Hay dos grandes males que asedian la iglesia actual: hombres que no quieren dirigir sus familias, y mujeres que resisten a los hombres que sí quieren dirigir sus hogares. Hablemos del primero:
Hombres
débiles, indisciplinados, que nunca maduraron. Están en los 30s, 40s y algunos
hasta en sus 50s, y todavía adictos a la tele. Prefieren pasar el domingo en la
casa o con los amigos viendo un juego, que ser cabezas espirituales de sus
hogares, santificando el día del Señor con toda su familia.
Nula vida
de oración, no tienen absolutamente ningún sentido de lo que es un devocional
familiar, rinden todos los asuntos espirituales del hogar y los hijos a la
mujer. Hombres espiritualmente castrados: como el
rey Acab, prefieren ser dirigidos por una Jezabel que dominar como un rey
David.
Sus hijas
se visten y se comportan como zorras, y no dicen nada; sus hijos crecen ateos y
rebeldes, y no les importa nada. Mientras tengan dinero y bienes materiales, "han cumplido con sus deberes como proveedores”.
Hombres débiles, que engendran hijos impíos.
AHORA
AL SEGUNDO MAL.
Mujeres “empoderadas”. “A mí nadie me manda” dicen en su
orgullo, se creen las cabezas de sus hogares, e incluso de la iglesia y la
sociedad. Tan pronto como sus maridos intentan tomar control de las riendas de
los asuntos de la familia, continuamente se encaran con él, tratándolo como si
fuera un niño. Peleonas, chismosas, entrometidas, siempre argumentando que se
hagan las cosas a su manera.
No tienen
el mínimo temor de denigrar a sus esposos o autoridades espirituales
masculinas, pues no saben lo que es la sumisión piadosa y reverente. De hecho,
no se pueden someter a nadie, pues esclavas son de sus pasiones.
Sobreprotectoras de sus hijos, engendrando hijos débiles y afeminados e hijas
dos veces insumisas como ellas. La mayoría, saltando de hombre a hombre,
siempre en busca de una nueva emoción, exponiéndose ellas a más daño, y peor, a
sus propios hijos que dice proteger.
===
¡Tenemos
que acabar con esto! ¡Ahora, en nuestra generación! Esto nos está costando mucho: tanto
espiritual como materialmente. Está destruyendo a nuestras familias,
comunidades locales e iglesias y, en última instancia, empobreciendo a nuestras
naciones. Y peor aún, condenando a la mayoría de nuestros hijos a la
condenación eterna.
Nuestro SEÑOR una vez preguntó retóricamente: ¿qué aprovechará al hombre, si gana todo el mundo, pero
al final, pierde su alma? Si nosotros, como padres, realmente nos
preocupamos por nuestras generaciones, dejaremos nuestros propios caminos y
cumpliremos con el estándar divino:
–
Maridos: amad a vuestras mujeres como
Cristo la Iglesia.
–
Esposas: sométanse a sus maridos como la
Iglesia a Cristo.
–
Hijos: honrad a vuestros padres.
–
Y padres: instruid a vuestros hijos en el
temor del SEÑOR.
Este es el verdadero
camino a la libertad y duradera prosperidad.
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