Intentaremos ir aclarando el origen de algunos de los elementos más fundamentales de la Iglesia Católica.
Por: Christian | Fuente: Apologia21.com
Cuentan que tras la Ruptura Protestante en el s. XVI, cuando Europa se volvió
loca y utilizó el nombre de Jesús para matarse unos a otros (maquiavélicamente
azuzados por los intereses políticos), en algunas zonas protestantes
desenmascaraban a los sospechosos de catolicismo mediante “un truco” muy sencillo y eficaz. Les ponían una
hostia consagrada delante y les pedían que la profanaran (escupiendo sobre ella
o algo por el estilo). Si era un protestante lo haría sin problema, pero si era
católico ni las amenazas de muerte lograrían hacerle profanar lo que él
consideraba sin duda alguna el cuerpo de Jesús. Obviamente no todos tendrían el
coraje de preferir la muerte a la profanación, pero el recurso era lo
suficientemente eficaz como para ser usado en ocasiones contra los católicos.
En este
artículo intentaremos ir aclarando el origen de algunos de los elementos más
fundamentales de la Iglesia Católica, elementos que, en opinión de muchos
protestantes, son corrupciones posteriores introducidas por el emperador
Constantino. En concreto trataremos ahora sobre el origen de la creencia
católica y ortodoxa de que el partir el pan no es simplemente un acto
conmemorativo, sino que Jesús está real y verdaderamente presente en ese pan
consagrado. ¿Nos ha llegado esta creencia de
Constantino o ya estaba presente en la Iglesia Primitiva? Continuamos
nuestra inmersión en la historia del cristianismo de los primeros siglos para
descubrir las raíces de nuestra fe.
Nota: La presencia de Jesús en la
hostia consagrada y la doctrina de la Transubstanciación
no son exactamente la misma cosa, pues la transubstanciación afirma que el pan
y el vino dejan de ser pan y vino y se convierten en el cuerpo y la sangre de
Jesús, mientras que los protestantes de la iglesia luterana sí admiten la
presencia de Jesús pero “dentro” del pan y
del vino, no “en lugar de”. Pero como este
matiz solo afecta a diferencias entre católicos y modernos luteranos
simplificaremos la controversia y nos tomaremos la licencia de mezclar los
conceptos de “presencia real” y “transubstanciación” como si fuesen equivalentes
sin más. Pero si quiere profundizar en la doctrina de la transubstanciación
puede leer el artículo: “Eucaristía y transubstanciación: presencia real de Dios”
DIFERENTES CREENCIAS SOBRE EL ACTO DE
PARTIR EL PAN
La
Iglesia Católica afirma que el pan y el vino al ser consagrados se convierten
en el cuerpo y sangre de Cristo, respectivamente, pese a que los dos elementos
(pan y vino) conservan sus accidentes (color, olor, sabor, textura, etc.). Esta
conversión es llamada “transubstanciación” porque
se definió según los conceptos filosófico-científicos aristotélicos del
momento, aunque para nuestra mentalidad moderna sería probablemente más preciso
un término como el de “transmutación”. Según
los católicos esta creencia se remonta a los mismos orígenes de la Iglesia,
recoge la tradición de la Iglesia Apostólica y es una revelación que proviene
del propio Jesús cuando en la Última Cena profirió las siguientes palabras:
Tomad
y comed, este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros. Del mismo modo,
tomó el cáliz y se lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed todos de él,
porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será
derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto
en conmemoración mía. (Cfr. Mateo
26:26-29; Marcos
14:22-25; Lucas
22:19-20; I Cor
11:23-26)
La
Iglesia cree que todo Cristo, vivo y entero, con su cuerpo, su sangre, su alma
y su divinidad, está presente en ella, de una forma verdadera, real y
sustancial. Ciertamente esto es mucho creer, por tanto no es de extrañar que
muchos cristianos acabaran abandonando tal creencia y acusando a la Iglesia
Católica (o al emperador Constantino) de haberse inventado semejante “barbaridad”. Pero lo cierto es que hasta el siglo
XVI esta creencia no fue claramente contestada.
POSTURA PROTESTANTE
Serán los
protestantes, siglos después, quienes rechacen la transubstanciación alegando
que ese concepto es una invención católica tardía fundamentada no en la Biblia,
sino exclusivamente en la filosofía aristotélica y las nociones griegas de
esencia y apariencia. Frente a esta creencia católica y ortodoxa los
protestantes sí presentaron su propia innovación, basada en sus razonamientos y
suposiciones, y ya desde el primer momento ofrecieron diversas creencias:
– Lutero creía que
durante la consagración Jesús se unía al pan y al vino, pero después esa
presencia se retiraba otra vez, de forma que el pan y el vino se podían tirar a
la basura sin ningún problema.
