Permanecer en silencio es parte de la contemplación.
Por: Marlene Yañez Bittner | Fuente: Catholic.Net
Qué extraño decir: escuchar en el silencio… ¿pero cómo? No parece lógico. Más aún, si se lo
decimos a un niño, arrojamos las enseñanzas básicas respecto a los sentidos…
Pero ya sabemos que si se trata de Dios, lo ilógico puede ser muy real.
Se nos dificulta escuchar con los ruidos del
mundo, eso es lógico. Pero tampoco logramos hacerlo con los ruidos interiores y
eso no lo entendemos tanto. Escuchamos a nuestros Padres en la infancia, porque
le debemos respeto, escuchamos a nuestros profesores en la escuela, pues es lo
pertinente, luego a nuestros jefes y así… a todo quien tenga un cierto poder
sobre nosotros en cualquier escenario; los escuchamos y les obedecemos. Pero… ¿escuchamos a Dios? Y Él, ¿nos escucha?
“Cuando
me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé;” (Jeremías 29,12)
Creemos en Dios, podemos hasta llevar una vida cristiana,
sin embargo muchas veces no creemos en su majestuosa presencia, no la logramos
percibir, no la sentimos. Y es que el sin fin de actividades que realizamos de
manera diaria, no nos deja tiempo para detenernos y simplemente escuchar.
Permanecer en silencio es parte de la contemplación: un
estado espiritual en el que silenciamos la mente; una reflexión serena,
detenida, profunda e íntima sobre la divinidad, sus atributos y los misterios
de la fe. Dejar de pensar o imaginar cómo estamos acostumbrados y sentir a Dios quien toca
nuestra alma en el silencio.
La oración debe ser un diálogo, en el que
intervienen dos personas. Y pregunto, ¿Cómo oramos?
¿Dejamos que Dios nos hable? Contamos nuestras aflicciones, nuestras
peticiones o nuestras vivencias, es decir, estamos concentrados en nosotros
mismos y en lo que tenemos que decir; terminamos nuestro relato y acaba la
oración. Luego, suponemos un Dios ausente, que no nos escucha. A todos nos ha
pasado alguna vez, incluso se expresa en el libro de los Salmos:
“¡Dios mío! No estés
callado, no guardes silencio, no te quedes quieto, ¡Dios mío!” (Sal
83,2)
“¿Por qué escondes tu
rostro?” (Sal 44,25)
“¿Por qué han de decir las
naciones: Dónde está su Dios?” (Sal 115,2)
El silencio en la oración
desemboca en la presencia del Señor y la respuesta vendrá siempre en el momento
en que Él así lo determine, pero debemos dejarle espacio para que lo haga.
“Quien ha comprendido las palabras del Señor, comprende su
silencio, porque al Señor se le conoce en su silencio” (San Ignacio de Antioquía).
La soledad es el mejor aliado del silencio a la
espera de Dios. Una atardecer en el campo en donde sólo se escuche la brisa del
viento, una mañana de melodías con los cantos de los pájaros o una noche
estrellada percibiendo un aire tibio. Esperar contemplando la naturaleza es
maravillarnos por la obra perfecta de nuestro creador y así de alguna forma lo
llamamos, lo invocamos, le demostramos que estamos a dispuestos a recibirlo.
“¡Este es el día que ha
hecho el Señor, gocemos y alegrémonos en él!” (Salmos
118,24)
Pero no solamente podemos hacer silencio en
busca de respuestas; mediante la contemplación podemos pensar en las maravillas
de nuestro creador, de su amor infinito, de su misericordia, de su perfección,
de sus bendiciones. Alabar todo cuanto ha hecho en nuestras vidas, simplemente,
pensar en Él. Esto es lo que le agrada al Señor.
“Que alabe al Señor todo cuanto vive. ¡Aleluya!” (Salmos 150,6)
Lo que todos buscamos es un encuentro personal
con Dios y lo intentamos hacer mediante la oración. Aquí es donde cobra
importancia no sólo el silenciamiento del mundo, sino también interiormente. El
ruido del miedo, rencor, envidia, crítica, orgullo, vanidad y otros tantos, nos
impiden escuchar la voz del Señor. Lo buscamos, pero debemos además, trabajar
nuestras miserias humanas para encontrarnos con Él en lo profundo de nuestras
almas.
“Tu rostro, Señor, buscaré”
(Salmos 27,8)
Esperar en el silencio es una prueba no sólo de
fe, sino también de humildad y de abandono en las manos maravillosas de Dios.
Pues sus tiempos son perfectos y a veces sus respuestas no son inmediatas como
quisiéramos. Podríamos pensar que está ausente, inactivo, indiferente, pero
sólo se está abriendo camino en nuestros corazones, pues su deseo es que permanezcamos
en Él, con fe ardiente a pesar de no hacerse sentir. Orar aún más, debe ser
nuestra respuesta para fortalecernos en la fe pidiendo que se haga siempre su
voluntad.
“Propio es del hombre hacer
planes, pero la última palabra es de Dios”. (Proverbios
16,1)
Como niños elevemos
nuestras palabras a la espera de esa voz en el silencio que entibiece nuestros
corazones… la voz del Señor.
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