En la sinagoga de Cafarnaúm. Petición de una prueba. El pan de la vida. Reacción de los discípulos.
Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net
En la sinagoga de Cafarnaúm se va a producir un
discurso y unos hechos de capital importancia. Jesús ha predicado con
profundidad y abundancia. Ha llegado a muchas gentes de las más variadas
procedencias. Ha realizado multitud de milagros con un claro contenido
simbólico, especialmente los de la multiplicación de panes y peces. El mensaje
estaba lo suficientemente claro para tener fe en Él. Pero los hechos muestran,
que salvo un pequeño grupo que cree sin condiciones, se da una gran variedad de
respuestas. La mayoría del pueblo quiere hacerle rey, lo que significa que le
quieren; pero no le comprenden. Quieren un reinado material, con contenido
religioso. Les mueven sus intereses inmediatos. Ocurre como en la primera
tentación del desierto. Jesús ya ha vencido esta tentación, pero ellos no;
quieren un mesianismo deficiente. Por otra parte, están los que se oponen a
Jesús y a su mensaje. Es una oposición cerrada, agravada porque tienen más
cultura teológica, pero no tienen fe. Buscarán todos los razonamientos posibles
para rechazarle; no quieren saber nada de Él y su enseñanza de un amor total a Dios
y a los demás. Viendo no ven, porque no quieren ver, son guías ciegos.
EN LA SINAGOGA DE CAFARNAÚM
En este contexto, después de la vuelta por Tiro y Sidón y la Decápolis
vuelve a Cafarnaúm. Acude a la sinagoga, y allí van todos: los que creen en Él hasta el punto de entregarse y
seguirle, los que creen con imperfecciones, los que no creen. Todos
ponen atención en este discurso que tiene una gran importancia en la vida de
Jesús. El momento es solemne, la expectación máxima.
Jesús comienza con un reproche sobre la rectitud de intención de los que le
quieren escuchar: "En verdad, en verdad os
digo que vosotros me buscáis no por haber visto los milagros, sino porque
habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad no por el alimento que
perece sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del
Hombre, pues a éste lo confirmó Dios Padre con su sello" (Jn). Los que le
escuchan aceptan la suave reprensión con mansedumbre por lo que preguntan cómo
rectificar: "¿Qué haremos para realizar las
obras de Dios?" parece que
las cosas van por buen camino, y hay entendimiento entre Jesús y los que le
escuchan. Jesús les respondió: "ésta es la
obra de Dios, que creáis en quien Él ha enviado". Una vez más es la fe lo que se les pide. Una fe
que vaya más allá de repetir unos conocimientos teóricos, más o menos alejados
de la vida. Una fe que sea, al mismo tiempo, amor y entrega; fe en el que sabe
más y todo lo hace por amor.
PETICIÓN DE UNA PRUEBA
Pero no todos le oyen con tan buenas disposiciones. Se puede ver que en
la sinagoga están todos: los que le quieren y los
que le rechazan. Y, una vez fariseos, saduceos y escribas insisten en
exigir el signo del cielo, la prueba evidente del mesianismo que esperan, por
lo que "le dijeron: ¿Pues qué milagro haces
tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras realizas tú? Nuestros padres
comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del
Cielo". El maná caído del
cielo al pedirlo Moisés en el desierto era considerado el mayor milagro del
cielo en aquellos tiempos cruciales en la vida del Pueblo de Dios. Manifiesta
el poder de Dios, que calmó el hambre del cuerpo y del alma. Jesús entra ya en
el tema del signo del cielo y "les respondió:
En verdad, en verdad os digo que no os dio Moisés el pan del Cielo, sino que mi
Padre os da el verdadero pan del Cielo. Pues el pan de Dios es el que ha bajado
del Cielo y da la vida al mundo" El pan del cielo es la
doctrina de Dios y Él mismo, sólo con esto superarán todas las hambres del
espíritu. Los demás, los de buenas disposiciones, dejan oír su voz y le
dijeron: "Señor, danos siempre de este
pan". Están dispuestos a
rectificar sus motivaciones egoístas y materialistas y, después, vivir una vida
religiosa y espiritual, según Jesús enseña. Las cosas transcurren por buenos
cauces.