– Calvino es aún
más difuso, admite cierta presencia espiritual durante la celebración de la
cena, pero más debido a la fe del creyente que al hecho de que Jesús bajase
realmente al pan (de todas formas modificó sus opiniones sobre la eucaristía en
varias ocasiones durante su vida).
–
Los anabaptistas creen que en la celebración de la
Cena el pan y el vino son cuerpo y sangre de Cristo pero en el sentido de que
toda la comunidad de cristianos es el cuerpo místico de Cristo, y al compartir
todos la misma comida están compartiendo ese cuerpo místico que está formado
por la comunidad entera.
– Otros sectores
apoyaban ya entonces la opinión que es hoy la
mayoritaria entre las diferentes denominaciones protestantes y
paraprotestantes: la celebración de la cena del
Señor no es más que un acto de recuerdo de aquella Última Cena de Jesús antes
de su muerte. No hay nada en el pan y el vino que les haga especial más
allá de su poder de evocación mental, del mismo modo que una cruz evoca la
muerte y/o la salvación de Jesús pero no tiene nada de especial por sí misma.
El
antecedente de todas estas ideas protestantes habría que buscarlo en los
cátaros medievales que habitaban sobre todo en el Languedoc francés (siglos
X-XII). Los cátaros en esto, como en todo, no tenían un credo compacto, sino
que tenían un conjunto de creencias diversas e incluso contradictorias cuyo
principal elemento común y aglutinador era el oponerse a la ortodoxia de la
Iglesia oficial. Algunos creían que el partir el pan era solo un memorial y
algunos otros sí creían que Jesús convirtió el pan en su cuerpo y el vino en su
sangre, tal como dicen sus palabras en el Nuevo Testamento, pero negaban que
los sacerdotes tuvieran el poder de reproducir ese milagro, por lo tanto según
ellos la transubstanciación solo se produjo una vez, durante la Última Cena, y
a partir de entonces lo único que podemos hacer es recordar ese milagro, pero
no reproducirlo.
ORIGEN DE LA DOCTRINA
Ante la
negación protestante, la Iglesia Católica reafirma la creencia en la presencia
real de Jesús en la Eucaristía durante el Concilio de Trento en el siglo XVI:
Mas por cuanto dijo Jesucristo
nuestro Redentor, que era verdaderamente su cuerpo lo que ofrecía bajo la
especie de pan, ha creído por lo mismo perpetuamente la Iglesia de Dios, y lo
mismo declara ahora de nuevo este mismo santo Concilio, que por la consagración
del pan y del vino, se convierte toda la substancia del pan en la substancia
del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y toda la substancia del vino en la
substancia de su sangre, cuya conversión ha llamado oportuna y propiamente
Transubstanciación la santa Iglesia católica. (Concilio de Trento. CAP. IV. De la
Transubstanciación, 1640)
Quienes
afirman que este dogma “se inventó” en
Trento (s. XVII), o que fue una idea de Santo Tomás de Aquino (s. XIII) no
pueden disculpar su ignorancia escudándose en su protestantismo o ateísmo sino
simplemente en su falta de información. La Iglesia Ortodoxa se separó en el
1054 así que lo que dijera Trento o Santo Tomás no le afectó en absoluto pero
creen, igual que nosotros, en la presencia real de Jesús.
Otros, un
poquito más informados, afirman que tal idea surgió antes, en el Concilio de
Letrán. Al menos aquí hay algo cierto, la transubstanciación fue declarada
dogma en ese concilio:
El cuerpo y la sangre están
contenidos verdaderamente en el sacramento del altar, bajo las formas del pan y
el vino, el pan y el vino de haber sido transubstancian, por el poder de Dios,
en su cuerpo y sangre. (IV Concilio de Letrán,
1215)
Pero esta
declaración dogmatica no supone ninguna innovación ni ruptura con la tradición
común que también los ortodoxos conservaban, simplemente intenta atajar algunas
disputas que surgían sobre si el pan y el vino realmente se transformaban en el
cuerpo y la sangre de Cristo o simplemente el cuerpo de Jesús se unía de alguna
forma a esas sustancias materiales. La declaración laterana lo que reafirma es
la creencia tradicional heredada por la Iglesia.
Y así
unos sitúan la supuesta invención de la doctrina de la transubstanciación en un
momento o en otro, más ninguno se atreve a traspasar el lumbral de Nicea (año
325), pues la mayoría de los protestantes consideran que más allá de Nicea (y
del emperador Constantino) está la verdadera Iglesia de Jesús, y esa iglesia
cristiana no estaba aún contaminada por las herejías católicas. Por este motivo
vamos a meternos ya de lleno en lo que creían los cristianos en los siglos
anteriores a Nicea, lo que llamamos la Iglesia Primitiva. Si estos
primeros cristianos creían en la presencia real de Jesús en la eucaristía,
entonces no tiene sentido seguir diciendo que tal doctrina es una invención de
la Iglesia Católica de la época de Constantino o de siglos posteriores.
