Entrevista a Francisco en RAI 1 el Viernes Santo, emitida a las 3 de la tarde... la primera desde que empezó la guerra.
A las 3 de la tarde del Viernes Santo, mientras buena parte
de los católicos acudían a la liturgias de la Pasión del Señor, la cadena
televisiva italiana Rai 1 emitía una larga
y detallada entrevista con el Papa Francisco, la primera desde que empezó la
guerra.
Se trata de una conversación con
la presentadora Lorena Bianchetti, del programa religioso "A sua immagine", preparada por el
sacerdote y periodista Marco
Pozza, que conoce bien al Papa y sus temas: con él ya ha publicado 3 libros de entrevistas. Este
capellán de prisiones también lo ha entrevistado respecto a varios temas para
radio y vídeo.
Es la primera entrevista a Francisco desde que empezó la guerra de
Ucrania, y la primera pregunta se refiere a ello, pero él enseguida
amplía el foco: "En este momento, en Europa, esta guerra nos golpea mucho. Pero
miremos un poco más allá. El mundo está en guerra, el mundo está en
guerra. Siria, Yemen, y luego piensa en los rohinyás, expulsados, sin patria..."
En la segunda pregunta, le
preguntan cómo "mediar" con aquellos que no quieren
dialogar, los que solo buscan oprimir, si "con
el diablo no se dialoga" (frase que a veces Francisco ha usado).
El Papa responde distinguiendo entre el diablo
propiamente dicho y la gente que "tiene esa
enfermedad del odio". En
estos, también hay cosas buenas, y no hay que dar por condenada a ninguna
persona. Recuerda la frase de San Juan María Vianney sobre un suicida que se
tiró al río: "entre el puente y el río está la misericordia de
Dios". Por eso vale la pena dialogar con las personas.
EL
DEMONIO ES REAL... Y SEDUCTOR
En cambio, el demonio real, avisa,
es completamente malo pero es seductor.
"Algunos dicen que hablo demasiado del demonio. Pero
es una realidad. ¡Creo en ello, eh! Algunos dicen: “No, es un mito”. Yo
no creo lo del mito, creo que es realidad, creo en ella", afirmó el Pontífice.
"Pero es
seductor. La seducción siempre trata de entrar, de prometer algo. Si los pecados fueran feos, si no
tuvieran algo de bello, nadie pecaría. El diablo te presenta algo
hermoso en el pecado y te lleva a pecar", añade.
Pone el ejemplo de obreros explotados por muy poco dinero en
empresas multimillonarias: "esto también es
destrucción, no solo los
tanques", afirma.
Y añade: "El
diablo siempre busca nuestra destrucción. ¿Por qué? Porque somos la imagen de
Dios".
Más adelante, explica que él reza diariamente la oración de León XIII al arcángel San
Miguel contra el demonio. "Esa oración, a san Miguel
Arcángel, la rezo todos los días, por la mañana. ¡Todos los días! Para que me
ayude a vencer al diablo. Alguien que me escuche puede decir: “Pero, Santidad,
usted ha estudiado, es Papa y todavía cree en el diablo?”. Sí, creo, querido,
creo. Le tengo miedo, por eso tengo que defenderme tanto".
SILENCIO
ANTE DEL DOLOR... Y DOSTOYEVSKI
Lorena Bianchetti pregunta al
Papa qué se le puede decir a alguien que pierde a sus seres queridos entre las
bombas. "Una de las cosas que he aprendido es
a no hablar cuando alguien está sufriendo. Ya sea a un enfermo o en una tragedia. Los tomo de la mano, en silencio.
¡Cállate! Frente al dolor: silencio", responde el Papa.
Bianchetti menciona a Dostoievski en Los
hermanos Karamazov: “La batalla entre Dios y el demonio es el
corazón mismo del Hombre”.
Pero Francisco acude a otro libro
del autor ruso: Memorias
del subsuelo (que en la
agencia misionera AsiaNews analizaban recientemente
con motivo de la guerra; es la historia de un oficial lleno de rencor hacia todo el mundo,
neurótico de resentimiento; lo ven como profecía de Putin en su
Bunker).
"Ese pequeño
libro, que es como un resumen de toda su filosofía, su teología, todo: Memorias del subsuelo",
comenta Francisco. En el libro, cuando van a matar y algún preso, alguien grita:
'Por favor, ¡deténganse! Este también
tenía una madre'. "La figura de la mujer, la figura de la
madre, delante de la cruz. Este es un mensaje, es un mensaje de Jesús para nosotros, es el mensaje de su ternura en su
madre", comenta el Papa.
Y añade, sabiendo la agresividad
a la que muchos se ven tentados: "En el peor momento de su vida, Jesús no insultó".
Después recuerda a las mujeres que veía en Buenos Aires haciendo
cola ante una cárcel para ver a sus hijos presos. "Daban
la cara por sus hijos, porque todo el
que pasaba decía: “Esta es la madre de alguien que está dentro”. Y soportaban
los controles más vergonzosos, pero para ver a su hijo". Es un
ejemplo de la fortaleza de la mujer en los momentos más duros.
"SE
SUBDIVIDE A LOS REFUGIADOS, SOMOS RACISTAS"
- ¿Se sigue
dividiendo a los refugiados en severas categorías? -pregunta la periodista.
- Es cierto. Se
subdivide a los refugiados. De primera clase, de segunda clase, del color de la
piel, [si] vienen de un país desarrollado [o de] uno no desarrollado. Nosotros
somos racistas, somos racistas. Y esto es malo. El problema de los refugiados es un problema que también sufrió Jesús,
porque fue emigrante y refugiado en Egipto cuando era niño, para
escapar de la muerte -responde el Papa.
