Evidentemente los países de la Unión Europea no van a destruir el gaseoducto ruso. Eso está fuera de toda duda. Y digo “destruir” porque una vez que el agua salada ha entrado, la corrosión del interior de la conducción es inevitable. Ha quedado inservible.
Ucrania
no lo va a atacar. Todos estamos con esa nación. No va a arriesgar ese apoyo
sin fisuras por una acción de resultados tan inciertos.
¿Pero qué gana Rusia destruyendo su propio gaseoducto? Aquí entran mis suposiciones, las que a mí se me
ocurren. Estas serían las razones que podrían haber motivado una acción así.
Dejar
claro que Rusia rompe para siempre con la Unión Europea. Dejar claro que esta
situación no tiene marcha atrás.
La segunda
razón sería dejar claro que Rusia es capaz de hacer barbaridades en las
infraestructuras de la Unión Europea, como ya lo ha hecho en las zonas
ocupadas. Si me enfadáis, vais a ver cómo me vengo.
La
tercera razón sería que tiene decidido atacar el gaseoducto noruego de modo
oculto, para después decir que no han sido ellos, “pues
también nosotros fuimos atacados”. Es decir, un sabotaje de despiste
para luego que enmascarado el ataque que de verdad le interesa, el del
gaseoducto noruego.
Son
suposiciones, sí, pero no hay más posibilidades. Y entre todas las
posibilidades, la sospecha apunta hacia la autoría rusa.
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Este
ataque nos está advirtiendo que nos podemos preparar para una nueva fase de la
guerra. “Habéis dado armas a mi enemigo, preparaos
para sufrir acciones en vuestras infraestructuras”.
El problema se sigue complicando y nadie
parece poder detener esta marcha hacia el desastre.
Las cosas se pueden agravar bastante más,
y todo indica que vamos en esa dirección.
P. FORTEA
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