En el
siglo IV el obispo San Cirilo de Jerusalén ya recogía claramente esta creencia
en la Transubstanciación en su catecismo para catecúmenos:
Lo que parece pan no es pan, aunque
así sea sentido por el gusto, sino el cuerpo de Cristo, y lo que parece vino no
es vino, aunque el gusto así lo quiera, sino le sangre de Cristo (Catequesis XXII,9)
Pero San
Cirilo nos dejó escrito esto poco después del Concilio de Nicea, así que
tendremos que buscar indicios anteriores al siglo IV para poder traspasar “la barrera constantiniana” y ver en qué
creía esa Iglesia original, por si acaso la creencia en la presencia real de
Jesús en la eucaristía fuese también una manipulación de Constantino, que
siempre aparece como último recurso para explicar cualquier creencia católica
que no gusta a los demás. Retrocedamos hasta la época de la Iglesia de las
persecuciones y busquemos pruebas sobre qué creencias tenían ellos en este
asunto. Empecemos por el principio y acudamos a las fuentes bíblicas.
LA TRANSUBSTANCIACIÓN EN LA IGLESIA DEL
SIGLO PRIMERO
Por el
libro de Hechos sabemos que los cristianos se reunían a rezar y alabar a Dios.
También vemos en la Biblia que los cristianos se caracterizan por “partir el pan”, lo cual es reconocido por los
protestantes aunque ellos lo interpretan como alegoría, no como eucaristía. Los
testimonios extrabíblicos del siglo I y II no dan lugar a opiniones diversas,
su interpretación de esos pasajes bíblicos es literal, no alegórica, y celebran
la eucaristía, no un recuerdo del pasado. Muchos pasajes del evangelio de Juan
son tan claros que resulta difícil pensar que habla en alegorías, aunque eso no
estaría totalmente descartado. El problema es que Juan está ya escribiendo eso
al mismo tiempo que otros cristianos están celebrando la eucaristía como
presencia real de Jesús. Si Juan no creyera en esa presencia real, en lugar de
echar más leña al fuego de la confusión con los discursos de Jesús sobre comer
su carne y beber su sangre, habría hecho todo lo contrario, aclarar que el pan
no es carne de Jesús sino solo un símbolo de su recuerdo. Pero por el
contrario, esto es lo que Juan escribe y es palabra de Dios:
Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El
que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para
la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre
puede darnos a comer su carne?». Jesús les respondió: «Les aseguro que si no
comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en
ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi
sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en
mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el
pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron [el maná].
El que coma de este pan vivirá eternamente». Todo esto lo enseñó Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. (Juan 6, 51-58)
Si lo que
Juan realmente pretendía era dejar absolutamente claro la presencia real de
Jesús en la eucaristía, no podría haberlo dicho mejor. Vemos a un Jesús que no
solo nos dice que el pan es su carne y el vino es su sangre, como ha hecho en
otras ocasiones, sino que enfáticamente explica y repite que esto es así,
aunque parezca chocante, y además insiste en que la eucaristía es un
instrumento fundamental para la salvación, no un mero símbolo de recuerdo. Y
aún así, si no tienes nada más que este texto, no sería del todo imposible
decir, como dicen, que Jesús hablaba de nuevo en parábolas, aunque tampoco
podemos olvidar que no se trata de otro discurso “populista”
de Jesús lleno de metáforas para impresionar a las masas, sino que
estamos ante sus palabras “en la sinagoga de
Cafarnaúm”.
Ese es el
problema de la doctrina protestante de la “sola
scriptura”, que como la Biblia no puede explicarse a sí misma
siempre queda algún margen para interpretarlo como te parezca y es imposible
escapar de este razonamiento circular. Pero la Iglesia Católica tiene otra
fuente de conocimiento con la que podemos contrastar si esa interpretación es o
no la correcta: la Tradición. Si los
cristianos primitivos tomaban esas palabras en sentido literal, entonces es que
los apóstoles se lo habían enseñado así. No es creíble que los apóstoles
prediquen que el partir el pan es una mera fórmula de recuerdo y enseguida
veamos que por toda la cristiandad (no solo en alguna zona hereje) los cristianos
lo están haciendo convencidos de que se trata de una presencia real.
