Las sombras redoblan sus esfuerzos para ubicarse lo más cerca posible del faro y oscurecer su fanal, su fuente de luz.
Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org
Hace algunos años me dijo un hombre: “la sombra yace al pie del faro”. Y es una frase
que ha quedado dentro de mi, reapareciendo en aquellos momentos en que la
realidad me muestra que es tremendamente cierta. El faro ilumina a los
navegantes, a lo lejos, en medio de la inmensidad del mar. Los guía por el
camino seguro, es señal y símbolo de paz para ellos, porque al verlo navegan
con confianza aun en medio de la más cerrada noche. La luz del faro barre el
horizonte, segura de extender su mirada hacia la distancia, cubriendo con su
manto a aquellos que necesitan de su guía y protección. Sin embargo, al pie del
faro, en su base de piedra llena de musgo y moho, hay oscuridad. La luz no
puede llegar allí, es un punto ciego donde se esconden las sombras. La
oscuridad escapa del haz de luz, de la fuente de luminosidad, y se esconde
donde no puede ser atacada: bien cerca del faro, a sus pies. Casi podríamos
decir que cuanto más se acerca al faro, más segura y poderosa se siente.
Y es hasta entendible que así sea: el mal quiere extinguir la fuente de luz,
por eso redobla sus ataques para apagarla, buscando ubicarse lo más cerca
posible del poder, del mando, de aquellos que tienen la responsabilidad de
guiar a otros. Si logran oscurecer a los que guían, se aseguran que el faro no
emita más luz, dejando a la gente en medio de la oscuridad que el mal propone.
Esta triste realidad la vemos en los gobernantes de muchas naciones: la oscuridad se arroja sobre ellos para buscar que
gobiernen siendo fuente de sombras. Las tentaciones orientadas al poder,
la corrupción, la soberbia, la vanidad y la falta de caridad son las sombras
que los atacan. Cuando la luz fue extinguida, ese faro ya no puede iluminar a
su pueblo, dejando a las pobres almas sumidas en una noche espiritual y humana.
También lo vemos en los lugares de trabajo: los responsables de conducir a muchas
empresas son tentados para hacer indigna la tarea de quienes siguen sus órdenes. ¡Y el trabajo es fuente de
dignificación del hombre! De este modo las sombras extinguen estos faros
que podrían hacer también del sudor del hombre una alabanza a Dios. En cambio,
lo transforman en una guerra de vanidades, ambición, egoísmo, corrupción y
división. Y que podemos decir de las familias: cuantas
veces vemos matrimonios unidos en la fe que se encuentran con hijos que se
desvían del amor a Dios. Esas familias que son fuente de luz y ejemplo
para muchos otros, y de repente se enfrentan en su propio hogar con una fuente
de oscuridad, cercana, tratando de oscurecer a los otros hijos o a la familia
toda. Es un intento del mal de apagar esa fuente de luz, ese faro.
Y finalmente, también podemos entender muchos de los ataques a la Iglesia bajo
el mismo principio. Si Ella es el Cuerpo Místico de Cristo, que trofeo más
grande podría tener el mal más que oscurecerla, apagarla. ¡Es el gran faro! Las sombras redoblan sus esfuerzos
para ubicarse lo más cerca posible del faro y oscurecer su fanal, su fuente de
luz. Pero la Iglesia es eterna, nunca acabará. Sufrirá, tendrá que soportar
muchas sombras moviéndose cerca, tratando de detenerla. ¡Pero las sombras no prevalecerán!
El Mal se concentra en aquellos puntos desde donde puede influir más en otros:
en gobernantes, padres de familia, líderes
de empresa, en todo aquel que sea guía de almas. Cuando nos toca el turno de
ser faros seamos fuente de luz, no dejemos que la oscuridad opaque la
luminosidad de nuestro consejo, nuestra guía y nuestro ejemplo.
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