Jesucristo subió a los cielos.
Por: P. Alberto Ramírez Mozqueda |
La Ascensión del Señor, al final del tiempo de
la Pascua, nos llena de una profunda alegría, pues es el triunfo del amor y de
la vida sobre las tinieblas del error, la mentira y la muerte.
Cuentan que una catequista daba su lección en el interior del templo parroquial
y llegó al punto de decirle a los niños: Y Cristo
resucitó de entre los muertos al tercer día... y los niños, que hoy tienen
explicaciones para todo dijeron: Qué chiste, seguro que estuvo en estado de
coma, y luego se levantó. Si, pero malamente se puede estar en estado de coma
con el costado abierto, y con el corazón destrozado por la lanzada cruel de un
soldado, cuando ya el Señor estaba muerto, respondió la catequista y continúo: Y
Cristo subió al cielo... para prepararnos un lugar.... Tampoco eso tiene
chiste, dijeron los niños, pues Cristo es tan poderoso, que nomás tomó su
cohete y se pudo elevar sobre todo y sobre todos.
Qué difícil es expresar un hecho tan grandioso como la Ascensión de Cristo a
los cielos, pues está fuera del tiempo y del espacio. Por eso San Lucas que nos
narra ese hecho, lo hace con categorías humanas, valiéndose de palabras que muy
difícilmente podrían explicar lo inexplicable, pero el mensaje queda y queda
para todas las generaciones.
Al respecto me platicaron que una monjita de convento, de las que nunca salen,
de las que hacen oración constante por los que no la hacemos, tuvo necesidad de
salir al médico, y estando en la sala de espera, con gran expectación de su
parte, y presa de una profunda emoción, frente a la televisión, oyó que el
cardenal correspondiente, anunció que ya había Papa nuevo en la Iglesia, y a
continuación pudo verlo cuando abrió sus brazos para abrazar a toda la
humanidad. Cuando regresó al convento, le contó a la superiora la maravilla que
había contemplado, y como en el convento no hay televisión, llamó a todas las
hermanas, para que la monjita les relatara lo acontecido. Y cómo es el Papa
nuevo, le preguntaron: Ah, es la cosa más
maravillosa del mundo, blanco, blanco como un ángel, y con unos brazos largos
que parecían sus alas para volar a todos los rincones de la Iglesia.
La monjita no se equivocaba, pues así contemplaba ella a Benedicto XVI como no
se equivocaba San Lucas que nos habla de la Ascensión del Señor a los cielos.
Comienza describiendo el escenario, una montaña, como había sido la
promulgación de la Ley a Moisés, como había sido el sermón más importante de
Cristo , y como había sido su propia muerte. La montaña, y parece que de
Galilea, porque ahí había comenzado su predicación y ahí, mostraría que ya
Jerusalén ni dictaba las normas ni concedía la salvación, que era desde ahora
propia de Cristo Jesús el Hijo de Dios. Les da sus instrucciones, y lentamente
se va apartando de su vista hasta que desaparece totalmente. Este hecho lleva
aparejadas muchas consecuencias, pues en primer lugar Cristo sube al cielo como
cabeza de la humanidad, y todos los que somos su familia, nos alegramos porque
uno de nuestros miembros el más importante, ya resucitó, ya subió a los cielos
y ya se encuentra sentado a la derecha de Dios Padre. Es el triunfo de toda la
humanidad. Es el triunfo del Padre, porque acepta el ofrecimiento de su Hijo en
lo alto de la Cruz y por eso puede coronarlo y hacerlo Señor del Universo.
Pero es también triunfo de Cristo, pues sin pecado propio, entregando su propia
vida, nos muestra el camino hacia la casa del Padre Celestial, aunque Tomás se
pasara de ingenio al pretender que no sabía el camino correcto.
Pero hay otro detalle más. Cuando Cristo desaparece de su vista, unos ángeles
se plantan ante los Apóstoles que no caben en sí de asombro, y les preguntan: ¿Qué hacen ahí parados mirando al cielo? Ya no es
hora de contemplaciones, es la hora de la Iglesia mientras vuelve su Señor. Es
entonces la hora de la Evangelización, es la hora de bautizar a todos los
hombres, pero es la hora en que habrá que hacer que cada uno de ellos proceda
en toda su vida conforme al lo que Jesús hizo y enseñó. Es la hora del
compromiso, es la hora de acercarnos a los pobres, y los más pobres son los que
aún ahora, después de veinte siglos, aún no son iluminados por el Evangelio. Y
en ese sentido entramos todos, chicos y grandes, hombres y mujeres, religiosos
y seglares, sacerdotes y fieles, todos en la gran campaña de evangelización.
Es pues el día de la alegría, del regocijo y de la paz, sin olvidarnos que el
próximo domingo concluimos con la fiesta de Pentecostés que hace que el
Espíritu Santo esté más activo cada día, impulsando la misma obra de
evangelización, hasta que todos los hombres reconozcan que Jesucristo es el
Señor y toda rodilla se doble a su nombre.
Tu amigo el Padre Alberto
Ramírez Mozqueda
No hay comentarios:
Publicar un comentario