EL PAN DE LA VIDA
Jesús lo ve y abre su alma diciéndoles: "Yo
soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no
tendrá nunca sed" (Jn). Él
mismo es el pan de vida que puede saciar todas las hambres de felicidad,
eternidad, verdad, amor, y es el agua viva, como ya dijo a la samaritana. Más
no se puede pedir. Pero deben tener fe en Él para poder acceder al alimento
nuevo. Es posible deducir que algunos reaccionaron mal ante estas palabras, que
tampoco están dispuestos a doblegarse. Ellos creen en Dios y han conseguido que
Dios se pliegue a sus deseos humanos a base de interpretaciones eruditas, pero
desamoradas. Son los dueños de Dios, lo usan a su capricho y no pueden entender
un amor y una entrega tan totales. No pueden creer en Jesús, que es un hombre
como ellos, y, además, no es de ninguna de las escuelas del momento. Jesús lo
ve, y vuelve a insistir en la falta de fe de algunos. "Pero os lo he dicho: me habéis visto y no creéis.
Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que viene a mí no lo echaré fuera,
porque he bajado del Cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de Aquel
que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda
nada de lo que El me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Esta es,
pues, la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga
vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día" (Jn). Y vuelve el
gran tema de la paternidad de Dios origen de una filiación de Jesús, superior a
la de los demás hombres, filiación que permite alcanzar la vida eterna y la
resurrección a los que crean.
LAS MURMURACIONES
Es lógico que, si había saduceos, reaccionasen mal ante la palabra
resurrección. Pero otros también se molestan. Los fieles no saben qué decir y
callan. "Los judíos, entonces, murmuraban
de Él porque había dicho: Yo soy el pan que ha bajado del Cielo. Y decían: ¿No
es éste Jesús, el hijo de José, de quien conocemos a su padre y a su madre?
¿Cómo ahora dice: He bajado del Cielo? Respondió Jesús y les dijo: No murmuréis
entre vosotros. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha
enviado, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los Profetas: Y
serán todos enseñados por Dios. Todo el que ha escuchado al que viene del
Padre, y ha aprendido, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, sino
que aquel que procede de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os
digo que el que cree tiene vida eterna". El discurso, o mejor la conversación a varias bandas, se va
centrando en lo central: quién es Jesús.
"Yo soy el pan de vida". Dice Jesús con fuerza y solemnidad. "Vuestros padres comieron el maná en el desierto y
murieron. Este es el pan que baja del Cielo, para que si alguien come de él no
muera. Yo soy el pan vivo que he bajado del Cielo. Si alguno come de este pan
vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del
mundo" (Jn). Palabras sorprendentes, pues el alimento de vida es la
misma vida. ¿Qué quieren decir exactamente pan de
vida y pan vivo?
¿MATERIAL O ESPIRITUAL?
"Discutían, pues, los judíos entre
ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?" ¿Se trata de
algo espiritual o de algo material, que parece imposible e inaceptable? Jesús
aclara en el sentido real la afirmación, e insiste en que deben comerlo,
masticarlo, beberlo: "En verdad, en verdad
os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no
tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida
y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el
Padre, así, aquél que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del
Cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan
vivirá eternamente" (Jn).
SE ACLARAN LAS COSAS
Ahora las cosas están más claras. Se trata de una entrega de Él mismo
como alimento. Evidentemente no puede tratarse de una acción caníbal, pero sí
de algo real. Ya les había demostrado su poder sobre el pan y sobre su cuerpo.
Ahora les anuncia que también a través del pan se va a producir un milagro
mayor que el del maná en el desierto. Se trata de una verdadera comunión con
Dios a través de la humanidad de Jesús. El que tenga fe podrá, de un modo que
expondrá más tarde, entrar en comunión de alma y de cuerpo con Dios. Y las
hambres del alma estarán saciadas. La gran aspiración de la comunión con Dios
llega más lejos que la del puro espíritu y alcanza el mismo cuerpo. Jesús se
convierte en el pan que dará vida eterna y resurrección. "Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en
Cafarnaún" (Jn).
