La muerte de Jesucristo clavado en la cruz es el hecho más grande que ha visto la historia.
Por: P. Jorge Loring | Fuente: Catholic.net
34.- JESUCRISTO NOS
REDIMIÓ OFRECIENDO EL SACRIFICIO DE SU VIDA EN LA CRUZ, PARA PERDONARNOS
NUESTROS PECADOS Y DEVOLVERNOS LA GRACIA Y AMISTAD DE DIOS.
1. La muerte de Jesucristo
clavado en la cruz es el hecho más grande que ha visto la historia.
Para la reparación del género humano, en plan de justicia estricta y perfecta
(condigna), fue absolutamente necesario la Encarnación y Redención de Cristo19.
La ofensa aumenta con la dignidad del ofendido.
Al ser el pecado ofensa a un Dios infinito, su malicia es infinita.
No podía reparase por un mero hombre.
Por eso Dios se hizo hombre para ser Hombre-Dios y así reparar la ofensa del
hombre20.
«Jesús es Dios y hombre. En cuanto
Dios, todas sus acciones, incluso las acciones humanas más pequeñas, tienen un
valor infinito. En cuanto hombre, hecho hermano nuestro y cabeza de la
humanidad, puede ofrecer a Dios en nuestro nombre y en nuestro favor todo
cuanto hace. De ahí que ofrezca su obediencia hasta la muerte de cruz como
reparación de nuestra desobediencia.
Y al hacer esto, Él mismo se convierte en reconciliación entre el Dios ofendido
por la soberbia humana, y los hombres que son los ofensores. Por eso es su
sangre derramada en la cruz la que pacifica todas las cosas»21.
«Por la humanidad de Jesucristo entra la Persona del Verbo en solidaridad con el género
humano. Formamos con Él un todo. Él es uno de nosotros. Así puede verificarse
la Redención satisfactoria. Nosotros ofendimos a Dios, y Él paga por todos.
(...)Cristo es un eslabón que
une lo sumo con lo ínfimo. Levanta la humanidad a las alturas de la divinidad y
como que inclina la divinidad a nuestro barro»22.
Dice San Gregorio el Magno: «El haberse abajado Dios hasta la humanidad sirve para
elevar al hombre hasta la divinidad»23.
La gran prueba de la divinidad de Cristo es la
resurrección, y para esto primero tenía que morir24. Pero la muerte en cruz fue para demostrar su amor a nosotros.
Dios pudo haber mandado al infierno a todos los hombres que hubieran pecado
mortalmente; pero -por el mucho amor que nos tiene- no hizo eso, sino que, al
contrario, quiso hacerse hombre para redimirnos. Y aunque hubiera bastado para
esto una sola lágrima de sus ojos o una palabra de sus labios25. , quiso sufrir tormentos tan espantosos y muerte tan cruel, para que
veamos el valor de nuestra alma y tengamos horror al pecado, para darnos prueba
de su amor a nosotros, y para servirnos de ejemplo en nuestros trabajos y penalidades.
Al Marqués de Comillas, que va camino de los altares por las
muchas buenas obras que hizo al disponer de una gran fortuna, se le atribuyen
estos versos:
Sufre, pues por
ti sufrí.
Y cuanto adverso te viene, sabe que así te conviene; pues todo nace de mí.
Mi bondad me puso aquí.
Tu ingratitud me clavó.
Nadie como yo sufrió.
Y pues todo es por tu bien, bebe una gota, por quien un cáliz por ti bebió26.
2. Jesús quiere
que correspondamos al amor que nos tiene. Por eso, en muchas de sus imágenes,
nos enseña su corazón, pidiendo que nosotros le amemos también a Él y le
consagremos y le dediquemos todos los actos de nuestra vida, principalmente los
que más nos cuestan. El dolor y el sufrimiento son un tesoro, si se saben
aprovechar para la otra vida ofreciéndolos a Dios.
La vida cristiana, aun en sus más mínimas acciones, posee una riqueza de valor
inapreciable, debido a la unión de todo bautizado con Cristo,
de cuya misión y méritos redentores participa.
Todo ese valor y precio puede ofrecerse a Dios para reparar los pecados y
colaborar en salvar el mundo; y aun para conseguir de la omnipotencia de Dios
gracias y favores en beneficio propio y ajeno.
El Apostolado de la Oración, es una Obra de la Iglesia que
asocia a treinta y siete millones de personas, unidas en Cristo, para vivir
los grandes intereses de su Reino, mediante el sincero ofrecimiento del valor
redentor de todas sus acciones, sufrimientos, alegrías y oraciones.
La Dirección en España del Apostolado de la Oración está en Núñez de Balboa
115, 1º E. Madrid-28006, Telf.: 91 562 80 49. FAX: 91 562 17 85
Hay que santificar el trabajo. Hacer las cosas lo
mejor que podamos, por amor de Dios. El seglar
no puede santificarse a base de largos rezos y tremendas penitencias. Algo debe
rezar siempre, pero no podrá rezar mucho. Algo tendrá que sacrificarse siempre,
aparte de los muchos sacrificios que la vida trae consigo.
Pero lo constante, lo que será de todos los días, y de todos los momentos de cada día, es hacer bien lo que se está haciendo; y eso para complacer a Dios, cumpliendo su santa voluntad. En esto ha de buscar el seglar su auténtica santidad27.
¡Dios nos quiere como el mejor Padre! Sólo el cristiano llama Padre a Dios.
Veamos el amor de Dios en todas las circunstancias que nos rodean: buenas o malas. Confiemos plenamente en ese inmenso amor de nuestro Padre: «Corazón de Jesús, en Ti confío, porque creo que me amas»28.
El Papa Juan Pablo II, el 5 de Octubre de 1986, dijo en Paray le Monial que se siga difundiendo la práctica de los Nueve Primeros Viernes de mes, y que se ayude a los fieles a la participación en los sacramentos29.
La razón de la devoción de los Nueve Primeros Viernes de mes, podría ser que Cristo murió un Primer
Viernes de abril30, y estuvo nueve meses en el seno de María. Se
conmemoran así dos grandes hechos de la Redención: la
Encarnación y la Muerte.
Es evidente que quien hace los Primeros Viernes y después, fiado de esta
promesa, se dedica a pecar a sus anchas, se está burlando del Corazón de Jesús; y no
parece éste el mejor camino para alcanzar el cumplimiento de la promesa. Dijo San Pablo que de Dios no se ríe
nadie31.
La promesa del Corazón de Jesús
no es un seguro de salvación para los que quieran llevar una vida de
pecado. El Concilio de Trento condena -y es de fe- a los que presumen de tener
seguridad absoluta de salvarse. A no ser que hayan tenido revelación especial
de ello32.
No podemos tener una certeza infalible y de fe, pero sí podemos tener una
certeza moral; pues nadie pierde la gracia si no peca mortalmente, y nadie peca
mortalmente si no es responsable de lo que hace.
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