Existen ocasiones que abren un rayo de curación.
Por: P. Fernando
Pascual, LC | Fuente: Catholic.net
La soberbia puede llevar a la insensibilidad, al desprecio del otro, a
la creencia de ser superior respecto de los equivocados, los viciosos, los
incultos, los anclados en un pasado visto como algo sin sentido.
La soberbia ciega, sobre todo cuando uno tiene una gran inteligencia y
una personalidad fuerte, que le llevan a sentirse cualificado para juzgarlo
todo con un criterio válido: el suyo.
Una vez herido por la ceguera, el soberbio no percibe ni el daño que
producen sus palabras, ni la pena de quien ha sido despreciado, ni la
posibilidad de que otros puntos de vista puedan tener también su parte de
razón.
No resulta fácil curar la ceguera de la soberbia, precisamente porque
quien se autodeclara bueno, inteligente, justo, “superior”,
no percibe ninguna necesidad de convertirse, de replantearse la propia
vida, porque ya la ve como “perfecta”.
Ese es el gran daño de la soberbia: hacer que uno
llegue a considerarse infalible, poseedor de cualidades que otros deben
reconocer para seguir sin resistencia lo que el soberbio afirme y defienda.
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