>¡Naturalmente, instintivamente, el hombre tiende a evocar a Dios cuando la belleza inesperada o intensa le arranca del embotamiento cotidiano!
Por: Luiz Jean Lauand. jeanlaua@usp.br | Fuente:
www.e-cristians.net
¡Naturalmente,
instintivamente, el hombre tiende a evocar a Dios cuando la belleza inesperada
o intensa le arranca del embotamiento cotidiano! ´´¡Dios mío! Cuánta
belleza...´´, exclama el poeta y
con él todos los artistas. De ahí que no llegue a sorprender el que el
significado etimológico de la españolísima palabra ¡Olé!
sea un recurso a Dios. ¡Olé! proviene del árabe Wa-(a)llah (´´¡Por Dios!´´)
¡Naturalmente, instintivamente, el hombre tiende a
evocar a Dios cuando la belleza inesperada o intensa le arranca del
embotamiento cotidiano! ´´¡Dios mío! Cuánta belleza...´´, exclama el
poeta (Castro Alves, Sub tegmine fagi) y con él -consciente o
inconscientemente- todos los artistas.
De ahí que no llegue a sorprender el que el significado etimológico de la españolísima
palabra ¡Olé! sea un recurso a Dios. ¡Olé! -dice el Diccionario de la Real Academia-
proviene del árabe Wa-(a)llah (´´¡Por Dios!´´ -la
lengua árabe carece de la vocal ´´e´´ y, en
ocasiones, la ´´a´´ suena parecido a ´´e´´). Y es una exclamación de entusiasmo ante
una belleza (o alegría) sorprendente o ´´excesiva´´
(bajo la voz ¡Olé!, el Diccionario de
María Moliner ejemplifica con el caso de las corridas o del flamenco).
Fácilmente intuimos que la belleza de un audaz lance taurino, de un golazo sin
ángulo o de un taconeo flamenco es -de algún modo misterioso, pero real-
participación en la creación -también ella artística- de Dios: ¡Olééé!
El árabe, como es sabido, es campeón mundial de invocación a Dios: Bismillah! (¡en nombre de Dios!), Al-hamdu lillah!
(la alabanza para Dios), Wa-llah! (¡Por Dios!),
Allahu Akbar! (¡Dios es grande! o ¡Dios es mayor!), Allah! (¡Dios!), Wa-sa
Allah (´´y quiera Dios´´, del cual ha derivado nuestro ¡Ojalá!) etc., etc.
Ante un peligro o tras escapar de él, ante una noticia buena o mala, en
cualquier situación se invoca a Dios. A veces, la misma fórmula (como por
ejemplo Bismillah -o Smallah) sirve para
situaciones contrarias (noticia buena o nefasta, por ejemplo, tal y como yo
puedo decir en portugués ´´Meu Deus!´´, tanto
si mi décimo ha salido premiado en la lotería como si un loco se salta un
semáforo en rojo y me destroza el coche.
Y ante la belleza (sobre todo si es inesperada o muy intensa) es a Dios a quien
se celebra: Allah!, Ya Allah! Smallah! (¡Dios! ¡Oh
Dios! ¡En nombre de Dios!) son exclamaciones casi obligatorias, por
ejemplo, cuando el camello se levanta (el camello, al levantarse, ofrece un
espectáculo grandioso al erguir su enorme masa de un solo golpe. Es tan
imponente que, instintivamente, se viene a la boca una interjección de
admiración y espanto, mezcla de súplica y de alabanza... El efecto es tanto más
sorprendente cuanto que, apenas hace un minuto, el camello estaba echado en el
suelo en aparente indolencia). La forma que arraigó en España fue Wa-llah! El wa
es la partícula del juramento (cf. p. ej. Corán 6, 23) y, en este caso, por
quedarnos en Al-Andalus, de invocación a la autoridad de Dios para dar cuenta
de un hecho aparentemente increíble: ¡o de una
pasmosa belleza!
