El ser religioso, creyente, practicante, no se aprende en la escuela.
Por: José Luis García Garrido | Fuente:
interrogantes.net
Estoy convencido de que a ser religioso,
creyente, practicante, no se aprende en la escuela. El sentido trascendente de
la vida y la formación religiosa en su sentido más pleno, o se transmiten en el
seno del propio hogar, con los oportunos apoyos exteriores, o difícilmente se
trasmiten en ninguna otra institución (dejando aparte, claro está, el directo
influjo de la gracia divina, que «sopla cuando quiere»). No es ésta la cuestión
que está en juego, consiguientemente, cuando se defiende sin vacilar -como es
mi caso- la conveniencia de enseñar religión en las escuelas públicas.
Sé muy bien que en determinados países no se hace (Francia y los Estados
Unidos, por poner sólo un par de ejemplos ilustres), pero sí en muchos otros,
la mayoría, en Europa y fuera de ella, y en situaciones muy distintas de
confesionalidad de la población (católica, protestante, ortodoxa o no
cristiana).
Enseñar religión en las escuelas es básico para que todos los niños y
adolescentes sepan, independientemente de las ideas religiosas de sus padres,
que la religiosidad es una dimensión sustancial de la persona humana, gracias a
la cual se han producido a lo largo de la historia hechos sociales y culturales
de importancia capital para el desarrollo de la humanidad misma.
Sin el sentido religioso, difícilmente podrían explicarse todas esas cosas que
se intentan «explicar» en las escuelas: la literatura, el arte, la historia, la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, hasta la ciencia e incluso la
matemática. No enseñar religión es -respetando profundamente a quienes
sustentan esa idea- una postura artificial, como la de esos padres empeñados en
mantener que, en casa, determinados temas «no se tocan», aunque estén en la
cabeza y en la lengua de todos.
Muy al contrario, cada vez se hace más perentoria la necesidad de afrontar en
la escuela pública una adecuada enseñanza de la religión. Otra cosa distinta es
el qué y el cómo. Parece lógico respetar en cualquier caso el criterio de los
padres, salvo que ese criterio sea el de impedir que aprenda religión no sólo
el respectivo hijo (a lo que tienen pleno derecho), sino cualquier otro hijo de
vecino.
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