Luego el Pontífice recuerda
haberse emocionado en las tumbas
de los jóvenes caídos en la Segunda Guerra Mundial, en Anzio. "La guerra crece con la vida de nuestros hijos, de
nuestros jóvenes. Por eso digo que la guerra es una monstruosidad. Vayamos a
estos cementerios que son la vida misma de esta memoria", propone.
- ¿Por qué los
seres humanos no han aprendido del pasado y siguen utilizando las armas para
resolver sus problemas? -pregunta la periodista.
- Yo entiendo a los gobernantes que compran
armas, los entiendo. No los justifico, pero los entiendo. Porque
tenemos que defendernos, porque [es] el esquema cainita de la guerra. Si fuera
un modelo de paz, esto no sería necesario. Pero vivimos con este esquema demoníaco, [que dice] que nos matemos unos
a otros en aras del poder, en aras de la seguridad, en aras de
muchas cosas. Pero pienso en las guerras ocultas, que nadie ve, que están lejos
de nosotros. Muchas. ¿Para qué? ¿Para explotar? Hemos olvidado el lenguaje de
la paz, lo hemos olvidado. Se habla de paz. Las Naciones Unidas han hecho de todo, pero no han tenido éxito. Regreso
al Calvario. Allí Jesús lo hizo todo. Intentó con piedad, con
benevolencia, convencer a los dirigentes y [en cambio] no: ¡guerra, guerra,
guerra contra él! A la mansedumbre oponen la guerra por la seguridad. “Es mejor
que un hombre muera por el pueblo”, dice el sumo sacerdote, porque al contrario
vendrán los romanos. Y la guerra.
Lo que
hace la Iglesia dañando a Cristo: mundanidad
Después la periodista enumera los
dolores y traiciones que sufrió Jesús a manos de los que le eran cercanos y
pregunta:
- ¿Cuáles son las
heridas que la Iglesia sigue infligiendo al crucificado en la actualidad?
- La cruz más dura que la Iglesia hace al Señor
hoy es la mundanidad, el espíritu de la mundanidad - responde,
firme, el Papa -El espíritu de la mundanidad, que es un poco como el espíritu
del poder, pero no solo del poder, es vivir en un estilo mundano que
-curiosamente- se nutre y crece con el dinero. Aquí hay algo interesante. En las tres tentaciones del diablo a Jesús,
el diablo hace propuestas mundanas. La primera, el hambre, es
comprensible, es humana. ¿Pero después? El poder, la vanidad, las cosas
mundanas. Porque el modo es atractivo y la Iglesia, cuando cae en la
mundanidad, en el espíritu mundano, la Iglesia es derrotada.
Después el Papa habla de los
obispos, católicos u ortodoxos, que "que están
viviendo esta Pascua con el mismo dolor con el que la estamos viviendo
nosotros, yo y muchos católicos. No es fácil ser obispo. Por eso no entiendo a los que quieren ser obispos. No
saben lo que les espera".
La esperanza, un ancla,
la virtud más humilde
Ante tanto sufrimiento en el
mundo, el Papa habla de la esperanza.
"La esperanza no
es acariciar y decir: “Ah, todo pasará, tranquilo”. La esperanza es una tensión
hacia el futuro, también hacia el Cielo. Por eso la figura de la esperanza es el ancla: el ancla
tirada ahí y yo en la cuerda ahí, para llegar, para resolver
situaciones, pero siempre con esa cuerda. La esperanza nunca defrauda, pero se
hace esperar. La esperanza es la sirvienta doméstica de la vida católica, de la
vida cristiana. Es realmente la más humilde de las virtudes", explica.
Ya al final, Francisco insiste en "no
perder la esperanza" y "pedir la
gracia de llorar, pero el llanto de la alegría, el llanto del consuelo, el llanto de la esperanza.
Estoy seguro, repito, que debemos llorar más. Nos hemos olvidado de llorar. Pidamos a Pedro que nos enseñe a llorar
como él lo hizo. Y luego el silencio del Viernes Santo".
Al llegar las 3, Lorena
Bianchetti le plantea: "¿Puedo abrazarlo en
nombre de todos? ¡Gracias, Su Santidad!"
Entrevista completa…
A SUA IMMAGINE
RAIUNO
“LA ESPERANZA ASEDIADA”
EL PAPA FRANCISCO
EN CONVERSACIÓN CON LORENA BIANCHETTI
(Especial de Viernes Santo)
_________________________________________
Lorena
Bianchetti: Santidad, en primer lugar, gracias, porque estoy
aquí en nombre de todas las personas que actualmente experimentan estados de
ánimo complejos: desconcierto, angustia, miedo, sufrimiento. Comienzo con una
hora: las tres, las tres de la tarde. Jesús muere en la cruz, y muere como un
hombre inocente. Hay mucha gente inocente que no quiere la guerra, pero que la
sufre. En los últimos días se han visto imágenes de cuerpos sin vida en las
calles, incluso se habla de crematorios ambulantes, pero también de violaciones,
devastación y barbarie. ¿Qué le pasa a la humanidad, Santidad?
Santo
Padre:
Pero esto no es nada nuevo, querida. Un escritor dijo que “Jesucristo
está en agonía hasta el fin del mundo”, está en agonía en sus hijos, en sus
hermanos, especialmente en los pobres, en los marginados, en la pobre gente que
no puede defenderse. En este momento, en Europa, esta guerra nos golpea mucho.
Pero miremos un poco más allá. El mundo está en guerra, el mundo está en
guerra. Siria, Yemen, y luego piensa en los rohinyás, expulsados, sin patria.