En la tradición occidental ya Píndaro, en su grandioso Himno a Zeus (cf. ver
aquí - No.2) había revelado que la belleza artística, las musas, son el remedio
que Zeus concedió para el embotamiento del hombre, olvidado del origen divino
del mundo e inmerso en su visión rutinaria.
O en los inspirados versos de Adélia Prado: De de vez em quando Deus me tira a
poesía.
Olho pedra, vejo pedra mesmo (A veces, Dios me
quita la poesía Y entonces miro piedra y no veo sino piedra...)
Pero el proceso artístico es de ida y vuelta: si
Dios da la poesía al artista para ver (y expresar en obra de arte) el ´´algo
más´´ en la piedra, quien contempla la belleza de la obra de arte, que quizás
se expresa a partir de una piedra, reconoce a Dios, el Creador, el Artista:
¡¡Oléééé!!
En ese sentido hay una antigua poesía de Gilberto Gaspar, ´´A Gotinha´´ (la gotita), que -contemplando una
simple gotita- resume maravillosamente esas tesis:
DE UNA GOTA SOLAMENTE, ¡CUANTA POESÍA!
No es de extrañar, por tanto, que el grito ´´¡olé!´´,
aplicado al espectáculo del fútbol, haya nacido a partir de una ´´belleza inesperada´´: en 1958 (la recién nacida
televisión apenas estaba empezando a adaptarse al fútbol en aquella época), en
México (no por casualidad: en México), en un partido entre el Botafogo y el
River Plate, base de la selección argentina. A cada increíble regate del
increíble Garrincha (el de las piernas torcidas, que no valía para futbolista)
sobre el lateral Vairo, los aficionados mexicanos gritaban ¡olé!, como si estuviesen en una corrida.
Si el hablante occidental hoy (no sólo el hincha en los estadios de Brasil,
sino también el taurófilo madrileño en Las Ventas) no se acuerda de que ¡Olé! es invocación de Dios, en el Quijote esto es
más explícito -el cristiano empieza a alabar la belleza insuperable de su dama
y oye del moro: ´´Gualá, cristiano, que debe de ser
muy hermosa si se parece a mi hija, que es la más hermosa de todo este reino. Si
no, mírala bien, y verás cómo te digo verdad´´ (Capítulo XLI).
Las relaciones entre Dios, la belleza y el arte han sido recientemente (1999)
retomadas por Juan Pablo II en su ´´Carta a los
Artistas´´, riquísima también en reflexiones filosóficas. Ya en la
primera línea, una dedicatoria, califica la obra de arte de ´´epifanía´´, manifestación, por la belleza, de
Dios.
Y empieza hablando de la creación artística -y no se trata de arte sacro- como
participación de lo divino: ´´(vosotros, artistas),
atraídos por el asombro del ancestral poder de los sonidos y de las palabras,
de los colores y de las formas, habéis admirado la obra de vuestra inspiración,
descubriendo en ella como la resonancia de aquel misterio de la creación a la
que Dios, único creador de todas las cosas, ha querido en cierto modo
asociaros´´.
Y después de evocar un sugestivo hecho de la lengua polaca: ´´ La página inicial de la Biblia nos presenta a Dios
casi como el modelo ejemplar de cada persona que produce una obra: en el hombre
artífice se refleja su imagen de Creador. Esta relación se pone en
evidencia en la lengua polaca, gracias al parecido en el léxico entre las
palabras stwóeca (creador) y twórcam (artífice)´´, concluye: ´´Dios ha llamado
al hombre a la existencia, transmitiéndole la tarea de ser artífice. En la ´´creación artística´´ el hombre se revela más que
nunca ´´imagen de Dios´´ y lleva a cabo esta
tarea ante todo plasmando la estupenda ´´materia´´ de
la propia humanidad y, después, ejerciendo un dominio creativo sobre el
universo que le rodea. El Artista divino, con admirable condescendencia,
trasmite al artista humano un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo
a compartir su potencia creadora. Obviamente, es una participación que deja
intacta la distancia infinita entre el Creador y la criatura, como señalaba el
Cardenal Nicolás de Cusa: ´´El arte creador, que el
alma tiene la suerte de alojar, no se identifica con aquel arte por esencia que
es Dios, sino que es solamente una comunicación y una participación del
mismo´´.
