En mi diócesis ha habido un cambio de vicario general. El nuevo vicario, don Francisco, es muy joven, yo creo que debe tener 38 o 39 años. Lo conocí como laico, antes de que entrara en el seminario.
Os puedo
asegurar que en ningún momento he valorado en mi mente si era adecuado o no
este nombramiento. Cuando se produce un nombramiento en mi diócesis, siempre
pienso que es el obispo el que conoce las capacidades y virtudes del designado.
Él tiene una visión más amplia, más completa, que la mayoría de los sacerdotes,
y desde luego incomparablemente mejor que el conocimiento que pueda tener yo.
Por esa razón jamás he juzgado nada, ni lo más mínimo, acerca de este y todos
los demás nombramientos.
Digo que
es “más completa que la mayoría de los sacerdotes” porque
el conocimiento siempre será mayor por parte de los sacerdotes que son amigos y
compañeros de trabajo, durante años, de alguien nombrado para un cargo. En ese
sentido, en cualquier nombramiento, siempre puede haber alguien, como es
lógico, que conoce mejor al designado. Pero a efectos generales hacer un acto
de confianza en la decisión episcopal no solo es un acto de virtud, sino que
también es lo más razonable.
Alguien
podría pensar que me puede costar, algún día, obedecer una orden proveniente de
alguien más joven que yo, que conocí como laico. Para nada. La autoridad a la
que me someto es sagrada. Que el que me mande algo sea más joven que yo,
sinceramente no me cuesta. Obedezco por Dios, el medio es lo de menos.
Cuando
entré al despacho del nuevo vicario, le saludé con el alma limpia, con la
mirada cándida, dándole mi enhorabuena con toda sinceridad.
P. FORTEA
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