Pero, al asegurar esto, ¿sabemos lo que decimos? ¿sabemos lo que significa ver a Dios?...
Por: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente:
Catholic.net
¿Qué es lo que esperamos en
la otra vida? Nosotros no tenemos la menor duda: ¡Veremos a Dios! Pero, al asegurar esto, ¿sabemos lo que nos decimos? ¿sabemos lo que significa ver a
Dios?...
Llama mucho la atención en la Biblia el miedo que los judíos tenían de ver a
Dios. Al sentir su presencia, se cubrían el rostro, porque podían morir con la
vista del Señor. Así lo hace Moisés ante la zarza ardiendo:
- Se cubrió el rostro, porque tenía miedo de mirar
a Dios.
Y el mismo Dios le dijo:
- No podrás ver mi rostro, porque nadie puede verme y
seguir viviendo...
Y recordemos a Jacob, a quien se aparece Dios, y exclama después:
- ¡He visto a Dios, y sin embargo no he muerto!...
Por eso venía a veces la nube, que manifestaba que Dios estaba allí, pero al
mismo tiempo ocultaba su presencia, como ocurrió en la inauguración del Templo
de Salomón.
Y este miedo lo tuvieron incluso los apóstoles, en el mismo Evangelio. En el
Tabor, apenas oyen la voz de Dios, escondido en la nube que aparece sobre el
monte, caen aterrados y apegan el rostro al suelo, hasta que se acerca Jesús y
les anima:
- ¡No temáis!...
Así era la fe de Israel. Pero viene Jesús, y en su sermón programático de las
bienaventuranzas proclama y promete:
- ¡Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán
a Dios!
La gente que oía a Jesús decir esto por primera vez, debió quedarse loca de
alegría. -¿Cómo es posible eso de que vamos a ver a
Dios, si a Dios no lo ha visto ni lo puede ver nadie? ¿Cómo es que ahora Jesús,
el Maestro de Nazaret, que hace estos prodigios y que enseña con esta
autoridad, nos dice que vamos a ver al mismo Dios?...
Los humildes, los sencillos, los de conciencia recta, ven a Dios con una fe sin
trabas ya en este mundo, y después contemplarán a Dios cara a cara, sin velos.
Como nos dice Pablo:
- Ahora vemos como en espejo, después cara a cara.
Y completa Juan:
- Aún no se ha manifestado lo que seremos, porque,
cuando llegue, veremos a Dios tal como es él..
¿Medimos lo que esto significa?...
Sin darnos cuenta, estamos contando un imposible. ¿Cómo
una criatura puede ver al Dios invisible, al que es santísimo, al que supera
todas las fuerzas humanas y las de los mismos ángeles? Sin embargo, lo
que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Y esto es lo que Dios
nos promete: que lo veremos tal como es: lo contemplaremos sin velos, cara a
cara, en una dicha y en un gozo inenarrables, metidos en Él de tal manera que
miraremos a Dios con los ojos del mismo Dios...
Esta es la gracia de las gracias. Todas las gracias que Dios nos hace van
dirigidas a esta final: a verle a Él en la Gloria. Y,
cuando lo veamos y poseamos, ya no desearemos nada más, porque se habrán
colmado para siempre todos los anhelos del corazón.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos resume todo con estas palabras famosas
de San Agustín:
- Allí descansaremos y veremos; veremos y amaremos;
amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá en el fin sin fin. ¿Y qué otro
fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin?...
Todo esto es un sueño, el feliz sueño de los creyentes. Un sueño bendito, no
producido por una droga alucinante, sino por la Palabra de Dios, que nos lo
promete con toda su seriedad divina:
- ¡Verán a Dios!... ¡Lo veremos cara a cara!... ¡Lo
veremos tal como es Él!...
Esta llamada de Dios a su visión y a su gloria tiene su precio. No es una
imposición, es una oferta. Es un regalo, pero condicionado. Dios nos crea y nos
pone en este mundo con una dirección precisa. Nos coloca en el principio de la
carretera, y nos dice:
- ¡Adelante, y hasta el fin! No te desvíes. No te
salgas de la autopista. En un cruce que se atraviese, no te vayas ni a derecha
ni a izquierda...
El gran Catecismo de la Iglesia Católica nos repite lo que aprendimos de niños
en el pequeño catecismo de nuestra parroquia: Que
Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al
cielo. Esta es la carretera, la autopista real que conduce a Dios.
Lo conocemos y lo aceptamos con la fe.
Le servimos con nuestra adoración, nuestro culto y nuestra entrega a los
hermanos que nos necesitan. Así le amamos con todo el corazón.
El ver a Dios será regalo y será premio. Dios se nos ofrece, pero nos exige
esfuerzo. Requiere perseverancia hasta el fin. Por eso nos repite la Carta a
los Hebreos:
- La perseverancia os es necesaria para alcanzar la
promesa, todo eso que Dios nos ha ofrecido por nuestra fidelidad a su Palabra.
- ¡Oh Dios, Tú eres mi Dios! ―repetimos con el salmo―, mi alma está sedienta de ti... ¡Y cuándo llegaré, para
ver el rostro de mi Dios!... Lo veremos sin morir, sino viviendo siempre,
siempre....
P. Pedro García Cmf
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