miércoles, 27 de abril de 2022

ESA VOZ EN EL SILENCIO

Permanecer en silencio es parte de la contemplación.

Por: Marlene Yañez Bittner | Fuente: Catholic.Net

Qué extraño decir: escuchar en el silencio… ¿pero cómo? No parece lógico. Más aún, si se lo decimos a un niño, arrojamos las enseñanzas básicas respecto a los sentidos… Pero ya sabemos que si se trata de Dios, lo ilógico puede ser muy real.

Se nos dificulta escuchar con los ruidos del mundo, eso es lógico. Pero tampoco logramos hacerlo con los ruidos interiores y eso no lo entendemos tanto. Escuchamos a nuestros Padres en la infancia, porque le debemos respeto, escuchamos a nuestros profesores en la escuela, pues es lo pertinente, luego a nuestros jefes y así… a todo quien tenga un cierto poder sobre nosotros en cualquier escenario; los escuchamos y les obedecemos. Pero… ¿escuchamos a Dios? Y Él, ¿nos escucha?

“Cuando me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé;” (Jeremías 29,12)

Creemos en Dios, podemos hasta llevar una vida cristiana, sin embargo muchas veces no creemos en su majestuosa presencia, no la logramos percibir, no la sentimos. Y es que el sin fin de actividades que realizamos de manera diaria, no nos deja tiempo para detenernos y simplemente escuchar. Permanecer en silencio es parte de la contemplación: un estado espiritual en el que silenciamos la mente; una reflexión serena, detenida, profunda e íntima sobre la divinidad, sus atributos y los misterios de la fe. Dejar de pensar o imaginar cómo estamos acostumbrados y sentir a  Dios quien toca nuestra alma en el silencio.

La oración debe ser un diálogo, en el que intervienen dos personas. Y pregunto, ¿Cómo oramos? ¿Dejamos que Dios nos hable? Contamos nuestras aflicciones, nuestras peticiones o nuestras vivencias, es decir, estamos concentrados en nosotros mismos y en lo que tenemos que decir; terminamos nuestro relato y acaba la oración. Luego, suponemos un Dios ausente, que no nos escucha. A todos nos ha pasado alguna vez, incluso se expresa en el libro de los Salmos:

“¡Dios mío! No estés callado, no guardes silencio, no te quedes quieto, ¡Dios mío!” (Sal 83,2)

“¿Por qué escondes tu rostro?” (Sal 44,25)

“¿Por qué han de decir las naciones: Dónde está su Dios?” (Sal 115,2)

El silencio en la oración desemboca en la presencia del Señor y la respuesta vendrá siempre en el momento en que Él así lo determine, pero debemos dejarle espacio para que lo haga.

 “Quien ha comprendido las palabras del Señor, comprende su silencio, porque al Señor se le conoce en su silencio” (San Ignacio de Antioquía).

La soledad es el mejor aliado del silencio a la espera de Dios. Una atardecer en el campo en donde sólo se escuche la brisa del viento, una mañana de melodías con los cantos de los pájaros o una noche estrellada percibiendo un aire tibio. Esperar contemplando la naturaleza es maravillarnos por la obra perfecta de nuestro creador y así de alguna forma lo llamamos, lo invocamos, le demostramos que estamos a dispuestos a recibirlo.

“¡Este es el día que ha hecho el Señor, gocemos y alegrémonos en él!” (Salmos 118,24)

Pero no solamente podemos hacer silencio en busca de respuestas; mediante la contemplación podemos pensar en las maravillas de nuestro creador, de su amor infinito, de su misericordia, de su perfección, de sus bendiciones. Alabar todo cuanto ha hecho en nuestras vidas, simplemente, pensar en Él. Esto es lo que le agrada al Señor.

“Que alabe al Señor todo cuanto vive. ¡Aleluya!” (Salmos 150,6)

Lo que todos buscamos es un encuentro personal con Dios y lo intentamos hacer mediante la oración. Aquí es donde cobra importancia no sólo el silenciamiento del mundo, sino también interiormente. El ruido del miedo, rencor, envidia, crítica, orgullo, vanidad y otros tantos, nos impiden escuchar la voz del Señor. Lo buscamos, pero debemos además, trabajar nuestras miserias humanas para encontrarnos con Él en lo profundo de nuestras almas.

“Tu rostro, Señor, buscaré” (Salmos 27,8)

Esperar en el silencio es una prueba no sólo de fe, sino también de humildad y de abandono en las manos maravillosas de Dios. Pues sus tiempos son perfectos y a veces sus respuestas no son inmediatas como quisiéramos. Podríamos pensar que está ausente, inactivo, indiferente, pero sólo se está abriendo camino en nuestros corazones, pues su deseo es que permanezcamos en Él, con fe ardiente a pesar de no hacerse sentir. Orar aún más, debe ser nuestra respuesta para fortalecernos en la fe pidiendo que se haga siempre su voluntad.

“Propio es del hombre hacer planes, pero la última palabra es de Dios”. (Proverbios 16,1)

Como niños elevemos nuestras palabras a la espera de esa voz en el silencio que entibiece nuestros corazones… la voz del Señor.

 

 

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