No hay otra. Quiero decir que no hay otra revolución tan revolucionaria como la de Cristo.
Por: Guillermo Urbizu | Fuente:
www.guillermourbizu.com
No hay otra. Quiero decir que no hay otra revolución tan revolucionaria como la
de Cristo. Puede que la mayoría de las veces apenas se perciba (tanto es el
ruido y la mentira y el órdago), pero en Él todo se trastoca, cambia. La
revolución de las almas, de los corazones. La revolución de la Cruz. En la cruz
del dolor y de la impotencia. Redimidos del pecado. De cualquier pecado.
Resucitados con Él, con Cristo. Resucitados a la intimidad de Dios. Día a día
conversos, rezando con los labios y con nuestros actos. Por la gracia en
primera línea de batalla, en primera línea de fe, de coherencia, de lucha
contra Satanás y contra nosotros mismos. ¡Son
tantos y tantos los defectos! La revolución de Cristo: el Amor. Su propia esencia. El mundo cree que puede
vivir sin Él, o contra Él. Chapoteando en las ciénagas de los vicios más
soeces, o en la soberbia más taimada. El mundo sin Dios se transforma en una
angustia que se proclama en consignas o en ideologías lúgubres. Y el hombre
tarde o temprano estalla, cuando no siente la ternura de Dios en su vida
corriente, estalla, enferma, salta o disparata. Aunque disimule en máscaras y
disfraces e hipótesis metafísicas. Aunque se cisque en lo divino. Los hombres
no pueden más, por dentro están destrozados, hechos añicos. Necesitan sumarse a
la revolución de Cristo para recomponer unos corazones que de nuevo latan, y
vivan una vida interior, espiritual, de verdad humana. La revolución de Cristo
está abanderada por la paz, y por la libertad, y por la caridad, y la piedad, y
por la alegría de Su gloria. Pero sobre todo es una revolución filial y
sacramental. La revolución de los hijos de Dios, que ya no estamos dispuestos a
pasar una más. Empezando por nosotros: ni un pecado más. Y si caemos pedirle en
seguida la mano al Señor, primero en el confesionario y luego en la oración. El
cimiento de esta Revolución (voy a escribirla ya con mayúscula) está en la
Hostia que comulgamos y adoramos. ¿La adoramos? ¿La
recibimos adecuadamente, con educación humana y sobrenatural? Hostia
Santa, Cuerpo de Cristo: nuestra fortaleza y
perseverancia en la lucha está ahí, en la Eucaristía. La Revolución de
Cristo es una Revolución que no desprecia a nadie. Cristo murió por todos. Dios
no da por perdida a ninguna alma. A ninguna. A ninguna. Ni siquiera a esas que
se pueden imaginar como imposibles. Lo dicho: a ninguna. La Revolución de
Cristo es el amor de Dios y la inimaginable sensibilidad de María cantando por
toda la eternidad el Magníficat. La Revolución de Cristo es llevar las
bienaventuranzas a la calle, es decirles a los amigos que o santos o nada. O
santos o esto es un disparate, una pantomima. La Revolución de Cristo es
santificarnos en la política, en la cocina, en la literatura, en el taller… ¿Dónde si no? La Revolución de CRISTO-AMOR es Su Revelación en la historia. Dios vive
entre los hombres, pero quiere vivir dentro de cada uno y de cada una. Él es la
Revolución absoluta. Él es la Verdad y el Camino. La Luz. El alma del universo,
del arte, de la historia. Hora es de hacer algo por los demás. Hora es de
apostar por Dios, de entregarle la vida. Entera. La Revolución de Cristo es la
misericordia y el perdón, es la pureza sexual y de afectos (la pureza no quiere
decir idiotez mental, quiere decir respeto y amor completo), es hablar sin
complejos de lo cristiano. ¿He dicho entregarle la
vida? Sí, entregársela, para que fructifique en esa felicidad que tanto
nos incumbe (aunque nos hagamos los distraídos en variado surtido de pamemas).
Decirle a Dios: “Oye, que aquí me tienes, cuenta
conmigo”. ¿Qué otra cosa es la Revolución de Cristo que esa puesta a punto de
cada alma? Sólo así cambiará todo. Sólo así -con nuestro sí a Dios-
volverá la claridad al mundo. Y el gozo. Y se desvanecerán las tinieblas.
guilleurbizu@hotmail.com
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