Aunque
muchos protestantes creen que la apostasía católica se produjo en tiempos de
Constantino, no faltan tampoco quienes creen que la Iglesia ya empezó a
apostatar y volverse herética durante la propia vida de los apóstoles. Si eso
fuera así habría que aceptar que Pentecostés fue un fracaso y que el Espíritu
Santo se tomó la molestia de iluminar a los apóstoles para nada, pues al
parecer su predicación lo único que consiguió fue crear un engendro herético
totalmente alejado del mensaje de Jesús. Si creemos que la Iglesia se echó a
perder ya incluso en vida de los apóstoles, entonces está claro que habría sido
mejor dejar a los apóstoles en Jerusalén sentaditos en casa y esperarse 15 o 20
siglos a que el Espíritu Santo, esta vez sí, iluminara de verdad a algún hombre
que lograse transmitir el verdadero mensaje con un éxito que ensombrece
totalmente al logrado por los apóstoles. ¿Para qué
tantas molestias hasta llegar incluso al martirio si al parecer todos
malinterpretaron su mensaje? Tal panorama resulta absurdo si realmente
creemos en el Espíritu Santo y en lo que nos cuenta la Biblia, pero al parecer
parte de los protestantes y la mayoría de los paraprotestantes piensan que eso
fue precisamente lo que ocurrió. Cada uno cree que su fundador particular fue
quien consiguió lo que los apóstoles iluminados por el Espíritu Santo no
lograron en el siglo primero: interpretar la
doctrina de Jesús de forma correcta y transmitírsela a un grupo de seguidores
que sí fueron capaces de entenderla bien y conservarla pura.
Pero
frente a esta visión de que las primeras comunidades cristianas ya eran
heréticas tenemos el testimonio del evangelio de San Juan, palabra de Dios según
los católicos y también según los protestantes. Según nos explica san Juan, lo
que ocurrió después con los protestantes es lo mismo que ocurrió ya en tiempos
de Jesús. Nos lo cuenta en su evangelio justo tras narrarnos el anterior
discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm explicando que su carne es la
verdadera comida y su sangre es la verdadera bebida. Dice Juan que “Al oír esto, muchos de los que seguían a Jesús
dijeron: – Esta enseñanza es inadmisible. ¿Quién puede aceptarla?” (Juan
6:60-61) A lo que Jesús replica “Las palabras
que os he dicho son espíritu y vida. Pero algunos de vosotros no creen.”
(Juan 6:63-64), y sigue Juan diciendo “Desde
entonces, muchos discípulos suyos se volvieron atrás y ya no andaban con él.”
(Juan 6:66).
Los
discípulos de Jesús entendían perfectamente el lenguaje que Jesús empleaba pues
compartían el mismo idioma y la misma cultura, sin los problemas de matices y
traducciones que podríamos tener hoy en día, y para ellos no había ninguna
ambigüedad: Jesús había dicho que quien comiera su
cuerpo tendría vida eterna, y por eso se escandalizaron. Pero no vemos
que Jesús se apresurara a tranquilizarles diciendo, “habéis
entendido mal, yo estaba hablando metafóricamente”. No, esos discípulos
se escandalizaron, no quisieron aceptarlo y abandonaron a Jesús, y Jesús no
pudo impedirlo porque lo que les había escandalizado era precisamente la
verdad, no un desgraciado malentendido. Jesús ni aclaró ni rectificó, porque
durante todo su discurso se había esforzado mucho en dejar bien claro que eso
era literalmente así, y no una metáfora como ahora opinan los protestantes.
Cuando uno lo deja todo para seguir a su Maestro, no lo abandona solo porque no
le ha gustado un discurso, sino porque se ve incapaz de seguir aceptando sus
enseñanzas. No estamos ante un problema lingüístico o estilístico sino ante un
problema doctrinal.
Frente a
quienes insisten en que Jesús estaba hablando aquí en sentido metafórico y por
tanto el escándalo de esos discípulos era infundado, habría que recordarles
otros momentos en los que Jesús sí habló en sentido metafórico y fue
malinterpretado por sus oyentes, pero en esas ocasiones sí que vemos a Jesús
corregirles en su error y explicarles el sentido simbólico de sus palabras:
Jesús les advirtió:
— Mirad, tened cuidado con la levadura de los fariseos
y de los saduceos.
Los discípulos comentaban entre ellos: “Esto
lo dice porque no hemos traído pan”.
Pero Jesús, dándose cuenta de ello, les dijo:
— ¿Por qué estáis comentando entre vosotros que os
falta pan? ¡Lo que os falta es fe! ¿Aún no sois capaces de entender? ¿Ya no
recordáis los cinco panes repartidos entre los cinco mil hombres y cuántos
cestos recogisteis? ¿Ni los siete panes repartidos entre los cuatro mil y
cuántas espuertas recogisteis? ¿Cómo es que no entendéis que yo no me refería
al pan cuando os decía: “Tened cuidado con la levadura de los fariseos y de los
saduceos”?
