El diablo es frecuentemente mencionado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. veámoslo.
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente:
TeologoResponde.org
PREGUNTA:
Sus respuestas a diferentes preguntas me han aclarado muchas dudas en
forma muy completa. Por ello pregunto lo siguiente: A mi modesto entender en el
Antiguo Testamento y en la religión Judaica se menciona poco al ángel caído
(diablo) y sus huestes de ángeles rebeldes; no encuentro su descripción en el
Génesis. En los artículos que he leído de la Torah y sus comentarios tampoco he
encontrado referencias claras. En la Biblia para niños que es católica, sale
cada sección con su referencia al Antiguo o Nuevo Testamento, sin embargo al
exponer este tema no tiene referencia. En la Biblia de Jerusalén tampoco me
queda claro el por qué no es mencionado en el Antiguo Testamento. Quisiera que
me ilustrara más en qué momento la Iglesia elaboró y en base a qué antecedentes
o revelaciones se sabe que lucifer y sus ángeles se rebelaron contra nuestro
Señor. Lo saludo atentamente.
RESPUESTA:
Estimado:
Tal vez usted no haya leído detenidamente la Sagrada Escritura, pues
tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el demonio o diablo es
frecuentemente mencionado. Le envío el siguiente artículo escrito hace ya varias
décadas por el eminente biblista Francesco Spadafora que confirma lo que le
estoy diciendo.
En hebreo recibe el nombre de has-satán ‘el
adversario’ (Job 1,6. 9. 12; 2, 3.4.6. 7; 1 Par 21, 1; Zac 3, 1. 2),
término que, sin artículo, indica un enemigo humano (1 Sam 29, 4; 2 Sam 19, 22;
etc.). En el griego de los Setenta se lee diabolos,
de diabaloo, ‘acusador’ ‘calumniador’ para traducir el hebreo has-satán y también sar
y sorer, ‘enemigo’ (en Est 7, 4; 8, 1); hállanse los términos daímon y daimonion, con los cuales los griegos
denominaban principalmente a la divinidad que dirige los destinos humanos, el
genio tutelar inferior a los dioses, a las almas de los difuntos; pero los
Setenta los emplean para nombrar al diablo, traduciendo los nombres hebreos se’îrìm (Lev 17, 7; 16, 8. 10; 2 Par 11, 15; Is 13,
21; 34, 14); sedîm (Dt 32, 17; Sal 106, 37;
acadio Sidu); elîlîm (Sal 96, 5), Siyyîm (Is 34, 14).
Como principal responsable de la caída y de la consiguiente privación de
los dones espirituales y preternaturales que sufrieron nuestros primeros padres
(Gén 3, 1 ss.; cf. Sab 2, 24; Jn 8, 44; Heb 2, 14; Ap 12, 9; 20, 2) concíbese a
este enemigo invencible como omnipresente y como espía que acusa a los hombres
ante Dios y los tienta para lograr su condenación (Job 1, 6 ss.; 1 Par 21, 1;
Zac 3, 1 s.). Al diablo de la lujuria, al que se vence con la mortificación y
la oración, llámasele Asmodeo en Tob 3, 8; 6,
8 ss.; 12, 3. 14. Según cierta opinión rabínica seguida por Orígenes (PG 11,
1364) y renovada por los modernos, el Azazel de
que se habla en Lev 16, 8, ss. para el día de la expiación, sería un diablo y
precisamente el príncipe de los diablos. Pero probablemente Azazel no es más que un nombre del macho cabrio
expiatorio, lanzado al desierto.
En el Nuevo Testamento, el diablo o satanás (frecuentemente singular
colectivo, por los ángeles rebeldes en general) es el jefe de los ángeles
rebeldes que fomentan el mal y la perdición (Ap 9, 11; 12, 7-9). El término en
singular (ho diabolos) es empleado 39 veces en este sentido técnico de enemigo
de Dios y de sus fieles; en plural es empleado en tres casos como atributivo ‘acusador’ (1 Tim 3, 11; 2 Tim 3, 3; Ju 2, 3).
Aparece también 36 veces ó satanás, sin contar las voces afines oi daimones (Mt 8, 31) y tò daimonion (63 veces,
27 en singular y 36 en plural). En Ap 12, 9 y 20, 2 el diablo o satanás es
identificado con el dragón. Llámasele también el ‘tentador’
ó peirázon: Mt 4, 3); el ‘maligno’ (ponerós: Act 19, 12; 1 Jn 2, 13); el ‘espíritu inmundo’) tò àkazarton:
Mt 12, 43); en Ap 12, 10 se le da el calificativo de ‘acusador de nuestros hermanos (los cristianos)
que les acusa ante Dios día y noche’, y en
relación con el juicio que nos espera, se le llama también ‘el adversario en el
tribunal’ (ho antidikos: 1 Pe 5, 8).