REACCIÓN DE LOS DISCÍPULOS
"Entonces, oyéndole muchos de sus
discípulos, dijeron: Dura es esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?" Ya no se trata de los que se oponen al Señor,
sino de discípulos. Surge entre los discípulos un fruto amargo de crítica y falta
de fe. No pueden entender que un hacer milagroso y divino va a entrar, como
gran novedad, en la historia de los hombres. ¿Si no
entienden esto, como entenderán el misterio de la Encarnación, por la cual
aquel hombre que tienen delante es Dios y hombre verdadero? Realmente es
un problema de fe en la Omnipotencia de Dios. No pueden entender un amor de
Dios que se da hasta la locura para estar unido a los hombres, de un modo
espiritual y de un modo físico, de modo que tengan su misma vida en ellos por
siempre. "Jesús, conociendo en su interior
que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? Pues,
¿si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes?" (Jn). Que es lo mismo
que decirles: ¿Qué pasaría si vierais al mismo Dios
en eterna comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? Esta es
la finalidad de la fe: aceptar que ese Jesús es
Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Para creer
deben aceptar el testimonio del Padre, que les habla desde dentro por la
gracia, y desde fuera por los milagros, y una doctrina que es, a la vez,
antigua y nueva. "El espíritu es el que da
vida, la carne de nada sirve: las palabras que os he hablado son espíritu y son
vida" De esto se trata: de vivir según el espíritu, de ser verdaderamente
espirituales y entonces se entienden las cosas del amor de Dios. Si se
vive inmerso en las cosas de la tierra se entiende poco o nada.
Jesús mira alrededor. Estudia los rostros asombrados, y dice la triste verdad: "sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen.
En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y
quién era el que le iba a entregar".
Judas ya ha cedido a la tentación diabólica de la falta de fe. Ya no cree en lo
más íntimo de su corazón. Y con él otros. "Y
decía Jesús: por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no le fuera
dado por el Padre. Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y ya no
andaban con Él" (Jn). Es un momento duro. Muchos le abandonan. Es una
desbandada. Pero, ¿Es que hubiera sido mejor ceder
y no manifestar que Dios es Amor hasta el punto de entregarse en Cristo
a los hombres como Pan eucarístico?
Los apóstoles callan. Es lo más triste que ha ocurrido hasta entonces: "Entonces Jesús dijo a los doce: ¿También vosotros
queréis marcharos?" Jesús no les fuerza. Si quieren seguirle,
deben creer hasta el final. No se trata sólo de unas cuantas reglas morales más
o menos exigentes. Se trata de seguir un amor total, una vida nueva. Una fe
entera y recia, confiada sólo en la persona del Maestro, del que saben –lo han
experimentado ya- que es el único Camino, Verdad y Vida- "Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos?
Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres
el Santo de Dios". Pedro confiesa
su desconcierto pero, a la vez, reafirma su fe en que Jesús sabe y puede más.
Él sólo sabe que unido a Cristo ha experimentado lo que nunca había vivido;
sabe su veracidad, su palabra auténtica. Sabe que es el Mesías. Sabe que es el
amor lo que siempre mueve al Señor. Sabe que él es un pobre hombre, los pecados
de los hombres y prefiere las palabras de “vida
eterna” de Jesús. Aunque toma la representación de todos, no sin
audacia, diciendo nosotros, cuando debía hablar de sí mismo Y Jesús, que sabe lo
que hay en el interior del hombre, de cada hombre responde: “¿No os he elegido yo a los doce? Sin embargo, uno de
vosotros es un diablo. Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, pues éste,
aun siendo uno de los doce, era el que le iba a entregar" (Jn).
El momento de la manifestación del amor llevado a comunión queda empañado por
la declaración de que uno de ellos es un diablo. Las emociones han sido fuertes
aquel día; en que la fe y el amor con el dolor se unen de un modo nuevo.
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