Un diálogo que lleve a conseguir objetivos comunes, certeros y verdaderos.
Por: Mons. Francisco Pérez González | Fuente:
www.revistaecclesia.com
La unidad es un bien moral, social, económico,
familiar y religioso. La unidad no es uniformidad sino colaboración,
enriquecimiento de dones e intercambio de los mismos.
Cada uno, con sus virtudes y valores, colabora al bien común que es la unidad.
En el refranero se nos recuerda que ‘la unión hace la fuerza’. El mismo
sentimiento humano nos lleva a la unidad. Nada de lo que nos ocurre es
indiferente y lo que da densidad a la relación humana es la búsqueda de hacer
que prevalezca más lo que nos une que lo que nos divide. Y en ese buscar juntos
el bien de la unidad nos lleva a ser creíbles porque por los ‘frutos los conoceréis’. La unidad nace de
corazones nobles y sinceros puesto que si hay intereses o corruptelas
interesadas, como una termita, corroen la verdadera fuerza de la comunión y
unidad humana.
Cuando contemplamos a la humanidad constatamos inmediatamente que tanto los
gozos como las alegrías parten de la unión que existe entre los miembros de un
pueblo o de una nación. Por el contrario cuando la violencia y la conculcación
de los derechos humanos vienen extirpados y pisoteados por la malicia y los
poderes del ser humano, estamos ya ante una sociedad fragmentada y dividida.
Jesucristo, que enseñaba con autoridad, manifiesta que la esencia fundamental
de la comunidad cristiana ha de estar basada en la unidad, para que siendo
todos una misma cosa, este ejemplo haga posible que los demás se adhieran a la
fe y crean. No son los hermosos discursos, por muy bien trabados que estén los
que llevarán a la consecución de este fin, sino el testimonio de un enlace fraterno
que haga posible ‘ver y palpar’ que la
unidad es afectiva y efectiva.
La sociedad tiene hambre de fraternidad y unidad. Los mecanismos sociales e
instituciones han de procurar buscar más lo que une que lo que divide y esta es
la forma leal y justa de servir al pueblo que les ha confiado tal servicio.
Cuando los intereses personales o ideológicos priman y excluyen se está
haciendo un gran mal a la sociedad. Con tales criterios la misma sociedad se
fragmenta y va hacia la deriva. La unidad no quiere decir uniformidad pero sí
confluencia de voluntades para conseguir un bien común y general. Todas las
fuerzas bien armonizadas y conjuntadas harán posible que se consigan los
objetivos que más preocupan a todos: la justicia,
la paz, el respeto y la solidaridad.
Se comprende que esto es muy difícil pero no imposible. La imposibilidad
indicaría que existe incapacidad, por el contrario, se tiene la suficiente
capacidad para trabajar y conseguir la unidad siendo conscientes que los
intereses y las cerrazones de mente y corazón lo bloquean. Todo es cuestión de
conversión del corazón y de un diálogo que lleve a conseguir objetivos comunes,
certeros y verdaderos. Ante el mal se ha de ser implacables –‘tolerancia cero’- pero ante el bien común ‘todos a una’.
Mons. Francisco Pérez González
(Arzobispo Castrense y Director nacional de OMP)
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