En todas partes hay guerra. El genocidio de Ruanda hace 25 años. Porque el
mundo ha elegido -es duro decirlo- pero ha elegido el patrón de Caín y la
guerra es implementar el cainismo, es decir, matar al hermano.
Lorena
Bianchetti: Y precisamente porque existe el bien y el mal,
usted nos ha advertido a menudo sobre el modo en que actúa el mal. Nos ha dicho
que el diablo se presenta de forma amable, nos adula, pero en realidad el mal
solo quiere que fracasemos: con el diablo no se dialoga. Y por eso le pregunto,
precisamente a la luz de lo que decía, ¿cómo podemos encontrar formas de
mediación, formas de diálogo con quien, o en todo caso, con quienes solo desean
y persiguen la opresión?
Santo
Padre:
Cuando digo que no se puede dialogar con el diablo, es porque el diablo
es el mal, ¡sin nada bueno! Digamos que es como el mal absoluto. ¡Es el que se
ha rebelado totalmente contra Dios! Pero con las personas que están enfermas,
que tienen esta enfermedad del odio, se habla, se dialoga, y Jesús dialogaba
con muchos pecadores, incluso hasta con Judas al final como "amigo",
siempre con ternura, porque todos tenemos siempre -con el Espíritu del Señor
que Él ha sembrado en nosotros- algo bueno. Y cuando estoy frente a una persona
y siempre tengo - todos decimos, esto lo digo de manera diferente - cuando
estamos frente a una persona tenemos que pensar qué digo de esta persona: el
lado malo o el lado oculto, que es más bueno. ¡Todos tenemos algo bueno, todos!
Es precisamente el sello de Dios en nosotros. Nunca debemos considerar que una
vida ha terminado, no, que ha terminado en el mal, o decir “Este es un
condenado”. Se me viene a la mente aquella señora que se confesó con el
cura de Ars porque su marido se había tirado del puente. El cura la escuchó,
estaba llorando. Dijo: “Lo que más me corroe es que está en el
infierno”. “Deténgase”, le dijo. “Entre el puente y el río está la
misericordia de Dios”. Dios siempre trata de salvarnos hasta el final,
porque Él ha sembrado en nosotros la parte buena. Lo sembró también en Caín,
Abel y Caín, pero Caín hizo una acción de violencia y con esta acción se hace
una guerra.
Lorena
Bianchetti: Pero, en su opinión, ¿existe un compromiso
suficiente desde el punto de vista cultural -digo también a nivel eclesial, no
solo cultural- para advertir a las personas contra la tentación de caer en el
infierno en sus corazones ya en esta tierra? Lo digo porque a veces vivimos en
una sociedad en la que parece que lo diabólico es decididamente más fascinante,
más estimulante que lo bueno, lo honesto, lo amable e incluso lo espiritual,
que aparece y se propone como aburrido.
Santo
Padre:
Sí, es cierto. El mal es más seductor. Volviendo al demonio, algunos
dicen que hablo demasiado del demonio. Pero es una realidad. Creo en ello, ¡eh!
Algunos dicen: “No, es un mito”. Yo no voy con el mito, voy con la
realidad, creo en ella. Pero es seductor. La seducción siempre trata de entrar,
de prometer algo. Si los pecados fueran feos, si no tuvieran algo de bello,
nadie pecaría. El diablo te presenta algo hermoso en el pecado y te lleva a
pecar. Por ejemplo, los que hacen la guerra, los que destruyen la vida de los
demás, los que explotan a la gente en su trabajo. El otro día escuché a una
familia contar que su padre, aún joven, tenía que trabajar como obrero por muy
poco, pero salía por la mañana temprano, volvía por la tarde y era explotado
por una empresa multimillonaria. Esto también es una guerra. Esto también es
destrucción, no solo los tanques, esto también es destrucción. El diablo
siempre busca nuestra destrucción. ¿Por qué? Porque somos la imagen de Dios.
Volvamos al principio, a las tres de la tarde. Jesús muere, muere solo. La
soledad más absoluta, abandonado incluso por Dios: “¿Por qué me has abandonado?”.
La soledad más absoluta, porque quiso descender a la más horrible de las
soledades del hombre para levantarnos desde allí. Él regresa al Padre, pero
primero bajó, está en cada persona explotada, que sufre guerras, que sufre la
destrucción, que sufre la trata. Cuántas mujeres son esclavas de la trata, aquí
en Roma y en las grandes ciudades. Es obra del mal. Es una guerra.
Lorena
Bianchetti: En definitiva, como también dijo Dostoievski
en Los hermanos Karamazov: “La batalla entre Dios y el
demonio es el corazón mismo del Hombre”. Ahí es donde se juega el partido.
Santo
Padre:
Es allí donde se juega. Por eso necesitamos esa mansedumbre, esa
humildad para decirle a Dios: “Soy un pecador, pero tú sálvame,
ayúdame”. Porque cada uno de nosotros tiene dentro de sí la posibilidad de
hacer lo que hacen estas personas que destruyen a la gente, explotan a la
gente. Porque el pecado es una posibilidad de nuestra debilidad y también de
nuestra soberbia.
