ese continente. Vi un documental sobre
Sudáfrica en el que el director, de un modo muy personal, mostró con sinceridad
todos los problemas de su país, pero el mismo metraje mostraba problemas, pero
el amor del director por su tierra. El cual había estado en muchos otros
países, pero seguía amando su patria.
Hace poco
vi otro documental sobre Argelia y lo mismo. El director reconocía los
problemas de su país, pero lo amaba.
Hay un
patriotismo malo y hay un amor a la tierra que es bueno. El patriotismo en sí
es bueno, siempre y cuando uno considere las cosas con humildad; la humildad
siempre es realismo. El patriotismo contra alguien siempre es malo. El
patriotismo debe ser sereno, tranquilo. Es un amor a la patria del que es
consciente de que de haber nacido doscientos kilómetros más allá su orgullo
sería el de ser francés. La idea de la humanidad como una sola familia esa es
la que, verdaderamente, más ilusión me produce. En mi caso más que el
patriotismo por España, a la que quiero mucho, lo que más me entusiasma es la
de un planeta en la que todos, realmente, nos sintiéramos hermanos y buscáramos
la prosperidad de todos, sin egoísmos nacionales.
Todo esto
no es incompatible con la idea de que pienso que cada nación debería crear una
serie de edificios institucionales, ceremoniales del poder y cosas similares
que ayuden a que sus ciudadanos se sientan orgullosos de su nación. Ya he
explicado en post pasados que creo que Madrid podría crear una especie de
barrio de edificios institucionales que se convierta en un atractivo turístico.
Y cuando pienso en ese “barrio”, hablo de un
proyecto para ser completado, ampliado y terminado en medio siglo como mínimo.
Hace una
semana que pienso que Madrid debería tener un gran panteón nacional. Que
sirviera para entierros de la gente normal y así sufragar parte de los gastos,
pero que se convirtiera en el gran marco de los entierros de Estado. Esta idea
la explicaré mañana. Aunque ya sabéis que cuando me da por perderme en mis
fantasías arquitectónicas, ese anuncio es casi una amenaza.
P. FORTEA
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