El diablo es un ángel pecador y castigado. La antigua tradición
religiosa hebrea relacionada con el pecado de los ángeles está expuesta por San
Pedro (2 Pe 2, 4) y por San Judas (1, 6). También alude a ella Jesucristo
cuando dice: ‘Él era homicida desde el principio y
no perseveró en la verdad, porque la verdad no está en él’ (Jn 8, 44), y
San Juan en las palabras: ‘Peca el diablo desde el
principio’ (1 Jn 3, 8). En cuanto a determinar la especie de pecado, se
da la preferencia al de soberbia, por estar más en consonancia con la
naturaleza espiritual del ángel. Habiendo sido confinados en los abismos
tenebrosos (2 Pe 2, 4; Jds 1, 6) y castigados con el fuego eterno creado para
ellos (Mt 25, 41), estos ángeles caídos, que son muy numerosos (Mc 5, 9; cf. Lc
8, 30), tienen un poder limitado sobre los hombres (1 Pe 5, 8) hasta que se dé
la sentencia de condenación en el juicio final (II Pe 2, 4; Jds 1, 6).
Como ‘príncipe de este mundo’ (Jn 12,
31; 14, 30; 16, 11), ‘dios de este siglo’ (2
Cor 4,4) y ‘señor’ (Mt 4, 9; Lc 4, 6)
manifiesta su poder entre las tinieblas de la idolatría (Act 26,18; Col 1, 13).
La lucha diabólica va principalmente dirigida contra Cristo: después de las primeras tentaciones, de carácter
mesiánico, lo acosó hasta la muerte sugiriendo a Judas Iscariote la traición (Jn
13, 2; cf. 6, 71) y tomando entera posesión de su
espíritu (Lc 22, 3; Jn 13, 27; cf. Lc 22, 53). La
lucha contra la Iglesia de Cristo está delineada en las parábolas del sembrador
y de la cizaf’ia (Mt 13, 19. 25. 39; Mc 4, 15; Lc 8, 12).
Después de Cristo son tentados los cristianos (4ct 5, 3) con grande
astucia (1 Cor 7, 5; 2 Cor 2, 11; 1 Tes 3, 5; etc.), por el diablo que se
transforma en ángel de luz (2 Cor 11, 14), como promotor de falsas doctrinas (1
Tim 4, 1). Son especial objeto del odio diabólico los propagadores del
cristianismo (Lc 22, 31; 2 Cor 12, 7; 1 Tes 2, 18). Pero Cristo infligió al
diablo la primera y gran derrota cuando hizo realidad la profecía del Génesis
(Gén 3, 5; Lc 10, 18; Jn 12, 31; 14, 30, 16, 11; 1 Jn 3, 8), destruyendo con su
muerte al dominador de la muerte (Heb 2, 14) y libertando a los que estaban
subyugados por el terror de la muerte (Heb 2, 15; Col 2, 14 s.). Pero como la
derrota definitiva no tendrá lugar hasta el fin del mundo, la resistencia de
los cristianos a sus ataques ha de ser de todos los días (1 Pe 5, 8. 9), con la
sobrenatural ‘armadura completa’ (Ef 6, 16;
2 Cor 12, 7 ss.; Rom 16, 20). Y no será raro el buen éxito del diablo: hay
fieles seguidores del diablo en tiempo de Cristo (Jn 8, 41. 44); en la edad
apostólica son abandonados, en castigo, al poder de Satanás el incestuoso de
Corinto y los apóstatas Himeneo y Alejandro (1 Cor 5, 5; 1 Tim 1, 20). Habrá
oposición entre ‘los hijos de Dios’ y ‘los
hijos del diablo’ (Jn 8, 44-47; 1 Jn 3, 8. 10), los cuales practican ‘obras del diablo’ (Act 13, 10) que se resumen en
la impostura y en la seducción (Jn 8, 44; 1 Tim 4, 2; Ap 12, 9; 20, 9) por
medio de las cuales se sustituyen la verdad y la justicia por el pecado (Rom 1,
25 ss.; Sant 5,19).
BIBLIOGRAFÍA.
KAUPEL, Die dämonen im A. T., Augsburg 1930: A.
BROCK-UTNE. Der Fend. en Klio, 28 (1935) 219-227; M. 2. GRUENTHANER.
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Soteria. Kopenhagen
1948; F. ZEMÁN, Indoles daemonum tn scriptis prophetarum, en DV 27 (1949)
270-77; 321-35; 28 (1950) 18-28; 89-97- P. VAN IMSCHOT, Théologie de l’Ancien
Testament. I, Paris-Tournai 1954, pp. 130-141.
Tomado de: Francesco Spadafora, Diccionario Bíblico,
Barcelona 1968, pp. 154-155.
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