Por acabar el tema comenzado hace unos días acerca de las razones para celebrar la eucaristía de cara al pueblo, añadiré algunas razones más. ¿Cómo se reza en las sinagogas actualmente? Pues lo más normal es que el rabino que realiza las oraciones presidenciales las hace de cara al pueblo. ¿Por qué? Por la misma que Abrahán realizaba el sacrificio con toda su parentela en torno al altar: la insistencia de las Escrituras en un Dios que mora en las alturas, que está en los cielos.
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¿Pero no sería mejor orar en las iglesias todos en la misma dirección? Orar en la misma dirección me parece algo muy bello, no tengo nada
que decir en contra de esa práctica secular.
Ahora
bien, cuando el sacerdote ora de cara al pueblo estamos insistiendo no ya
solo en un Dios que está en los cielos (afirmación esta que es
verdad), sino también en un Dios que está en medio de su pueblo: esta
segunda afirmación es verdad sin que deje de ser verdad la primera afirmación.
Dios está en los cielos y Dios está en medio de la asamblea de renacidos del agua y
del Espíritu.
Es casi
seguro, aunque sea una deducción, que en los primeros locales de culto cristiano
(locales, no templos), la mesa (que era de madera) estuvo colocada en el centro del
local. Recordemos que en esos
locales no había ábside.
Los que
lean mi obra La catedral de san Agustín de
Hipona encontrarán allí las
razones por las que sabemos que hasta el siglo V hubo mesas de madera, aunque ya
entonces comenzaron a aparecer altares de piedra. Si las mesas donde se
celebraba la eucaristía era de madera, resulta claro que se insistía en la misa
como cena pascual. No negaban el carácter sacrificial, pero se insistía más en el aspecto de
banquete de Sabbat.
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La
conclusión de todo esto queda patente: la
afirmación de que orar todos en la misma dirección es el único modo lógico para
la liturgia, es una afirmación que no es cierta.
He
celebrado muchísimas misas de espaldas al pueblo, y con muchísimo gusto. Ahora
bien, afirmar que un modo es lógico y el otro es ilógico, que un modo es el
natural y el otro no, es un error.
P. FORTEA
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