Hoy la Iglesia Universal celebra la Solemnidad de la Ascensión del Señor Jesús al Reino de los Cielos, cuarenta días después de su resurrección.
GALILEOS, ¿QUÉ HACÉIS
MIRANDO AL CIELO?
La Ascensión del Señor cierra el ciclo que empezó con la Encarnación del
Verbo. Jesús sube al Cielo habiendo redimido la naturaleza humana, la que
-vencido el pecado- queda elevada en Él a una condición jamás prevista. Por su
parte, los Apóstoles, estupefactos, permanecen mirando al cielo, contemplando
cómo la figura del Maestro se pierde en medio de las nubes. ¡Cómo retirar la mirada de la gloria patente! ¡Cómo dejar
de mirar en dirección hacia donde no hay más promesas porque ya todo está
cumplido!
Pero, de pronto, dos hombres de blanco -dos ángeles- irrumpen en medio
del éxtasis y hacen que todos los testigos de la escena vuelvan los ojos a la
realidad que deberán enfrentar: su misión, su vocación en medio del mundo… la
historia que habrán de escribir.
COMPROMISO CON EL MUNDO
Y LA HISTORIA
Hace poco más de dos décadas, el Papa San Juan Pablo II reflexionaba en
torno a este día y su sentido: “La contemplación
cristiana no nos aleja del compromiso histórico. El ‘cielo’ al que Jesús
ascendió no es lejanía, sino ocultamiento y custodia de una presencia que no
nos abandona jamás, hasta que él vuelva en la gloria… Mientras tanto -continúa
el santo- es la hora exigente del testimonio, para que en el nombre de Cristo
‘se predique la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos’” (Homilía
por el día de la Ascensión del Señor 24 de mayo de 2001).
Para mayor comprensión habrá que repasar las palabras del Evangelio de
hoy (Lucas 24, 46-53):
“Y les dijo: «Así está escrito que el Cristo
padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su
nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando
desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas.
«Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de
mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos
de poder desde lo alto.» Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos,
los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue
llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, volvieron a Jerusalén
con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios”.
Redacción ACI Prensa
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