Lorena
Bianchetti: Usted decía antes, recordaba la frase pronunciada
por Jesús en la cruz: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” y
esta frase traduce la soledad, pero también el desánimo, la angustia y, por
tanto, también la desesperación, el estado de ánimo que todos experimentamos
cuando no sabemos cuál puede ser la solución a un dolor, pero también a un
sentimiento de culpa. En cuanto a la desesperación, Santidad, me viene a la
mente una imagen de esta guerra -y lo digo como madre-: un padre corriendo con
su hijo en brazos porque ha sido alcanzado por las esquirlas de una bomba. Él y
su esposa corren al hospital desesperados. La noticia que nos ha llegado es que
este niño desgraciadamente no ha sobrevivido. No puedo imaginar una
desesperación más desgarradora que la de dos padres que pierden a un hijo de
esta manera. ¿Qué le nace decirles? ¿Qué le nace decir a los padres que viven
esta experiencia devastadora?
Santo
Padre:
¿Sabe?, en la vida se aprende. He tenido que aprender muchas cosas y
todavía tengo que aprender porque espero vivir un poco más, pero tengo que
aprender. Y una de las cosas que he aprendido es a no hablar cuando alguien
está sufriendo. Ya sea a un enfermo o en una tragedia. Los tomo de la mano, en
silencio. Pero cuando vienen a ti [a hablarte] y estás enfermo: “No,
pero usted aquí, allí, pero el Señor...”. ¡Cállate! ¡Cállate! Frente al
dolor: silencio. Y llanto. Es cierto que el llanto es un don de Dios, es un don
que debemos pedir: la gracia de llorar, ante nuestras debilidades, ante las
debilidades y tragedias del mundo. Pero no hay palabras. Usted ha citado a
Dostoievski. Me viene [a la mente] ese pequeño libro, que es como un resumen de
toda su filosofía, su teología, todo: Memorias del subsuelo. Y ahí
está, cuando alguien muere, muere uno - son condenados, presos que están en el
hospital - alguien muere ahí y lo toman y se lo llevan. Y el otro, desde la
otra cama, dice: “Por favor, ¡deténganse! Este también tenía una madre”.
La figura de la mujer, la figura de la madre, delante de la cruz. Este es
un mensaje, es un mensaje de Jesús para nosotros, es el mensaje de su ternura
en su madre. En el peor momento de su vida, Jesús no insultó.
Lorena
Bianchetti: Ya que menciona a las mujeres, Santidad, bajo la
cruz había justamente mujeres, bajo la cruz de Jesús. Hay otra imagen que me
gustaría proponerle. Volvamos a Ucrania. Una mujer embarazada, llevada en
camilla por haber sido herida en la guerra, transportada en medio de las
masacres, intenta acariciar su vientre con el último aliento de fuerza que le
queda. Por lo que supimos, tampoco esta mujer con su hijo sobrevivió. Pero lo
que realmente me viene a la mente son las mujeres, la fuerza de las mujeres. Me
vienen a la mente las madres rusas, las madres ucranianas. Y por eso le
pregunto sobre el papel de las mujeres: ¿qué importancia tiene un papel activo
de las mujeres en la mesa de negociaciones para construir concretamente la paz?
Santo
Padre: “Las
mujeres son capaces de dar vida incluso a un muerto” es un dicho. Las
mujeres están en la encrucijada de las mayores fatalidades, están ahí, son
fuertes. Es interesante. Jesús es el esposo de la Iglesia y la Iglesia es
mujer, por eso la Madre Iglesia es tan fuerte. No hablo del clericalismo, de
los pecados de la Iglesia. No, la Madre Iglesia se refiere a la que está al pie
de la cruz apoyándonos a los pecadores. Algo que me llama mucho la atención,
que me hace pensar en María y en las otras mujeres al pie de la cruz… A veces
tenía que ir a alguna parroquia en una zona llamada Villa Devoto,
en Buenos Aires, y tomaba el autobús 86. Este pasa por delante de la cárcel y
muchas veces pasaba por allí y había una fila de madres de presos. Daban la
cara por sus hijos, porque todo el que pasaba decía: “Esta es la madre
de alguien que está dentro”. Y soportaban los controles más vergonzosos,
pero para ver a su hijo. La fuerza de una mujer, de una madre que es capaz de
acompañar a sus hijos hasta el final. Y esta es María y las mujeres al pie de
la cruz. Es acompañar a su hijo, sabiendo que mucha gente dice: “¿Cómo
ha educado a su hijo que ha acabado así?”. Chisme inmediatamente. Pero las
mujeres no se preocupan: cuando hay un hijo de por medio, cuando hay una vida
de por medio, las mujeres siguen adelante. Por eso es tan importante, tan
importante lo que dice: dar un papel a las mujeres en los momentos difíciles,
en los momentos de tragedia. Ellas saben lo que es la vida, lo que es la
preparación para la vida y lo que es la muerte, lo saben bien. Hablan ese
idioma.
Lorena
Bianchetti: Y hay, Santidad, -también porque estamos
hablando de las muchas muertes causadas por la guerra- hay más muertes
silenciosas, pero no menos cruentas. Pienso en quienes son asesinados por la
mafia y pienso en las mujeres asesinadas por sus propias parejas. Es cierto que
los últimos serán los primeros en el Cielo, pero ¿cómo pueden estas personas y
los que pierden sus afectos creer en la justicia, en una recompensa ya en esta
tierra?
Santo
Padre:
La explotación de las mujeres es el pan nuestro de cada día. La
violencia contra las mujeres es el pan nuestro de cada día. Mujeres que son
golpeadas, que sufren la violencia de sus parejas y lo llevan en silencio o se
alejan sin decir por qué. Nosotros los varones siempre tendremos razón: somos
los perfectos. Y las mujeres están condenadas al silencio por la
sociedad. “No, pero esta está loca, esta es una pecadora”. Eso es
lo que decían de la Magdalena: “¡Mira lo que ha hecho, es una
pecadora!”. “¿Y tú no eres un pecador? ¿Tú no te equivocas?”. Pero las
mujeres son la reserva de la humanidad, puedo decir esto, estoy convencido de
ello. Las mujeres son la fuerza. Y allí, al pie de la cruz, huyeron los
discípulos, las mujeres no, las que lo habían seguido durante toda su vida. Y
Jesús, de camino al Calvario, se detiene ante un grupo de mujeres que lloraban.