Participación, que es asimismo participación en el bien y en el ser. En ese
sentido, Juan Pablo II establece también la proximidad entre bondad y belleza: ´´Al notar que lo que había creado era bueno, Dios vio
también que era bello. La relación entre bueno y bello suscita sugestivas
reflexiones. La belleza es en un cierto sentido la expresión visible del
bien, así como el bien es la condición metafísica de la belleza. Lo habían
comprendido acertadamente los griegos que, uniendo los dos conceptos, acuñaron
una palabra que comprende a ambos: ´´kalokagathia´´,
es decir ´´belleza-bondad´´. A este respecto escribe Platón: ´´La potencia del Bien se ha refugiado en la naturaleza
de lo Bello´´.
Así pues, no es de extrañar que la Filosofía del Arte de Santo Tomás de Aquino
-como, por otra parte, todo su pensamiento- repose sobre ese concepto
fundamental: el de participación (participatio). Participar, en sentido
trascendente, es tener en oposición a ser; participa lo que tiene algo por el
contacto con lo que es. El metal, compara Tomás, tiene calor en la medida en
que se aproxima, participa, del calor que es en el fuego.
La Creación es el acto en el cual es dado el ser en participación. Por tanto,
todo lo que es, es bueno; participa del Bien. En ese marco se encuadra una
sentencia de Tomás que constituye una de las claves principales de su Filosofía
del Arte: ´´Así como el bien creado es cierta
semejanza y participación del Bien Increado, de igual modo la consecución de un
bien creado es también cierta semejanza y participación de la felicidad
definitiva´´ (De Malo 5, 1 a 5). (De ahí también otra gran intuición de
la lengua española: al probar algo que está muy bueno, se dice: ´´¡Sabe a gloria!´´).
Ahora bien, en el pensamiento de Tomás, la contemplación -también la propiciada
por el arte- es la forma más profunda de ´´consecución de un bien creado´´,
prefiguración de la Gloria definitiva. Tales consideraciones, que expresan el
núcleo profundo de un pensamiento filosófico, están también al alcance de la
intuición del conocimiento común. En efecto, por difícil que sea la filosofía
de Tomás, ésta no es más que la estructuración en esa clave rigurosa de lo que
ya era sabido (quizás un tanto inconscientemente) por el buen sentido del
hombre de la calle. Por eso no llega a asombrar del todo la declaración,
inmensamente profunda, de Tom Jobim respecto de la creación artística, en una
entrevista, cuando fue honrado en los EE. UU. con la más alta distinción con
que se puede premiar a un compositor, el Hall of Fame: ´´¿Gloria?
La gloria es de Dios y no de la persona. Tú puedes también participar de
ella cuando haces una samba por la mañana. Y remata: ´´Gloria
son los peces del mar, es una mujer caminando por la playa, es hacer una samba
por la mañana.
Palabras que confirman las enseñanzas de Juan Pablo II: ´´ Queridos artistas, sabéis muy bien que hay muchos estímulos,
interiores y exteriores, que pueden inspirar vuestro talento. No obstante, en
toda inspiración auténtica hay una cierta vibración de aquel ´soplo´ con el que
el Espíritu creador impregnaba desde el principio la obra de la creación.
Presidiendo sobre las misteriosas leyes que
gobiernan el universo, el soplo divino del Espíritu creador se encuentra con el
genio del hombre, impulsando su capacidad creativa. Lo alcanza con una especie
de iluminación interior, que une al mismo tiempo la tendencia al bien y a lo
bello, despertando en él las energías de la mente y del corazón, y haciéndolo
así apto para concebir la idea y darle forma en la obra de arte. Se
habla justamente entonces, si bien de manera análoga, de ´´momentos de gracia´´, porque el ser humano es capaz de
tener una cierta experiencia del Absoluto que le transciende´´.
¡¡¡Oléééé!!!
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