Ver, pensar y actuar, para ayudar a nuestros hermanos en esta tragedia.
Por: Mons. Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San
Cristóbal de Las Casas. | Fuente: Catholic.net
VER
En la noche del jueves 7 de septiembre, un devastador terremoto de 8.2
azotó gravemente a una parte de nuestro país, causando muchos daños en Oaxaca y
Chiapas. Hay casi un centenar de muertos, miles de viviendas
devastadas, escuelas y centros de salud derruidos. En el territorio de la
diócesis, sólo tres personas fallecieron y unas pocas casas se cayeron.
Lo más visible son las fracturas y derrumbes en numerosos templos de los siglos
XVI y XVII. Va a tardar su restauración.
Ante este hecho, son muchas las reacciones. Unos indígenas de Tenejapa
me compartían que un pastor protestante les ha dicho que este sismo es una
prueba de que Dios no quiere a la Iglesia Católica, pues varios de nuestros
templos sufrieron daños. Por tanto, les pide que se cambien a su religión. ¡Qué ignorancia! También se cayeron templos
protestantes; también murieron personas de religión evangélica. En la Costa de
Chiapas y en el Istmo de Tehuantepec, donde más se sintió el efecto devastador,
hay muchos protestantes. Por tanto, no fue un temblor selectivo de parte de
Dios contra los católicos. Todos somos pecadores, y quien diga que no lo es,
comete dos pecados graves: la mentira y el orgullo.
Tampoco es una prueba del inminente fin del mundo, como otros
predicadores afirman. Los científicos explican este terremoto como el
movimiento brusco de la placa tectónica llamada de Cocos, en las playas de
Chiapas, que es parte de la falla que viene desde California. Es algo natural,
no un castigo de Dios.
Ha habido mucha solidaridad nacional e internacional, que agradecemos de
corazón. Muchas personas nos expresan su cercanía, en oraciones
y en apoyos materiales. Valoramos los servicios de las diferentes instancias de
gobierno, federal, estatal y municipal. Resaltamos el trabajo del ejército
mexicano. Muchísimos voluntarios
hacen posible que las ayudas fluyan. Sin embargo, no faltan políticos que
aprovechan esta desgracia para conseguir votos. Y muchas personas sólo se
limitan a ver desde lejos el sufrimiento ajeno, critican todo y a todos, pero
ni un peso aportan para ayudar a los que se quedaron sin nada.
Como los noticieros televisivos publican casi sólo lo que hacen las
instancias gubernamentales, algunos se preguntan dónde está la Iglesia, pues no
aparece. Esta es una de sus grandes virtudes. Me ha tocado vivir inundaciones y
otros fenómenos, y es nuestra gente de Iglesia la primera en acudir y ayudar,
pues estamos en medio del pueblo y llegamos a donde no llega el gobierno ni la
televisión. Doy testimonio de la ayuda mutua, fraterna e
inmediata, de los vecinos, de las familias, de nuestros catequistas, de las
parroquias, de Caritas y de los agentes de pastoral, aunque no salgan en los
medios informativos. Que no sepa tu mano izquierda…
PENSAR
El salmo responsorial del domingo pasado, decía: Señor, que no seamos sordos a tu voz. Dios nos habla en los
acontecimientos. El terremoto no es castigo de Dios, pero es
una advertencia: no somos dioses, somos frágiles y en cualquier momento podemos
terminar. Las cosas
por las que tanto nos afanamos, como una buena casa, un vehículo nuevo, una
gran televisión, etc., pasan y en un momento quedan reducidas a nada. Por ello,
hay que apreciar lo que más vale: Dios, la familia,
las buenas relaciones, el servicio a la comunidad. Eso no pasa, no se
destruye; eso dura para siempre.
Por otra parte, el Papa Francisco nos invita a hacer cuanto podamos por
quienes pasan necesidad: «Si el afligido invoca al
Señor, él lo escucha» (Sal 34,7). La Iglesia desde siempre ha
comprendido la importancia de esa invocación. Está muy atestiguada ya desde las
primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro pide que se elijan
a siete hombres «llenos de espíritu y de
sabiduría», para que se encarguen de la asistencia a los pobres. Este es sin duda uno de los primeros signos con los que la comunidad
cristiana se presentó en la escena del mundo: el servicio a los más pobres. Esto fue posible
porque comprendió que la vida de los discípulos de Jesús se tenía que
manifestar en una fraternidad y solidaridad que correspondiese a la enseñanza
principal del Maestro, que proclamó a los pobres como bienaventurados y
herederos del Reino de los cielos. «Vendían
posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada
uno» (Hch 2,45). Estas palabras muestran claramente la profunda
preocupación de los primeros cristianos. El evangelista Lucas, el autor sagrado
que más espacio ha dedicado a la misericordia, describe sin retórica la
comunión de bienes en la primera comunidad. Con
ello desea dirigirse a los creyentes de cualquier generación, y por lo tanto
también a nosotros, para sostenernos en el testimonio y animarnos a actuar en
favor de los más necesitados” (Jornada mundial de los pobres, 2).
ACTUAR
Lleva a tu parroquia algo que pueda servir para
remediar las necesidades de los afectados por este terremoto. No lo que
ya no te sirve, para deshacerte de ello, sino lo que quizá tú también
necesitas, para otros que pasan más carencias que tú. Pregunta el número de
cuenta de Caritas y deposita lo que puedas, para que lo hagan llegar en forma
confiable a su destino. Y oremos por los que sufren, porque la oración es una
fuerza increíble.
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