María nació en silencio en horas de madrugada, cuando los gallos anuncian albores en la besana, en un hogar nazareno donde viven en alianza dos ancianos venerables de nombres Joaquín y Ana.
Personas
de vida intensa, abiertas a la esperanza, recibieron su sonrisa con gozo
inmenso en el alma y adoptaron la ternura como fórmula adecuada para ‘envolver’ a María en protección y crianza.
Creció la
niña María de virtudes adornada, como si fuera una estrella de luz y suave
fragancia: cuerpo de gran hermosura, claridad en la
mirada, sencilla cual violeta, ardiente e inmaculada; imagen pura de
Dios en belleza y semejanza.
María
aplaude la vida con juventud esmeralda; se reviste de primores, ensueña, camina
y canta y expande sus privilegios entre amigas en la plaza, como arrullo de
paloma protegida en la enramada.
El saludo
de Gabriel por sorpresa y sin palmas desvela todo el misterio: “María, llena de gracia, el Señor está contigo”.
La
salutación reclama su seno como un jardín donde plantar la Palabra y se
convierte de pronto en Virgen de la Esperanza.
Al
percibir la presencia fulgente como una llama del Espíritu de Dios asentado en
sus entrañas, pronuncia humilde “así sea”, sumergida
en la plegaria, ensancha su corazón y prorrumpe en alabanzas.
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¡EnhorabuenaMaría!, por tu grandeza de alma, porque recreas auroras con silencio de palabras
y cultivas emociones al son de cítara y arpa.
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Serafín de la Hoz Veros.
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