El amor verdadero solo se da entre personas que libremente quieren entregarse a otro. Por ello la libertad se presenta con un valor incalculable pues abre la puerta al ejercicio del amor.
Por: Nieves García | Fuente: Mujer Nueva
El único valor que todavía suscita unanimidad en
el tercer milenio es el de la libertad. Todo el mundo está más o menos de
acuerdo en que el respeto a la libertad de los demás constituye un principio
ético fundamental: algo más teórico que real. Quizá
no se trate más que de una manifestación de ese egocentrismo endémico al que ha
llegado el hombre moderno, para quien el respeto a la libertad de cada uno
constituye más bien una reivindicación de individualismo: ¡que nadie se permita impedirme que haga lo que quiera!
La libertad presenta dos rostros. Hay quienes la definen por su cara exterior
dependiente de las circunstancias. Eliminar las trabas que me impiden actuar es
sinónimo de libertad. Las normas que impone la sociedad, los límites del propio
cuerpo,…obstáculos, impedimentos… leyes
físicas, la naturaleza humana…Siempre queremos ir más lejos, ir más deprisa,
tener más poder… Creemos que seremos mas
libres cuando “los progresos” de la biología
nos permitan elegir el sexo de nuestros hijos…nos creemos más libres por
intentar ir más allá de nuestras posibilidades… ya no es alpinismo normal sino alpinismo de riesgo, lo que se
práctica con este concepto de libertad.
La libertad vivida como una lucha para eliminar toda oposición a una voluntad
caprichosa es la que pregonan los teóricos, los que escriben libros, hablan y
hablan de la libertad, presentan todo fácil y accesible. Pero cuando callan, en
la soledad del silencio se advierte que el corazón sigue gimiendo por algo que
no alcanza a poseer.
Hay otros que hablan de la libertad, con menos palabras y mayor sabiduría. Son
los que saben que la libertad es oportunidad, capacidad pero para elegir lo
bueno, lo valioso, lo que me realiza. Antes de tomar una decisión, se han
preocupado de conocer qué quieren, por qué lo quieren y lo que es más
interesante ¿A dónde me conduce esta elección?
Porque las consecuencias no son nunca opcionales a la decisión. Los sabios de
la libertad invitan a mirar a la meta ¿Quién soy yo
como ser humano? ¿Qué me realiza realmente? ¿Dónde está la verdad? ¿y el bien?
¿y los otros? ¿Soy un ser para estos valores? Entonces su libertad se
convierte en el viento que mueve la vela de sus vidas, pero con un timón bien
orientado; es decir hacia los fines que le son naturales. ¡El gran misterio humano es que somos el único ser que
puede elegirse o negarse a sí mismo! Los teóricos de la libertad
cortarán las amarras, dinamitarán los arrecifes, pero ¿a
dónde van? Presentan la vida como si fuera un enorme supermercado en el
que en cada estante se despliega un amplio surtido de posibilidades del que
poder tomar, a placer y sin coacción, lo que se quiera, pero ¿para qué? Bastaría que hubiera un cártel de “No tomar”, para que se sintieran amenazados en el
uso de su libertad, aunque el cartel estuviera colocado encima de botellas de
veneno.
Si la libertad fuera sólo el ejercicio de elegir, y se midiera por la cantidad
de opciones que se tienen, ridículamente a medida que la vida pasa, seríamos
menos libres, pues cada vez tendríamos menos opciones posibles. Sin embargo hay
quienes rondan la ancianidad y demuestran una libertad de espíritu
infinitamente mayor que jóvenes de 20 años, porque han invertido el tiempo de
su existencia en elegir de acuerdo a lo que querían ser, regidos por unos
valores que ahora son la corona de su andadura. Y siguen siendo libres porque
siguen eligiendo amar antes que romper en busca de su placer.
Los sabios de la libertad son los que han descubierto que a quien hay que
liberar es a nuestro corazón, prisionero de sus miedos o egoísmos; es él quien
debe cambiar y aprender a amar dejándose transformar. Sólo el amor rompe el
sentimiento de angustia de no alcanzar nunca la serenidad. Quien no sabe amar,
todo le agobiará, lo sentirá en desventaja, se sentirá prisionero. La
experiencia de la libertad interior es la más imperiosa necesidad del hombre y
la mujer actual porque nunca como ahora se han roto tantas trabas y se vive con
tanto desasosiego emocional.
El ser humano manifiesta una gran ansia de libertad porque su aspiración
fundamental es la aspiración a la felicidad, y porque comprende que no existe
felicidad sin amor, ni amor sin libertad. El amor es un producto que, aunque se
tasa con avaricia, no se cobra, no se vende, sin que deje de serlo. El amor
verdadero solo se da entre personas que libremente quieren entregarse a otro.
Por ello la libertad se presenta con un valor incalculable pues abre la puerta
al ejercicio del amor.
Merece la pena escuchar la vida de los sabios de la libertad, que hablan menos
y son más libres, porque son más seres humanos. Han elegido la verdad, el bien
y el amor como las metas de su vida y con ello han encontrado lo que no se
encuentra con sólo eliminar trabas: la paz del
corazón.
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