Entonces los discípulos cayeron en la cuenta
de que Jesús no les prevenía contra la levadura del pan, sino contra las enseñanzas
de los fariseos y de los saduceos. (Mateo 16:6-12)
O este otro pasaje:
Y [Jesús] añadió:
— Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero yo voy a
despertarlo.
Los discípulos comentaron:
— Señor, si se ha dormido, quiere decir que se
recuperará.
Creían ellos que Jesús se refería al sueño natural, pero él hablaba de
la muerte de Lázaro. Entonces Jesús se expresó claramente:
— Lázaro ha muerto. (Juan 11:11-14)
Y aquí es el propio Juan el que explica la metáfora
usada por Jesús para aclarar lo que realmente quiere decir:
Jesús les contestó:
— Destruid este Templo, y en tres días yo lo levantaré
de nuevo.
Los judíos le replicaron:
— Cuarenta y seis años costó construir este Templo,
¿y tú piensas reconstruirlo en tres días?
Pero el templo de que hablaba Jesús era su
propio cuerpo. (Juan 2:19:21)
Y sin
embargo en todas las menciones bíblicas a que el pan es el cuerpo de Jesús, en
ningún momento vemos a Jesús o a un evangelista aclarando la situación para que
nadie malinterprete su supuesta metáfora.
Está
claro que el concepto de la eucaristía no es fácil de asimilar si no es por
medio de la fe. Ya en vida de Jesús, como vimos antes en Juan 6:51-66,
muchos de sus propios discípulos le abandonaron cuando dejó bien claro que el
pan y el vino no son meros símbolos, sino su carne y su sangre. ¿Nos extraña entonces que siglos después muchos otros
reaccionaran de la misma manera y se alejaran de sus enseñanzas en parte por el
mismo motivo?
Pero no
es solo Juan, citando a Jesús, quien defiende la transubstanciación como algo
no solo real, sino fundamental. Otros pasajes parecen explicar también que se
trata de una presencia real, como por ejemplo la amonestación que Pablo dirige
a la Iglesia de Corinto por dos motivos, porque no celebran la eucaristía con
la debida frecuencia y porque no se la toman en serio; dos quejas que podría
dirigir igualmente a muchas denominaciones protestantes de hoy en día. Lo
podemos leer en Corintios 1,
11:17-34. Una de sus frases es la siguiente:
Por lo mismo, quien come del pan o bebe de la copa del Señor de manera
indigna, se hará culpable de haber profanado el cuerpo y la sangre del Señor. (1 Corintios, 11:27)
Noten que
Pablo no dice que se hará culpable de haber profanado “la
memoria del Señor”, sino de haber profanado “el
cuerpo y la sangre del Señor”. No habla del pan y el vino como una
alegoría, sino como el mismísimo cuerpo y sangre de Jesús. Que Jesús pudiera
hablar en metáforas es una cosa, pero en este pasaje no puede decirse que Pablo
estaba predicando “en parábolas”. No estaba
predicando, estaba dando instrucciones muy claras y con un lenguaje totalmente
práctico y claro. Pero es que a continuación añade:
Porque si come y bebe sin discernir el
Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación. (1 Corintios, 11:29)
Si Juan
nos dice que comer el cuerpo de Cristo nos da la Vida, Pablo nos repite lo
mismo pero en negativo, quien lo come sin ser consciente de lo que está
comiendo a sí mismo se está condenando. Palabras que si las dijera hoy el papa
levantaría una indignada oleada de protestas por parte de los protestantes,
pero no las dice el papa, las dice San Pablo en la misma Biblia.
Las
iglesias católica, ortodoxa, orientales, en parte la luterana y, en cierto
modo, la anglicana y la episcopaliana (estas dos lo dejan a elección del
feligrés), afirman que en la eucaristía la presencia de Jesús es real, no alegórica,
y por tanto la ceremonia no es simplemente un recuerdo, sino un sacramento y un
instrumento necesario para nuestra salvación. Eso mismo parece estarnos
diciendo San Pablo. Si el partir el pan fuera solamente una ceremonia de
recuerdo, nadie podría condenarse solo por no tomársela suficientemente en
serio. Podría ser severamente amonestado por no mostrar el debido respeto a
Jesús, pero decir que eso le va a condenar parecería claramente excesivo. Pero
eso es lo que dice Pablo: porque si come y
bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación. “Discernir” algo es ser capaz de reconocerlo.
Pablo no dice que se condenará quien no discierna el memorial, dice que se
condenará quien no discierna “el Cuerpo del Señor”.
Así pues en ese pan y ese vino no tenemos el recuerdo del Señor, sino su
cuerpo: quien no sea capaz de ver lo que realmente significa el pan se está
condenando. Lo dice Pablo.
