La muerte no solamente es ocasión para la meditación espiritual. También es el enlace con el pasado que nos explica y nos arraiga. "Finis gloriae mundi [Así acaba la gloria del mundo]", de Juan Valdés Leal (1672, detalle), en la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla.
Porque mi madre estuvo gravemente
enferma cuando nosotros éramos muy niños y se curó contra todo pronóstico, pero
ya le había visto la cara a la Parca, en mi familia se habla de la muerte con
fluidez de lenguaje materno. Puede chocar. Me di cuenta el otro día en casa de
mi padre, cuando nos pusimos hablar animadamente de cómo queríamos ser
enterrados y cada uno, incluyendo los niños, exponía sus preferencias con una
delectación propia de un Valdés Leal. Los invitados no sabían dónde meterse. Traté de
cambiar de tema, pero con poco éxito. Estábamos lanzados al memento mori.
Esa tarde sanó mi resquemor una
crónica desde Ucrania de Alberto Sicilia. Describía la
resistencia de los ucranianos civiles a abandonar sus pueblos que han quedado
en la peligrosa tierra de nadie o en mitad del frente. Sicilia explica cómo ese
factor puede terminar siendo decisivo en la guerra, pues los locales ayudan al
ejército ucraniano y también vigilan al contrario. Nadie conoce el terreno como
ellos, y eso da una ventaja sustancial.
Pero ¿por
qué no se van? Ahí viene el consuelo que decía. Escribe Sicilia: "Me impresionó la importancia que tienen los
cementerios. La idea de 'ahí están enterrados mis abuelos, mis padres y mi
hermano. Yo no me muevo de aquí'". Así es. Las raíces del hombre son las tumbas de sus seres queridos.
Por eso, debería preocuparnos
la desafección que parece imponerse en España por
nuestros restos sagrados y
por los de los nuestros. Acepto que lo de mi familia puede resultar exagerado,
sobre todo en un almuerzo con invitados desprevenidos. Pero lo de correr un
tupido velo y esparcir rápidamente las cenizas por cualquier lado, aunque
resulta más cómodo, conlleva sus peligros. Ni tanto ni tan calvo, diría; aunque
dentro de cien años, ejem, todos calvos. Y sin raíces
se nos seca el árbol de la vida.
Cada vez que nos admiremos del
valor y del sacrificio ucranianos recuerden la impresión que en el corresponsal
de guerra Alberto Sicilia (hombre no fácilmente impresionable) causó la
importancia práctica y presente del pasado y los cementerios. Poco tiempo más
transido de eternidad y de futuro que el empleado en recordar a nuestros
mayores. Una visita con unas flores al cementerio puede ser el acto más rebelde
contra la tiranía de nuestra época. No sólo pretenden borrar la historia
general, también la familiar. Los que nos
proponen la desmemoria quieren robarnos la resistencia.
Publicado en Diario de Cádiz.
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