domingo, 25 de septiembre de 2022

LO DIVINO Y LO HUMANO

 Aunque soy muy reticente a hablar de mi vida espiritual, os puedo asegurar que mi mayor fuente de alegría espiritual es la celebración del Santo Sacrificio. Cada rito, cada oración, cada pequeña ceremonia me produce gozo espiritual.

Además, soy de los sacerdotes que tengo la inmensa suerte de poder celebrar algunos días a la semana (cuando no tengo hospital) como lo hacía el padre Pío: con la presencia solo de un par de fieles, de espaldas a ellos, recitando las plegarias en voz baja, pudiéndome detener cada vez que lo deseo para meditar. Suele durar hora y media. Hora y media de devoción, en cuyo centro está la Presencia; y a la que seguirá la comunión.

Cada antífona, cada bendición, cada oración secreta, todo, conduce hacia la Presencia, hacia la transubstanciación. Después, las ceremonias nos llevan hacia la comunión, seguida de una larga acción de gracias con los ojos cerrados, en medio del más absoluto silencio.

Durante el confinamiento por la pandemia, pedí permiso para celebrar en mi casa:

https://www.youtube.com/watch?v=FFhiTQBaemM&t=909s

Nunca he celebrado en mi piso, salvo un par de meses durante aquel riguroso confinamiento.

Que conste que me causa mucho gozo espiritual celebrar para una comunidad, pero me concentro mucho más en este otro tipo de celebración de la misa.

Para los sacerdotes y los laicos escribí mi libro Las aguas vivas que borbotean en las que explico de un modo espiritual cada rito de la misa. Se puede descargar en Biblioteca Forteniana.

Cuando acabó el confinamiento, hasta que se restablecieron las misas en el hospital, algunas veces celebré en una parroquia:

https://www.youtube.com/watch?v=yxk_8ZN8KCI&t=2416s

En fin, aunque en el blog conocéis mi lado más informal, mis momentos de ocio, lo que como o la última película que he visto, también esta otra faceta forma parte de mi vida. Y, aunque hable poco de ella, la santa misa es lo más grande de mi existencia.

Nadie es suficientemente santo para celebrar algo tan divino, tan celestial. Solo el sacramento de la confesión nos ofrece paz para acercarnos al altar. Ya habréis observado por el segundo vídeo que me gusta celebrar de frente a un cuadro que representa el rostro de Jesús, un rostro que me mira con sus ojos, directamente.

P. FORTEA

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