LA TRANSUBSTANCIACIÓN Y LA IGLESIA
PRIMITIVA
Si los
primeros cristianos hubieran celebrado la partición del pan como simple acto
recordatorio, como símbolo, entonces no tendrían ningún sentido las
malinterpretaciones que de su creencia hacen los paganos, quienes les acusan
repetidamente de canibalismo y de hacer sacrificios humanos. Los cristianos creían
realmente estar comiendo el cuerpo de Cristo. No comían el pan y bebían el vino
para recordar el sacrificio de Jesús, sino que realmente, tal como hoy los
católicos, se unían al sacrificio único y eterno de Jesús en la eucaristía y
comían su cuerpo y bebían su sangre. Procuraban no comentar esta creencia con
los no cristianos para evitar problemas, pero inevitablemente habría
filtraciones, trozos de conversación escuchadas inoportunamente, de ahí las
acusaciones basadas en una realidad deformada. La idea de la eucaristía
escandaliza hoy a muchos protestantes y divierte a muchos ateos. También
ocurría así por aquel entonces. Si algunos se escandalizan hoy de las
constantes críticas que se hacen a los católicos que miren las que les hacían
en los primeros siglos:
Los delitos ocultos con los cuales
nos calumnian son: Que en la congregación nocturna sacrificamos y nos comemos
un niño. Que en la sangre del niño degollado mojamos el pan, y empapado en la
sangre comemos un pedazo cada uno. Que unos perros que están atados a los
candeleros los derriban corriendo para alcanzar el pan que les arrojamos bañado
en sangre. Que en las tinieblas que ocasiona el forcejeo de los perros,
encubridores de la torpeza, nos mezclamos impíamente con las hermanas o las
madres. (Tertuliano 197 d.C.)
Sin duda
el ambiente de igualdad y hermandad que reinaba entre todos los cristianos,
independientemente de su sexo, les hizo sospechosos de todo tipo de
promiscuidad sexual, mezclado con el incesto por la costumbre de llamarse todos
“hermanos” y darse la paz con un beso. No es
que los paganos de entonces fuesen puritanos que se escandalizaran de la
liberalidad en el trato entre hombres y mujeres, sino que ellos solo entendían
ese trato desde una perspectiva sexual, no de amor fraternal. Veamos también en
el siglo II otra protesta por la frecuente acusación de canibalismo:
Los cristianos no son culpables de canibalismo. Les está prohibido matar
a nadie. Más aún, ni siquiera miran cuando se está perpetrando un asesinato, al
paso que los paganos encuentran en ello un placer especial, como lo demuestran
los espectáculos de gladiadores. Los cristianos tienen mucho más respeto por la
vida humana que los paganos. Por ello, condenan la costumbre de abandonar* a
los niños recién nacidos. (Atenágoras
175 d.C.)
*esta costumbre no consistía en
abandonarles en manos de otras personas o instituciones, sino abandonarles en
el campo para dejarles morir, algo bastante frecuente por entonces y
considerado perfectamente normal, como pueda ser hoy el aborto para muchos.
Y no se trata
de molestos rumores, estas acusaciones estaban desatando oleadas de
persecuciones contra los cristianos y muchos morían por su causa. Si los
primeros cristianos hubieran considerado desde el principio que el pan y el
vino eran simplemente pan y vino, nadie habría acusado a los cristianos de
canibalismo por comer pan y beber vino conmemorando antiguas hazañas de Jesús,
pues tal comportamiento era de lo más normal en el mundo pagano. Lo que hizo
que todos los dedos acusadores convergieran sobre los cristianos era la
creencia que estos tenían de que en sus celebraciones estaban real y
verdaderamente comiendo el cuerpo y la sangre de Jesús, aunque esta creencia
fuera luego deformada y sacada de contexto por los paganos.
La
eucaristía no era un simple acto de recuerdo, era un elemento central en la
Iglesia cristiana ya desde su mismo nacimiento en Pentecostés. Cuando tras el
discurso de Pedro se convierten los primeros 3.000 cristianos le preguntan a
Pedro qué deben hacer ahora que creen. Pedro no les dice, al modo protestante,
que con su fe basta y ya están salvos sino que les pidió que se bautizaran y
les exhortó a cambiar de vida, “a que se
pusieran a salvo de esta generación perversa” (Hechos 2:40), y a
continuación nos cuentan lo que hizo desde entonces esa primera comunidad
cristiana:
“Todos se reunían asiduamente para
escuchar la enseñanza de los apóstoles y participar en la vida común, en la
fracción del pan y en las oraciones.” (Hechos
2:42)
No
tenemos fieles creyentes, tenemos cristianos que buscan servir a Dios en
comunidad, y además de escuchar a los apóstoles, rezar y amarse los unos a los
otros se nos menciona un cuarto rasgo central: “participar
en la fracción del pan”.
