En una reciente carta a los jóvenes el papa les ha aconsejado lo siguiente:
En
ciertas zonas del mundo, conviene consumir menos carne, esto también puede
ayudar a salvar el medio ambiente.
Me ha
llamado la atención que se atreviera a decir esto porque es uno de los
propósitos que yo ya había hecho. Sin darnos cuenta, en esta época de
supermercados, tenemos una tendencia a comer bastante más carne que nuestros
antepasados. Mis abuelos criaban los animales que se comían en el corral.
También tenían unas ovejas que un pastor del pueblo sacaba a pastar cada día.
El caso
es que no es que comamos algo más de carne, sino bastante más del doble y el
triple que hace dos generaciones. Esto tiene sus consecuencias en la salud: aunque comamos carne sin grasa, siempre tiene un cierto
nivel de colesterol; amén de otras cosas.
Pero no
solo eso, también tiene su consecuencia en el planeta. La cantidad de pasto que
debe comer una vaca hasta su sacrificio es impresionante. Multiplicado por 7
000 millones de personas tendría un impacto bastante brutal sobre la
naturaleza, se mire como se mire.
Conclusión,
el papa, como un padre de familia, nos aconseja a sus hijos que comamos menos
carne. Esto ha sido muy criticado, pero lo muy razonables sus palabras, propias
de un padre que se preocupa de la salud de sus hijos y de preservar el don de
Dios que es el planeta.
Yo ya les
he dicho a mis amigos desde hace años que el día que haya unas hamburguesas
vegetales que sepan razonablemente bien, me pasaré a ellas sin dudarlo, dejando
la carne para pocas veces a la semana.
En
algunos restaurantes lo que siempre me ha abrumado es ver que algunas personas
se comían unos chuletones inmensos en longitud y de gran grosor. Solo verlo me
produce fatiga, hartazgo y desagrado. Cuando alguna vez he pedido un solomillo,
siempre le pregunto a algún otro comensal si no le gustaría compartirlo. Para
mí media ración de esa carne es más que suficiente.
P. FORTEA
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