En las diversas invitaciones a pedir en su nombre, Jesús une oración y alegría y oración como fruto del amor.
Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente:
Catholic.net
Había pedido el misionero ayuda a los nativos para la construcción de la
capilla. Un señor se acercó al día siguiente con una cabra y le dijo: “padre, esto es lo único que tengo, véndala y el dinero
para la construcción de la iglesia”.
Este hombre sabía que orar y que la oración exige obras de amor. En un mundo
pagano y politeísta, “Jesús nació en un pueblo que
sabía orar”, decía Joaquín Jeremías. Jesús nació y fue educado en el
seno de una familia judía piadosa, que guardaba con todo amor y fidelidad las
normas religiosas dadas por Yahvé (Lc 2,21-52).
La Mishná, código rabínico compilado hacia el año 200 de la era cristiana, nos
ofrece datos bastante seguros y numerosos para conocer las prácticas judías de
la oración en tiempos de Jesús. En el tratado de las bendiciones,
concretamente, se enseña que hay tres momentos de plegaria al día: el amanecer,
el mediodía y la tarde (Berakhot IV). “Tres veces
al día” (Dn 6,10), “por la tarde, en la
mañana y al medio día” (Sal 54,18), se levantaban en Israel los
corazones hacia el Señor, bendiciéndole e invocándole. De estas tres horas, dos
se producían al mismo tiempo que los sacrificios llamados perpetuos, que todos
los días se ofrecían en el Templo (Nm 28, 2-8). Así la oración quedaba unida al
sacrificio, participando de él y, al mismo tiempo, dándole espíritu y sentido.
Tenían la costumbre piadosa judía de recitar dos veces al día el Shemá Yisrael
(Escucha, Israel), al acostarse y al levantarse. “Escucha,
Israel, Yahvé nuestro Dios es el único Yavé. Amarás a Yavé tu Dios con todo tu
corazón”…. El Shemá, el credo israelita, consiste en la recitación del
texto de Dt 6,4-9, al que se une, al menos desde el siglo II antes de Cristo,
Dt 11,13-21 y Núm 15,37-41. Esta plegaria había de ser repetida a los hijos, “lo mismo en casa que de camino, cuando te acuestes y
cuando te levantes” (Dt 6,7; 11,19). Y Cristo mismo la da como respuesta
a aquel doctor que le preguntaba acerca del mandamiento principal (Mc
12,29-30).
Jesús era también maestro que enseñaba cómo se ha de
orar. Jesús enseñó a orar a sus discípulos no solamente con su testimonio
personal, sino también con enseñanzas explícitas, de las que destacaremos
algunas:
a) La pureza de la intención. «Cuando oréis,
no seáis como los hipócritas...Tú, cuando ores, entra en tu cuarto y, echada la
llave, haz tu oración a tu Padre, que mira lo secreto; y tu Padre, que está en
lo secreto, te premiará» (Mt 6,5-6; Mc 12,38-40).
b) La unión de la mente con la voz. Jesús recuerda el reproche terrible de Yavé
(Is 29,13), cuando dice: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón
está lejos de mí» (Mt 15,8). La oración que sólo afecta a los labios, es una
oración sin alma, que está muerta.
c) La confianza en el Padre, y la consiguiente brevedad en las palabras, no
como los paganos, cuando oraban, presionaban sobre Dios con sus interminables
oraciones. «Cuando recéis, no charléis mucho, como los paganos, que se imaginan
que por su mucha palabrería serán escuchados. No os parezcáis a ellos, pues
vuestro Padre ya sabe qué os hace falta antes de que se lo pidáis» (Mt 6,7-8).
La oración cristiana ha de ser breve y sencilla, confiada en el Padre (Mt
6,25-32).
d) Jesús enseña la necesidad de la oración (Lc 22,40), la oración en su nombre
(Jn 14,13-14), la oración de petición (Mt 5,44;7,7), la humildad (Lc 18,9-14) y
la perseverancia en la plegaria (11,5-13).
Jesús se preocupó de orar y de enseñarles a sus discípulos de cómo hacerlo. A
ellos les dice: “Amad a vuestros enemigos y rezad
por los que os persiguen…” (Mt 5, 44).
Como sabe que la tarea de trabajo es inmensa y son pocos los obreros
disponibles, les pide a sus discípulos que oren, pues “La mies es abundante
pero los obreros pocos; por eso, rogad al dueño que mande obreros a su mies”
(Mt 9, 38).
En la tentación les recomendó: “Estad en vela y
pedid no caer en la tentación” (Mt 26, 41).
Aconseja orar para que Dios conceda su Espíritu para poder obrar el bien como
Dios,
“Pues si vosotros, malos como sois, sabéis dar
cosas buenas a vuestros niños, ¿cuánto más vuestro Padre dará Espíritu Santo a
los que se lo piden?” ( Lc 11,13 ).
En el discurso de la última cena, Jesús promete a los discípulos su intercesión
ante el Padre y les dice: “Y todo lo que pidáis al
Padre en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el hijo.
Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré” (14, 13-14). En las diversas
invitaciones a pedir en su nombre, Jesús une oración y alegría (15, 7-11) y
oración como fruto del amor (14, 13-14). La oración es la unión con el Dios
amor y por consiguiente la fuente de alegría de sentirse en los brazos del
Dios-amor. Por ello mismo es la fuente del amor fraterno, del Espíritu hacia la
verdad plena que es Cristo (16, 13) para estar unido a la vid (15, 1-11) y dar
el fruto del amor, para gloria del Padre (15, 8).
Quien ore, ha de estar abierto a la Palabra de Dios y ha de convertirse, dejar
los caminos errados del pecado y guardar los mandamientos del Señor. Convertíos
porque ha llegado el Reino de los Cielos, repetirá Jesús (Mt 4,17). Convertirse
es hacerse como niño (Mt 18,3). La conversión es necesaria para entrar en el
Reino e implicará cambio de vida: dar frutos (Jr
7,24-26). Y cuando acontece la conversión, ésta conlleva un gozo increíble. “Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el
cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que
no tengan necesidad de conversión” ( Lc 15,7).
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