Con la
excepción de algunas herejías minoritarias, como el docetismo y el ya comentado
catarismo del siglo X, la fe en la presencia real de Jesús en la eucaristía no
se puso en duda hasta la llegada del protestantismo. A veces se escucha a algún
protestante decir que los docetas no eran los herejes, sino los cristianos
verdaderos (a pesar de ser una ínfima minoría) y por eso no creían que el pan
era literalmente el cuerpo de Cristo, pero quien eso afirma está claro que no
conoce nada de los docetas. Los docetas eran un grupo de herejes que surgió a
finales del siglo I bajo la influencia de la filosofía platónica. No creían que
el pan fuera el cuerpo de Jesús sencillamente porque decían que Jesús no tuvo
cuerpo físico, sino que bajó a la tierra como un espíritu y su cuerpo era mera
apariencia. Según ellos Jesús era un fantasma, tal cual, y por tanto su muerte
en la cruz fue igualmente una apariencia (quien no tiene cuerpo no puede ser
muerto ni crucificado). Para explicar cómo pudo Jesús transportar la cruz hasta
el Calvario recurren con facilidad al Cireneo (Marcos
15:21:22): fue él quien transportó la cruz, pues Jesús, siendo un
fantasma, no podía transportar nada. Si algún protestante vuelve a afirmar que
los docetas eran los cristianos que conservaban la verdadera doctrina de Jesús
que se lo piense dos veces. El mismo San Juan combatió indirectamente esta
herejía en varias ocasiones enfatizando que Jesús tenía un cuerpo sólido y
real, como en la introducción a su primera carta (1 Juan 1:1-4).
Dentro
del siglo primero, además de los escritos de San Juan y otros bíblicos, tenemos
la Didaché, que ya nos muestra una oración litúrgica sobre
el pan y el vino, algo muy católico y totalmente ajeno a lo que dieciséis
siglos más tarde será el protestantismo:
En lo que toca a
la acción de gracias, la haréis de esta manera: Primero sobre el cáliz: Te
damos gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David tu siervo, la que nos
diste a conocer a nosotros por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por
los siglos.
Luego sobre el trozo (de pan): Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y
el conocimiento, que nos diste a conocer por medio de Jesús tu siervo. A ti la
gloria por los siglos. Como este fragmento estaba disperso sobre los montes, y
reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en
tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder, por Jesucristo, por los siglos.
Que nadie coma ni beba de vuestra comida de acción de gracias, sino los
bautizados en el nombre del Señor, pues sobre esto dijo el Señor: No deis lo
santo a los perros. Después de saciaros, daréis gracias así: Te damos gracias,
Padre santo, por tu santo nombre que hiciste morar en nuestros corazones, y por
el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has dado a conocer por medio
de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos.
Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas por causa de tu nombre, y diste
a los hombres alimento y bebida para su disfrute, para que te dieran gracias.
Mas a nosotros nos hiciste el don de un alimento y una bebida espiritual y de
la vida eterna por medio de tu Siervo. Ante todo te damos gracias porque eres
poderoso. A ti la gloria por los siglos.
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y hacerla perfecta
en tu caridad, y congrégala desde los cuatro vientos, santificada, en tu reino
que le has preparado. Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.
Venga la gracia y pase este mundo. Hosanna al Dios de David. El que sea santo,
que se acerque. El que no lo es, que se arrepienta. «Maranathá»* Amén […]
Al que viniendo a vosotros os enseñare todo lo dicho, aceptadle. Pero si el
mismo maestro, extraviado, os enseña otra doctrina para vuestra disgregación,
no le prestéis oído; si, en cambio, os enseña para aumentar vuestra justicia y
conocimiento del Señor, recibidle como al mismo Señor. (La
Didaché o Doctrina de los doce apóstoles 9:1-11:2)
*maranathá es palabra aramea que significa: “el
Señor ha venido”, o en otras ocasiones también puede significar: “ven Señor [Jesús]”
No
olvidemos que la Didaché (pronunciado “didajé”)
se escribió en la segunda mitad del siglo primero mientras seguía abierta la
época de la Revelación. Esta mezcla de manual de instrucciones y catecismo
primitivo se compuso antes incluso que algunos libros del Nuevo Testamento, y
ciertamente antes que el evangelio de San Juan. Basta ver el fragmento anterior
para darse cuenta de su intensa catolicidad, pero igualmente vemos reflejada la
doctrina y los modos católicos por todas sus páginas. Los protestantes, que
pretenden ser mucho más fieles a la Iglesia Primitiva que los católicos, sin
duda esperarían encontrar en sus hojas relatos de asambleas al estilo de las
celebraciones evangélicas de hoy en día, pero lo que nos encontramos allí, ya
en años tan tempranos y dentro de la era apostólica, es algo muy muy parecido a
la liturgia de la misa católica: formulas rituales para recitar,
consagraciones, descripción de los sacramentos, y en cuanto a la eucaristía
podríamos preguntarnos que para qué prescriben un ritual de bendición sobre el
pan y el vino si lo único que estaban haciendo era “partir
el pan en memoria de Jesús”. Los evangélicos y la mayoría de los
protestantes en general consideran que las recitaciones y fórmulas rituales
católicas son elementos paganos, pero eso es exactamente lo que estamos viendo
en este “manual de instrucciones” del siglo
primero: una liturgia.
