A los sesenta y cuatro años Nikos Kazantzakis presentía que la muerte le pisaba los talones y sintiendo la urgencia quemante de terminar antes de morir su Carta al Greco escribía con tensión incontenible: «Tengo ganas de bajar a la esquina, extender la mano y mendigar a los que pasan: “Por favor dadme un cuarto de hora”».
¿Se imaginan ustedes los cuartos de hora que perdemos cada uno
lamentablemente?
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