El P. Pier Luiggi Maccali fue secuestrado por radicales musulmanes durante más de dos años. En ese tiempo, comprendió la profundidad de su sí a Cristo como sacerdote, comprendió que Dios es silencio y que somos capaces de secuestrar a Dios.
El P. Maccalli es miembro de la Sociedad de Misiones Africanas y se
encontraba en Bomoanga, en Níger, cuando fue secuestrado a punta de fusil en
septiembre de 2018. Durante más de 750 días estuvo preso en el desierto, hasta
su liberación en octubre de 2020.
Este fin de semana recoge el premio Beata Pauline Jaricot instituido por
Obras Misionales Pontificas en España junto a la Hermana Gloria Cecilia
Narváez, misionera que también padeció un largo secuestro.
En conversación con ACI Prensa, el P. Macalli desgrana en una profunda
conversación algunas de las lecciones espirituales y vitales que le han marcado
para siempre.
1. PERDONAR ES AMAR A
LOS ENEMIGOS
“He aprendido a perdonar, que también es amar a los
enemigos”, afirma. El P. Maccalli al tiempo
que recuerda que, en su cautiverio, gritó a Dios “¿Por
qué me has abandonado?”. Fue “mirando a la
Cruz”, como pudo escuchar a Jesús decir: “Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen”.
Lejos de ser un aprendizaje teórico, el misionero cuenta cómo el día de
su liberación le dijo a uno de sus captores: “Que
Dios nos dé a entender algún día que todos somos hermanos”, sobre el
convencimiento firme de que “el perdón y la
fraternidad humana rompen las cadenas de la violencia”.
2. DIOS NO PERMITE EL
MAL
El P. Maccalli se muestra convencido, “después
de un largo trabajo de reflexión”, que “Dios
no permite el mal”.
A su juicio, “No hay que decirle al que
sufre que Dios permite el mal por algo más grande, algo mayor. No. Dios no lo
permite. Al contrario, en la persona de Jesús lleva la cruz, sufre con
nosotros”, porque es “el Dios de la
Cruz y del silencio”.
A este respecto, y en relación al calvario sufrido en primera persona,
el P. Maccalli expone que “Dios no ha permitido mi
secuestro, sino que ha estado cerca de mí en el secuestro. También Dios ha
estado secuestrado”.
3. TODOS PODEMOS
SECUESTRAR A DIOS
Durante la conversación se plantea la cuestión sobre si nosotros somos
capaces de secuestrar a Dios en nuestro día a día. El misionero considera que
esto sucede de alguna forma porque “razonamos a
partir de nuestra imagen de Dios”.
Sin embargo, Dios no está fuera de nosotros. Dios está dentro de
nosotros. No está por encima de nosotros. Está en la profundidad de nosotros
mismos. Cuando decimos ‘Dios’ con nuestras palabras no es
Dios, porque Dios es indecible”.
4. DIOS ES SILENCIO
El P. Maccalli comparte cómo ha cambiado su conocimiento de Dios a
través de la experiencia del secuestro. “También yo
pensaba que le conocía”, pues “como
misionero he anunciado la palabra de Dios a las periferias del mundo”.
Sin embargo, en su cautiverio, preguntó a Dios: “No
tienes una palabra que decirme? Dame un signo, una señal”. Pero “la respuesta
fue solo el silencio”.
El misionero comprendió entonces que “Dios
es silencio. Y el silencio es la comunicación de Dios”, tal como decía San Juan
De la Cruz: ‘La oración es armonía de dos silencios’. Yo lo he entendido”, afirma
el sacerdote.
5. LA ESPERANZA ES
IGUAL A LAS ESTRELLAS
El misionero admite que le cuesta explicar cómo comprende la virtud
teologal de la esperanza después de la traumática experiencia del
secuestro.
Por eso utiliza una imagen: “La esperanza es
igual a las estrellas”. Y
lo explica: “La noche en el desierto es una cúpula
de estrellas infinitas” que le llevaban a rezar el salmo 8: “Si miro las estrellas, la luna que Tú has creado… ¿qué
es el hombre para que te acuerdes de él?”.
El P. Maccalli detalla cómo él se veía “como
ese pequeño hombre en ese mar infinito de arena”. Y, mirando las
estrellas, “sentía la esperanza de ser visto por
ese Dios que me tiene presente en su mirada”, afirma.
Por eso terminaba cada día, durante más de dos años diciendo: “Esperemos a mañana”.
6. FIDELIDAD ANTE EL
MIEDO
El misionero reconoce tener miedo de que le asesinaran. Desde el primer
momento, cuando le dijeron, apuntándole con un fusil: “No
te muevas que te disparo”.
Una escena similar se produjo meses después, cuando le volvieron a
amenazar con ponerle una pistola en la cabeza: “En
la primera ocasión, te mato”, recuerda que le espetaron.
En su corazón, el misionero decía: “Voy a continuar
fiel a Jesús, por el cual he dado ya mi vida para anunciar su
Evangelio”.
7. LA MISA ES DAR LA
PROPIA VIDA COMO CRISTO
El P. Maccalli ha explicado un momento de especial profundidad, cuando
cada domingo celebraba, sin las especies eucarísticas, la que ha llamado “Misa del desierto”.
Cuando llegaba el momento de la consagración, como no podía realizarla,
decía ante el vasto altar del desierto: “Este es mi
cuerpo entregado. Este es mi corazón despedazado. No tengo nada más que
ofrecer”.
Es evidente que no se trata del sacrificio según el rito de Melquisedec,
con pan y vino, por eso el misionero añade: “Dejo a
los teólogos opinar sobre la validez de esta Misa. Pero creo, en lo profundo,
que la Misa es esto: dar la propia vida como Cristo ha dado la suya”.
8. LA PROFUNDIDAD DEL “SÍ”
DE UN SACERDOTE
Otra de las enseñanzas que ha incorporado el P. Maccalli a raíz de su
secuestro, es descubrir la profundidad real del sí que dio como sacerdote en su
juventud.
Recuerda que un Jueves Santo “mi Jueves
Santo en el desierto”, puntualiza, uno de sus captores dedicó una hora a
tratar de convencerle para que renunciara a su fe y se hiciera musulmán.
Cuando se fue, el misionero pensó para sus adentros: “Mis hermanos sacerdotes se encuentran ahora en la Misa
Crismal, donde se renuevan las promesas sacerdotales con el perfume del
incienso”. “Mi incienso era el viento de arena”, prosigue, “y decía: Sí, lo quiero”.
Este pasaje de su secuestro le ha ayudado a caer en la cuenta de que su
sí de hoy no es como el de su ordenación. “Me he
dado cuenta de que mi sí, cuando era muy joven, con 24 años, fue un poco a la
ligera. Ahora puedo medir su profundidad”.
La Sociedad de Misiones Africanas presenta esta semana un libro titulado
“Cadenas de libertad. Dos años de secuestro en el
Sahel” en el que el Padre Gigi, como le conocen sus hermanos misioneros,
narra su experiencia.
En él, afirma: “Ahora soy libre para liberar
el perdón y extinguir de raíz todo inicio de violencia. Soy libre para liberar
la acogida y consolar a los cansados y oprimidos. Soy libre de liberar palabras
y decirles a todos que nunca encadenen a nadie”.
POR NICOLÁS DE
CÁRDENAS | ACI Prensa
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