En la Audiencia General de este miércoles 25 de mayo, el Papa Francisco continuó con su catequesis sobre la vejez, donde reflexionó acerca del Libro de Eclesiastés o Cohélet.
A continuación, las palabras del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En nuestra reflexión sobre la vejez, hoy meditamos con el Libro del
Eclesiastés o Cohélet, otra joya que encontramos en la Biblia. En una
primera lectura este breve libro impresiona y deja desconcertado por su
famoso estribillo: «Todo es vanidad», todo es
“niebla”, “humo”, “vacío”.
Sorprende encontrar estas expresiones, que cuestionan el sentido
de la existencia, dentro de la Sagrada Escritura. En realidad, la oscilación
continua de Cohélet entre el sentido y el sinsentido es la representación
irónica de un conocimiento de la vida que se desprende de la pasión por
la justicia, de la que el juicio de Dios es garante. Y la conclusión del Libro
indica el camino para salir de la prueba: «Teme a
Dios y guarda sus mandamientos, que eso es ser hombre cabal»
(12,13). Este es el consejo para resolver este problema.
Frente a una realidad que, en ciertos momentos, nos parece acoger todos
los contrarios, reservándoles el mismo destino, que es el de acabar en la
nada, el camino de la indiferencia puede parecernos también a nosotros el
único remedio para una dolorosa desilusión. Preguntas como estas surgen
en nosotros: ¿Nuestros esfuerzos han cambiado el
mundo? ¿Alguien quizá es capaz de hacer valer la diferencia entre lo
justo y lo injusto? Parece que todo esto es inutil. ¿Por qué hacer tantos esfuerzos?
Es una especie de intuición negativa que puede presentarse en cada etapa
de la vida, pero no hay duda de que la vejez hace casi inevitable el encuentro
con el desencanto. El desencanto en la vejez llega. Y por tanto la resistencia
de la vejez a los efectos desmoralizantes de este desencanto es decisiva:
si los ancianos, que ya han visto de todo,
conservan intacta su pasión por la justicia, entonces hay esperanza para el
amor, y también para la fe. Y para el mundo contemporáneo se ha
vuelto crucial el paso a través de esta crisis, crisis saludable, porque una
cultura que presume de medir todo y manipular todo termina por producir también
una desmoralización colectiva del sentido, del amor, del
bien.
Esta desmoralización quita el deseo de hacer una presunta “verdad”, que se limita a registrar el mundo,
registra también su indiferencia hacia los opuestos y los entrega, sin
redención, al fluir del tiempo y al destino de la nada. De esta forma
-revestida de cientificidad, pero también muy insensible y muy amoral- la
búsqueda moderna de la verdad se ha visto tentada a despedirse totalmente de la
pasión por la justicia. Ya no cree en su destino, en su promesa, en su
redención.
Para nuestra cultura moderna, que al conocimiento exacto de las cosas
quisiera entregar prácticamente todo, la aparición de esta nueva razón
cínica – que suma conocimiento e irresponsabilidad – es un contragolpe
muy duro. De hecho, el conocimiento que nos exime de la moralidad, al principio
parece una fuente de libertad, de energía, pero pronto se convierte en una
parálisis del alma.
Cohélet, con su ironía, ya desenmascara esta tentación fatal de una
omnipotencia del saber -un “delirio de
omnisciencia” - que genera una impotencia de la voluntad. Los monjes de
la más antigua tradición cristiana habían identificado con precisión esta
enfermedad del alma, que de pronto descubre la vanidad del conocimiento
sin fe y sin moral, la ilusión de la verdad sin justicia. La llamaban “acedia”. Y esta es una de las tentaciones de
todos pero también de los ancianos, pero es de todos.
No es simplemente pereza. Es más. No es simplemente depresión. Más
bien, es la rendición al conocimiento del mundo sin más pasión por la
justicia y la acción consecuente.
El vacío de sentido y de fuerzas abierto por este saber, que rechaza
toda responsabilidad ética y todo afecto por el bien real, no es inofensivo. No
solamente le quita las fuerzas a la voluntad del bien: por
contragolpe, abre la puerta a la agresividad de las fuerzas del mal. Son
las fuerzas de una razón enloquecida, que se vuelve cínica por un exceso de
ideología. De hecho, con todo nuestro progreso y bienestar, nos hemos
convertido verdaderamente en una “sociedad del
cansancio”. Piensen un poco esto. Somos una sociedad del cansancio.
Teníamos que producir bienestar generalizado y toleramos un mercado
sanitario científicamente selectivo. Teníamos que poner un límite
infranqueable a la paz, y vemos sucesión de guerras cada vez más despiadadas
contra personas indefensas. La ciencia progresa, naturalmente, y es un
bien. Pero la sabiduría de la vida es otra cosa, y parece estancada.
Finalmente, esta razón an-afectiva e ir-responsable también quita
sentido y energías al conocimiento de la verdad. No es casualidad que la
nuestra sea la época de las fake news, de
las supersticiones colectivas y las verdades pseudo-científicas. Es
curioso que en esta cultura del saber, de conocer todas las cosas y también de
la precisión del saber, se difundan tantas brujerías. Pero conjuros cultos, con
cierta cultura pero que llevan a una vida de superstición.
Por una parte, el caminar hacia adelante en el saber de las cosas hasta
la raíz, pero por la otra parte, el alma que tiene necesidad de otra cosa y
coge el camino de las supersticiones y termina en las brujerías.
La vejez puede aprender de la sabiduría irónica de Cohélet
el arte de sacar a la luz el engaño oculto en el delirio de una verdad de la
mente desprovista de afectos por la justicia.
¡Los ancianos llenos de sabiduría y humor hacen
mucho bien a los jóvenes! Los salvan de la tentación de un
conocimiento del mundo triste y sin sabiduría. Y los devuelven a la
promesa de Jesús: «Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» (Mt 5,
6).
Son ellos los que examinarán el hambre y sed de justicia de los jóvenes.
Ánimo a todos nosotros los ancianos. Ánimo y adelante. Nosotros tenemos una
misión muy grande en el mundo. Pero por favor, no busquen refugio en este
idealismo no concreto, irreal y sin raíces. Digámoslo claramente, en las
brujerías de la vida. Gracias.
Redacción ACI
Prensa
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