Ellas tienen la capacidad de llorar, los hombres somos peores. Y se detiene [y
dice]: “Lloren por sus hijos”, porque harán mucho contra ellos.
Lorena
Bianchetti: Y en este período, Su Santidad, pienso en la
huida: están esas imágenes que cuentan la huida de los ucranianos que se ven
obligados a dejar sus tierras, sus casas, sus afectos. Es uno de los últimos
éxodos a los que probablemente, por desgracia, nos estamos acostumbrando. Pero,
en este caso, ha habido una respuesta concreta, real. Una respuesta que, le
pregunto, en su opinión, ¿ha derribado los muros de la indiferencia y los
prejuicios contra los que huyen de otras partes del mundo porque han sido heridos
por la guerra, o se sigue dividiendo a los refugiados en severas categorías?
Santo
Padre:
Es cierto. Se subdivide a los refugiados. De primera clase, de segunda
clase, del color de la piel, [si] vienen de un país desarrollado [o de] uno no
desarrollado. Nosotros somos racistas, somos racistas. Y esto es malo. El
problema de los refugiados es un problema que también sufrió Jesús, porque fue
emigrante y refugiado en Egipto cuando era niño, para escapar de la muerte.
¡Cuántos de ellos sufren para escapar de la muerte! Hay un cuadro de la huida a
Egipto que hizo un pintor piamontés. Me lo envió y le hice unas fotos: ahí está
José con el niño huyendo. Pero no es san José con barba, no. Es un sirio, de
hoy, con el niño, huyendo de la guerra de hoy. La cara de angustia que tienen
estas personas, como Jesús obligado a huir. Y Jesús ha pasado por todas estas
cosas, pero está ahí. En la cruz están los pueblos de los países de África en
guerra, de Oriente Medio en guerra, de América Latina en guerra, de Asia en guerra.
Hace algunos años dije que estábamos viviendo la tercera guerra mundial en
pedazos. Pero no hemos aprendido. Yo soy un ministro del Señor y un pecador,
elegido por el Señor, pero, un pecador así. Cuando fui a Redipuglia en 2014,
para la conmemoración del centenario, vi y lloré. Me vino solo el llanto. Todos
jóvenes, todos muchachos. Después, un día fui al cementerio de Anzio y vi a
estos jóvenes que habían desembarcado en Anzio. ¡Todos jóvenes! Y lloré allí,
una vez más. Lloro frente a esto. Hace dos años, creo, cuando fue la
conmemoración del desembarco de Normandía, vi a los jefes de gobierno, hubo una
reunión... estaban conmemorando esto. Pero, ¿por qué no conmemoramos todos a
los treinta mil soldados que cayeron en la playa de Normandía? La guerra crece
con la vida de nuestros hijos, de nuestros jóvenes. Por eso digo que la guerra
es una monstruosidad. Vayamos a estos cementerios que son la vida misma de esta
memoria. Pensemos en esa escena sobre la que se escribe: barcos llegando a
Normandía, abriendo, saltando con sus fusiles, los muchachos y los alemanes...
(nota del editor: el Santo Padre hace la mímica del gesto de disparar).
Treinta mil en la playa.
Lorena
Bianchetti: Eso me lleva a la carrera de las armas, a este
tema. Este es un tema que ha abordado muchas veces, y quizás no siempre se le
ha dado el énfasis adecuado. Porque usted ha dicho que en los últimos tiempos
se ha invertido más en armas que en educación o formación. ¿Por qué los seres
humanos no han aprendido del pasado y siguen utilizando las armas para resolver
sus problemas?
Santo
Padre:
Yo entiendo a los gobernantes que compran armas, los entiendo. No los
justifico, pero los entiendo. Porque tenemos que defendernos, porque [es] el
esquema cainita de la guerra. Si fuera un modelo de paz, esto no sería
necesario. Pero vivimos con este esquema demoníaco, [que dice] que nos matemos
unos a otros en aras del poder, en aras de la seguridad, en aras de muchas
cosas. Pero pienso en las guerras ocultas, que nadie ve, que están lejos de
nosotros. Muchas. ¿Para qué? ¿Para explotar? Hemos olvidado el lenguaje de la
paz, lo hemos olvidado. Se habla de paz. Las Naciones Unidas han hecho de todo,
pero no han tenido éxito. Regreso al Calvario. Allí Jesús lo hizo todo. Intentó
con piedad, con benevolencia, convencer a los dirigentes y [en cambio] no:
¡guerra, guerra, guerra contra él! A la mansedumbre oponen la guerra por la
seguridad. “Es mejor que un hombre muera por el pueblo”, dice el sumo
sacerdote, porque al contrario vendrán los romanos. Y la guerra.
Lorena
Bianchetti: Entonces me refiero a lo que estaba diciendo.
Antes hemos hablado de las mujeres bajo la cruz. Pero sobre los hombres que
tienen poder… En esa época estaban Pilato, Herodes, Caifás. Todas estas
personas podrían haber salvado a un inocente, pero no lo hicieron: prefirieron
no afrontar el riesgo de la verdad. Esas personas están muertas, pero su forma
de hacer las cosas sigue siendo actual. ¿Por qué no tenemos el coraje de elegir
este bien y también de defender al Hombre que simplemente había pedido que nos
amáramos unos a otros?
