Sólo cuando se ama verdaderamente a los hijos se llega a conocer la imperiosa necesidad de ser exigentes con ellos.
Por: Salvador Casadevall | Fuente: Catholic.net
Sólo cuando se ama verdaderamente a los hijos se
llega a conocer la imperiosa necesidad de ser exigentes con ellos, para que
aprendan a querer, a adquirir virtudes y a discernir principios y valores.
Estas dos actitudes: exigencia y cariño son dos
elementos difíciles de resolver en toda familia, pero son esenciales para la
formación de los hijos.
Debo exigir, pero siempre con cariño.
¿Cuándo debo exigir? ¿En qué
cosas? Si exijo, ¿disminuirá el cariño y el afecto de mi hijo? ¿Sabrá
comprenderme, entenderme?
Estas y otras preguntas pueden asaltarnos y llenarnos de dudas a la hora de
exigir. Esto es lógico que ocurra, por lo que se hace necesario que nuestro
exigir esté asentado en actitudes justas.
Actitudes y razones que debo estar siempre dispuesto a explicar, a exponer el
porqué de la exigencia.
Jamás de los jamases debe haber tras la exigencia una postura caprichosa, una
postura que no tenga una razón de ser.
Como padres debemos recordar que ambos elementos, exigencia y cariño, se
encuadran dentro del proceso de ser padres educadores, y que estamos obligados
a ello por ser responsables de haberles dado la vida. Vida que debe ser formada
para lograr que sean personas con capacidad para desempeñarse en la vida, para
desempeñarse en el mundo.
Entre las reglas que según Bill Gates hay que enseñarle a los chicos de hoy hay
una en la que les dice que antes de que ellos nacieran, los padres no eran tan
aburridos.
Los padres se volvieron aburridos cuando empezaron a ser menos exigentes,
cuando empezaron a pagar los gastos caprichosos de los chicos, cuando se los
complacía comprando ropa de marca y lo peor es cuando tuvieron que escuchar,
hablar y aguantar de las nuevas ondas cuando ya era adolescente.
Ondas que defendían la ecología, lo natural, la libertad sin límite, la
limpieza, vaya a saber uno de que limpieza.
Eran adolescentes que antes de empeñarse con sus ideas ecológicas y querer limpiar lo que está contaminado, había que haber
empezado a enseñarle por limpiar las cosas de su propia vida. Empezando por su
propia habitación.
Educar significa “acompañar en el camino”.
Ahí está resumida la misión de ser padres: facilitar todos los medios para que
aprendan como deben comportarse en ese arduo y duro diario vivir.
Educar también significa “sacar de adentro”.
Los padres deben facilitar que sus hijos hagan florecer desde su interior todas
las posibilidades que están en su ser, tanto en lo intelectual como en lo
espiritual, en lo social, en lo afectivo, en lo físico, etc.
No puede haber cariño sin exigencias... ni
exigencias sin cariño. Porque en los hechos, si verdaderamente amamos a
nuestros hijos, sabemos que necesitamos exigir para que el proceso formador
pueda desarrollarse y dar frutos.
¿Cuándo obtendremos la mejor respuesta de nuestros hijos?
Cuando perciban que la primera
exigencia para el logro de estos objetivos la tenemos con nosotros mismos.
Nada podemos exigirles que no vean que sus padres son los primeros en hacerlo.
No pretendáis que no fumen, si ven que el padre o la madre fuman. No pretendáis que sean ordenados si lo que ven a su alrededor
es desorden. Uno puede exigir, si primero
se es exigente con uno mismo.
Cada día es más frecuente la cantidad de familias que se rompen.
Los hijos que ven trocear su familia es el mayor daño que unos padres pueden
hacerles a sus hijos.
Una familia que se trocea, que se destruye, es el peor ejemplo para hablar de
exigencia y cariño. Una familia que se destruye es el ejemplo en vivo y en
directo de la falta de amor y de exigencia.
Muchos son los padres que ignoran el daño formativo que clavan en la vida de
sus hijos, cuando ven que su padre y su madre, no se exigen a sí mismos, el
seguir siendo padre y madre que se aman, es decir que prescinden de actuar como
hombre y como mujer. Aquellos que ponen por delante el seguir siendo padres, se
exigen a si mismos ser testimonio del amor de seguir siendo padres para el bien
de sus hijos.
Si no lo hacen, no nos quejemos después de los modelos de familia que por ahí
se irán creando.
El auténtico modelo de familia, el modelo
de familia que lleva a la felicidad, es aquella asentada en un hombre que es
hombre y en una mujer que es mujer que asumen amándose la responsabilidad de
ser padres.
Así será como nacerán familias sólidas, armónicas en las cuales su miembros se
amaran, se respetarán y se honrarán.
Y podrán seguir desparramando cariño, exigiendo.
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