En
realidad, en plena era apostólica, nos encontramos ya a los cristianos actuando
con los rasgos que tanto critican actualmente de los católicos. ¿Eran los cristianos de la era apostólica un banda de
apóstatas paganizados? De ser así la predicación apostólica habría sido
un absoluto fracaso y el Espíritu Santo en poco habría ayudado, por no
mencionar que el mismísimo San Juan habría sido paganizado y habría dejado su
hereje rastro pagano por todo su evangelio y Apocalipsis. ¿También deberíamos culpar a Constantino de haber
paganizado a San Juan y a la Iglesia apostólica incluso dos siglos antes de
nacer él?
Ciertamente
la Didaché no nos pone una nota aclaratoria
que diga: “por si en el futuro lejano alguien lo
pone en duda, dejo constancia de que con esta oración se está produciendo la
transubstanciación de ambas especies en el cuerpo y sangre real de Jesús”,
pero para los muy escépticos nos bastará con avanzar solo dos o tres décadas
más, hasta el cambio de siglo, para ver un texto que ya es verdaderamente
indiscutible. San Ignacio de Antioquía (echado a los leones entre el año 98 y 117)
se expresa así en una de las cartas que escribió a las comunidades cristianas
rumbo a su martirio:
Ellos [los docetas] no reconocen la
Eucaristía como la carne de Jesucristo, nuestro Salvador, que ha sufrido por
nuestros pecados y a quien el Padre benignísimamente ha resucitado. Procurad
serviros provechosamente de la única Eucaristía: una es, en efecto, la carne de
nuestro Señor Jesucristo y uno el cáliz para la unidad de su sangre.
En ese mismo viaje a Roma San Ignacio
escribe otra carta, esta vez a la Iglesia de Filadelfia, diciendo:
Esforzaos, por lo tanto, por usar de
una sola Eucaristía; pues una sola es la carne de Nuestro Señor Jesucristo y
uno sólo es el cáliz para unirnos con su sangre, un solo altar, como un solo
Obispo junto con el Presbiterio y con los diáconos co-siervos míos; a fin de
que cuando hagáis, todo lo hagáis según Dios. (Carta
a los Filadelfios IV)
En la
teología presentada por San Ireneo en la segunda mitad del siglo segundo,
muestra la certeza de que el pan y vino consagrados son cuerpo y sangre de
Cristo. No puede ser más claro cuando afirma que “el
cáliz es su propia Sangre” y “el pan ya no es pan ordinario sino
Eucaristía constituida por dos elementos terreno y celestial”.
San
Justino Mártir, año 160 en su Apología Primera nos dice (capítulos 66 y ss):
Este alimento se llama entre nosotros
Eucaristía, del cual a ningún otro es lícito participar, sino al que cree que
nuestra doctrina es verdadera, y que ha sido purificado con el bautismo para
perdón de pecados y para regeneración, y que vive como Cristo enseñó. Porque
estas cosas no las tomamos como pan ordinario ni bebida ordinaria, sino
que, así como por el Verbo de Dios, habiéndose encarnado Jesucristo nuestro
Salvador, tuvo carne y sangre para nuestra salvación, así también se nos ha
enseñado que el alimento eucaristizado mediante la palabra (verbo) de oración
procedente de Él – alimento del que nuestra sangre y nuestra carne se nutren
con arreglo a nuestra transformación – es la carne y la sangre de aquel Jesús
que se encarnó. Pues los apóstoles, en los comentarios por ellos compuestos,
llamados evangelios, nos transmitieron lo que así les había sido transmitido.
Y toda
esta aclaración de San Justino fue escrita siglo y medio antes de que naciera
Constantino, el supuesto inventor de la Transubstanciación según algunos.
Aunque el mismo San Pablo ya lo dejó escrito:
La copa bendita que bendecimos, ¿no
nos hace participar de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no nos hace
compartir el cuerpo de Cristo? Porque al haber un solo pan del que todos
participamos, nosotros, que somos muchos, formamos un solo cuerpo. (1 Corintios 10:16-17)
Nota: sobre las referencias bíblicas: Sabemos que los enlaces llevan a textos tomados de
Biblias no católicas, pero dado que el artículo no va dirigido unicamente a
católicos, es importante que los lectores no católicos vean que en las Sagradas
Escrituras está aquello que se afirma en este texto.
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