Santo
Padre:
Hay una mujer en el Evangelio de la que no se habla mucho -un poco de
pasada, se dice-, es la esposa de Pilato. Ella había entendido algo. Le dice a
su marido: “No te metas con este hombre justo”. Pero Pilato no la
escucha, “cosas de mujeres”. Pero esta mujer, que pasa inadvertida,
sin fuerza en el Evangelio, comprendió desde lejos ese drama. ¿Por qué? Tal vez
era madre, tenía esa intuición de las mujeres. “Ten cuidado de que no
te engañen”. ¿Quién? El poder. El poder que es capaz de cambiar la opinión
de la gente de domingo a viernes. El Hosanna del domingo se
convierte en el ¡Crucifícalo! del viernes. Y este es nuestro
pan de cada día. Necesitamos que las mujeres den la voz de alarma.
Lorena
Bianchetti: Y así, Santidad, Jesús en la cruz, después de
esa frase, “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Hablábamos de
desesperación, de desánimo y también de soledad: el Viernes Santo es un poco el
día de la soledad. Y la soledad me hace pensar inevitablemente en lo que cada
uno de nosotros sintió durante el periodo más agudo de la pandemia. Pienso en
los ancianos, pienso en los jóvenes, pienso en las personas que viven el
calvario de la enfermedad, en los que llevaban un casco porque no podían
respirar. Y también pienso en usted, Santidad, en ese 27 de marzo de 2020. ¿Qué
pensaba en ese momento, mientras cruzaba la plaza de San Pedro, completamente
vacía, bajo la lluvia, mientras subía al atrio?
Santo
Padre:
No sé si pensaba. Sentía, sí. Estaba mirando, sentía el drama de ese
momento, de tanta gente. Pero usted subrayó la soledad, el sufrimiento de aquel
tiempo, de los ancianos. Es curioso: siempre son ellos quienes pagan la cuenta.
Y también los jóvenes, porque les cortamos la esperanza a los jóvenes. Les hacemos
tomar el camino de Turandot: “La esperanza que siempre defrauda”.
¡No, la esperanza no defrauda! Pero son los jóvenes y los ancianos los que
tienen en sus manos y en su corazón la posibilidad de reaccionar. Por eso
insisto tanto en que los jóvenes y los ancianos dialoguen. La sabiduría de los
viejos, pero con la soledad que han sufrido. La sabiduría de los ancianos a
menudo se descuida y se deja de lado en una casa de reposo. Me gustaba ir a las
residencias de ancianos de Buenos Aires, había muchas en una gran ciudad. Le
pregunté a una mujer: “¿Cómo está? ¿Cuántos hijos? ¿Ah, cuatro? ¿Y
vienen?” “Sí, no me dejan sola”. La enfermera escuchaba y, al salir,
dijo: “Padre, hace seis meses que no viene nadie”. El abandono
de los mayores y el abandono de la sabiduría, porque a veces somos
superhombres, lo sabemos todo. ¡No sabemos nada! La soledad de los mayores y la
utilización de los jóvenes, porque a los jóvenes sin la sabiduría que les da un
pueblo les irá mal. Todo esto lo tenía Jesús en su corazón en ese momento:
todos estábamos allí. Usted recordaba la Statio Orbis de marzo
de hace dos años y sentía todo esto. Pero yo no sabía que la plaza estaría
vacía, no lo sabía. Llegué allí y [no había] nadie. Sí, sabía que con la lluvia
habría poca gente, pero nadie. Era un mensaje del Señor para entender bien la
soledad. La soledad de los ancianos, la soledad de los jóvenes que dejamos
solos. “¡Deja que sean libres!”. ¡No! Solos serán esclavos.
¡Acompáñalos! Por eso es importante que tomen la herencia de los mayores, la
bandera de la deuda de ellos. La soledad de los jóvenes, de los viejos. La
soledad de quienes tienen una enfermedad mental en las residencias sanitarias.
La soledad de las personas que atraviesan una tragedia personal o familiar. La
soledad de una mujer que es golpeada por su marido, pero que calla para salvar
a su familia. Tenemos muchas soledades propias. Usted también tiene la tuya. Yo
tengo la mía. Usted debe tener la suya, seguramente. Pequeñas soledades, pero
es ahí, en esas pequeñas soledades, donde podemos entender la soledad de Jesús,
la soledad de la cruz.
Lorena
Bianchetti: ¿Se ha sentido alguna vez solo en el desempeño
de su ministerio?
Santo
Padre:
No, Dios ha sido bueno conmigo. No lo sé. ¡Siempre, si hay algo malo,
pone a alguien a ayudarme! Se hace presente. Ha sido muy generoso. Tal vez
porque Él sabe que no puedo hacerlo solo. (nota del editor: ríe).
Lorena
Bianchetti: Sabe que el 27 de marzo -creo que hablo
realmente en nombre de todos- nos tomó en sus brazos, nos dio mucha fuerza ese
día. A partir de ese momento, cada uno de nosotros tomó conciencia y, de alguna
manera, creo que volvimos a empezar. Otra pregunta porque, como hemos dicho,
Jesús fue azotado, humillado, coronado de espinas, crucificado. Y todo esto de
alguna manera le vino de su familia, porque fue traicionado por Judas, fue
negado por Pedro. En resumen, los golpes mortales vinieron de sus cercanos.
Entonces, ¿cuáles son las heridas que la Iglesia sigue infligiendo al
crucificado en la actualidad?
