Un día, un señor de Lima trajo un derrotero de un gran tesoro donde uno de los más famosos adivinos para ubicar el sitio donde estaba enterrada esa riqueza.
Mientras
descifraba el mapa, el espíritu le informó que detrás de ese tesoro había mucha
ambición, y durante un tiempo lo estuvo embromando. En las visitas que le hizo,
este señor vio como fue curando a una señora que a puras penas podía andar. Él
tenía una hermana en las mismas condiciones. El curandero la trató dándole
baños de sudor en un pozo de arena cuando el sol resplandecía a las doce del
día, teniendo en la cabeza un sombrero de junco y vestida con una túnica.
Cuando tenía sudado hasta el último pelo, chorreando agua, la extraían del pozo
cubriéndola con una manta a reposar. Luego de algunas curaciones más quedó
sana.
Un día un
alto prelado de la iglesia, amigo de la casa se sorprendió de ver esta señora
considerada tullida, desenvolverse normalmente en sus quehaceres. Monseñor le
preguntó qué médico le había curado tan rápidamente, el hermano sonrió,
confesándole que un curandero la había sanado. “Yo
tengo una enfermedad a las vértebras con mucho dolor, que ningún médico de aquí
o del extranjero han podido curar. Sólo me han dado calmantes”. Monseñor
sin darse a conocer, concurrió donde este curandero. Poniéndole las manos sobre
el cuello, y unos rezos, en poco tiempo curado. Agradecido, se dio a conocer ¿tú sabes a quién has curado? y ante su sorpresa
le contestó: “Sí Monseñor, y de gracias que trabajo
con un espíritu bueno”.
“Me han tratado los mejores médicos y tú en un instante me has curado”.
“Hay hombres que nacen con ciertos poderes que Dios les da. Para hacer
curaciones verdaderamente milagrosas y tú eres uno de ellos”. –Le respondió.
“¿Qué hubiera pasado –preguntó Mandinga- si este brujo o curandero, hubiera trabajado con el
espíritu malo?”
Ante la
risa de todos Machete contestó: “Lo hubiera
entregado en cuerpo y alma al “tío”.
El gringo
“Peje” dijo: “está
amaneciendo, otro día estaremos contando estas historias de brujos y
curanderos…, para la matanza del chancho de doce arrobas que tengo, los invito
a todos comer chicharrones el próximo sábado”.
Tradición literaria de Alberto Bisso Sánchez, de su libro “Revelaciones
del último curaca” (1992).
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