«El Señor es mi pastor, nada me falta» (Sal 22)
Es
el canto alborozado del pastor ante el feliz descubrimiento de que así como el
pastorea su rebaño, Dios pastorea su vida.
Y
le salta muy del hondón del alma el canto espontaneo que siglos más tarde cantaría
con acentos de cultura mística el inmortal Fray Luis de León: «Ya dentro de la montaña
del alto bien las guía; ya en la vena del gozo fiel las baña, y les da mesa
llena, pastor y pasto el sólo y suerte buena»
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