Santo
Padre:
Hablo claramente de esto, porque estoy convencido de ello. La cruz más
dura que la Iglesia hace al Señor hoy es la mundanidad, el espíritu de la
mundanidad. El espíritu de la mundanidad, que es un poco como el espíritu del
poder, pero no solo del poder, es vivir en un estilo mundano que -curiosamente-
se nutre y crece con el dinero. Aquí hay algo interesante. En las tres
tentaciones del diablo a Jesús, el diablo hace propuestas mundanas. La primera,
el hambre, es comprensible, es humana. ¿Pero después? El poder, la vanidad, las
cosas mundanas. Porque el modo es atractivo y la Iglesia, cuando cae en la
mundanidad, en el espíritu mundano, la Iglesia es derrotada. El espíritu de
mundanidad es lo que más duele hoy, pero siempre ha sido así. Cuando Jesús nos
dice: “por favor, haz una opción clara, no puedes servir a dos señores.
O sirves a Dios” - y yo estaba esperando “o sirves al diablo”.
Pero no dice esto. “O sirves a Dios o sirves al dinero”. Usar el
dinero para hacer el bien, para mantener a tu familia con trabajo, está bien.
¡Pero servir! Y la mundanidad se detiene en eso.
Lorena
Bianchetti: He leído que León XIII hizo introducir una
oración contra el diablo al final de la misa porque, según él, existía el
riesgo de que el diablo pudiera entrar en la Iglesia a través de las rendijas
de las puertas. En su opinión, entonces, ¿es esta la grieta por la que el
diablo ha podido entrar hoy en la Iglesia?
Santo
Padre:
La mundanidad, pero siempre ha sido así. [En] cada época la mundanidad
cambia de nombre, pero [siempre] es mundanidad. Esa oración, a san Miguel
Arcángel, la rezo todos los días, por la mañana. ¡Todos los días! Para que me
ayude a vencer al diablo. Alguien que me escuche puede decir: “Pero,
Santidad, usted ha estudiado, es Papa y todavía cree en el diablo?”. Sí, creo,
querido, creo. Le tengo miedo, por eso tengo que defenderme tanto. El diablo
que había hecho todas las maniobras para que Jesús terminara, como lo hizo, en
la cruz. El poder de las tinieblas sobre Jesús: “Esta es tu hora”,
el poder de las tinieblas.
Lorena
Bianchetti: Ahora, Santidad, vuelvo a la guerra en Ucrania.
Porque Kiev, -lo estamos viendo, las imágenes están llegando- está
completamente destruida. Cenizas. Tal vez ese mismo paisaje que tanto le gusta
al diablo. Así que les pregunto: Kiev ya no es solo un lugar geográfico, sino
que a los ojos del mundo representa mucho más. En su corazón, ¿qué es?
Santo
Padre:
Un dolor. El dolor es una certeza, es un sentimiento que te quita todo.
Cuando uno, tras una operación, siente dolor físico, por la herida que te han
hecho, pides una anestesia, algo que te ayude a tolerarlo. Pero [para] el dolor
humano, el dolor moral, no hay anestesias. Solo la oración y el llanto. Estoy
convencido de que hoy no lloramos bien. Nos hemos olvidado de llorar. Si puedo
dar un consejo, a mí mismo y a la gente, es pedir el don de las lágrimas. Y
llorar, como lloró Pedro después de haber traicionado a Jesús. Lloró, cuando
huyó, cuando renegó de él. Lloró. Un llanto que no es un desahogo, no. Es la
vergüenza hecha física, y creo que a nosotros nos falta vergüenza. A menudo
somos desvergonzados -que es un insulto que se usa en mi tierra: “un
sinvergüenza”- pero la gracia de llorar. Hay una hermosa oración, hay una
misa para pedir el don de las lágrimas. Una hermosa oración de esa misa dice
así: “Señor, tú que hiciste brotar agua de la roca, haz brotar lágrimas
de la roca de mi corazón”. El corazón duro, el corazón que no se conmueve,
no sabe llorar. Me pregunto: ¿cuántas personas, ante las imágenes de las
guerras, de cualquier guerra, han sido capaces de llorar? Algunos lo han hecho,
estoy seguro, pero muchos no. Comienzan a justificar o a atacar. No, esto (nota
del editor: el Santo Padre señala el corazón): debes cuidar esto. Y Jesús
toca aquí. Hoy, Viernes Santo, frente a Jesús Crucificado, déjate tocar el
corazón, deja que Él te hable con su silencio y con su dolor. Deja que te hable
con las personas que sufren en el mundo: sufren el hambre, la guerra, tanta
explotación y todas estas cosas. Deja que Jesús te hable y, por favor, no
hables tú. Silencio. Que sea Él y pide la gracia de llorar.
Lorena
Bianchetti: ¿Cuánto pueden hacer las religiones para
eliminar la descertificación de los corazones? ¿Cuánto y qué palabras le
gustaría dirigir a los obispos ortodoxos?
Santo
Padre:
Sí, también ellos están preparando la Pascua con nosotros con una semana
de diferencia, porque siguen -también los católicos orientales- el calendario
juliano, no el gregoriano. Quiero aprovechar esta oportunidad para enviar un
mensaje de fraternidad a todos mis hermanos obispos ortodoxos, que están
viviendo esta Pascua con el mismo dolor con el que la estamos viviendo
nosotros, yo y muchos católicos. No es fácil ser obispo... ¡y gracias a Dios
que no es fácil! Por eso no entiendo a los que quieren ser obispos. No saben lo
que les espera. Pero quiero aprovechar esta oportunidad para saludar a todos
los obispos ortodoxos como hermanos en la fe.
Lorena
Bianchetti: Hay otra frase que dijo Jesús en la cruz: “Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen”. El perdón. Usted ha dicho que
poner la otra mejilla no significa sufrir en silencio, ceder ante la
injusticia. Nos ha recordado que Jesús también denuncia la injusticia, y ha
precisado que lo hace sin ira ni violencia, sino con ternura. Santidad, ¿cómo
se puede ser amable o perdonar a toda esa gente que nos hace daño, a esa gente
que mata a inocentes, a esa gente que hace daño no solo físico, sino también
psicológico?
Santo
Padre:
Yo le doy mi receta. Si no he hecho ese mal, es porque Él me ha detenido
con Su mano, con Su misericordia. Estoy seguro de que si no lo hubiera hecho,
yo habría hecho muchas [cosas] como esas, mucho mal. En esto puedo decir que
soy testigo de la misericordia de Dios. Por eso no puedo condenar a quien viene
a pedir perdón. Siempre debo perdonar. Cada uno de nosotros puede decir esto
sobre sí mismo en su propio esquema personal de cosas (nota del editor:
examen de conciencia). Es cierto que tal vez no pueda decir
afectivamente: “Ven querido y dame un beso”. No, ¡quizás estaré
enojado! Pero yo digo: “Señor, quita mi ira, yo perdono, pero no siento
el sentimiento del perdón. Yo perdono. Tú te encargas de traer este perdón...”.
Lorena
Bianchetti: El perdón solo tiene una raíz divina.
Santo
Padre:
Sí, el perdón al final es algo así.
Lorena
Bianchetti: También pienso en la soledad, para volver a
Jesús en la cruz, pienso en todas esas personas que, también por culpa del
Covid, han perdido su trabajo. Son tantas personas, Santidad, que viven este
tipo de dificultades. ¿Qué palabras de esperanza quiere darles?
Santo
Padre:
La palabra clave que acaba de decir es esperanza. La esperanza no es
acariciar y decir: “Ah, todo pasará, tranquilo”. La esperanza es
una tensión hacia el futuro, también hacia el Cielo. Por eso la figura de la
esperanza es el ancla: el ancla tirada ahí y yo en la cuerda ahí, para llegar,
para resolver situaciones, pero siempre con esa cuerda. La esperanza nunca
defrauda, pero se hace esperar. La esperanza es la sirvienta doméstica de la
vida católica, de la vida cristiana. Es realmente la más humilde de las
virtudes. Está oculta, pero si no la tienes [a mano], no encontrarás el camino
correcto. La esperanza es la que te hace encontrar el camino correcto. Tener
esperanza no es tener la ilusión: “Voy a ir... [a] alguien a leerme las
manos... esto te va a hacer bien”. No, esto no es esperanza. La esperanza
es la certeza de que tengo en mi mano la cuerda de esa ancla lanzada allí. Nos
gusta hablar de la fe, tanto, de la caridad: ¡Mírala! La esperanza es un poco
la virtud oculta, la pequeñita, la pequeñita de la casa. Pero es la más fuerte
para nosotros.
Lorena
Bianchetti: Entonces, este es también el mensaje para los
jóvenes, porque pienso en los jóvenes que ven cómo se les arrebata el futuro de
las manos. Usted lo decía hace poco claramente. Por eso no planifican mucho, no
siempre creen en las relaciones duraderas, no construyen familias. En
definitiva, digamos que tampoco se les ayuda mucho a nivel institucional y
cultural. ¿Qué palabras le gustaría decirles?
Santo
Padre:
Que no confundan [la] esperanza con el optimismo. El optimismo podemos
comprarlo en el quiosco. ¡Ya sabes, el optimismo se vende! Pero la esperanza es
otra cosa. La esperanza es estar seguros de que vamos hacia la vida. Hay un
poeta argentino -bueno, un gran poeta- [hay] una frase, un poema, que siempre
me ha llamado la atención, una definición de la vida: “La vida es una
muerte que llega”. No, la vida no es una muerte que llega: ¡la vida es,
quizás, desde la muerte llegar a la vida! La esperanza es fuerte en esto: es esa
cuerda del ancla. Nunca defrauda. Pero es humilde, es verdaderamente la
sirvienta doméstica de la vida cristiana. Pero muchas veces son las sirvientas
domésticas las que llevan la vida de una familia.
Lorena
Bianchetti: Estoy concluyendo, Santidad. Hoy es Viernes
Santo, pero la historia de la salvación no termina aquí. Afortunadamente, el
Evangelio tiene un final feliz porque está la resurrección de Jesús: ese es el
centro de la historia de la salvación. ¿Cuál es su deseo para esta Pascua?
Santo
Padre:
Una alegría interior. Hay un salmo que dice: “Cuando el Señor
nos liberó de Babilonia, nos parecía que estábamos soñando”. El llanto de
alegría. Es la alegría. Mi deseo es no perder la esperanza, pero la verdadera
esperanza -que no defrauda-, es pedir la gracia de llorar, pero el llanto de la
alegría, el llanto del consuelo, el llanto de la esperanza. Estoy seguro,
repito, que debemos llorar más. Nos hemos olvidado de llorar. Pidamos a Pedro
que nos enseñe a llorar como él lo hizo. Y luego el silencio del Viernes Santo.
Lorena
Bianchetti: Su Santidad, son casi las tres. ¿Cómo debemos
vivir esta hora hoy?
Santo
Padre:
(nota del editor: no responde, permanece en silencio).
Lorena
Bianchetti: ¿Puedo abrazarlo en nombre de todos? ¡Gracias, Su
Santidad! Gracias.
Santo
Padre:
Gracias a usted. ¡Que el Señor la bendiga!
Copyright © A Sua Immagine, RAIUNO
No hay comentarios:
Publicar un comentario